En apenas una hora más será mi cumpleaños. 39 años. Hace ya muchos años que no es un día agradable para mi. Al contrario, me produce estrés y angustia. Si lo he festejado, ha sido forzada. Y es una pena, porque a mi sí me gustaría festejarlo. Quisiera con todo mi corazón que fuera u día feliz. Pero no lo consigo. Siempre pasa "algo" que arruina ese día. Peleas entre mis padres, mi hermana que en esos días siempre se pone depresiva. Y este año se le suma mi mamá enferma. Mi cumpleaños del año pasado fue difícil. Hacía apenas unas semanas que había perdido mi embarazo. Pero aún así le eché ganas. Le puse pilas. Nos juntamos en familia en un parque cerca de la casa de mi hermano y traté de sonreir, y reir. Y pasarla bien. Más o menos lo logré, pero tantas cosas me angustiaban y aún lo hacen, que a veces la carga se vuelve muy pesada.
Este año llevo otras cargas. Otras experiencias y sufrimientos a cuestas y aún así ¡Quiero echarle ganas! o quería, no lo sé. En estos momentos, sólo quisiera acordarme bien de todo lo que he aprendido con mi psicóloga, para poder sanar y recuperarme. Poder ser fuerte, por mí, y no permitir que me lastimen, tomando cargas que no son mías. Pero me cuesta y mucho. Y me siento muy cansada, tan cansada que algunas batallas las estoy dejando de luchar, de a poco. A veces dejo que simplemente se me venzan los hombros y dejo el peso al costado.
Estoy tratando de priorizarme, pero no siempre lo consigo. El miedo a veces me paraliza, la costumbre de llevar la carga de otros se me hace difícil de superar. Y más ahora, que no puedo ir a terapia por dos motivos. Mi psicóloga entró en licencia por maternidad, y en la obra social no me dan más órdenes de psicoterapia hasta el año que viene. sí que tendré que esperar hasta enero o febrero para volver a ir.
Miro hacia atrás y hay tantas cosas d elas que me arrepiento! tanto tiempo que dejé pasar, tantas veces que permití que la cobardía o la dejadéz me ganara, y abandonara batallas que sí eran mías y que sí debía haber luchado. Ahora estoy remando contra la corriente. Contra el tiempo, que envejece mis células cada vez más. Y ya no estoy tan segura que tendré un final feliz.
sin embargo, me niego a tirar la toalla. Me niego a bajar los brazos y dejar de luchar. Recuerdo que aún tengo unas lucecitas esperándome y eso me da las fuerzas que necesito para seguir.
Por mis lucecitas, y por mis estrellitas. Que me miran desde el cielo. Por ellas continúo aquí. Y voy a seguir luchando.
Dicen que los bebés vienen de un repollo, otros que los traen las cigüeñas, otros dicen que bajan de las estrellas y vienen a posarse en el vientre de las futuras mamás. Bueno, para las mujeres con diagnóstico de infertilidad, como yo, no nos es tan fácil. El repollo quizá se ha secado, la cigüeña perdió el camino, y las nubes tapan las estrellitas y por eso nuestros bebés no pueden alcanzarnos. Entonces yo decidí que voy a construir yo un caminito de estrellas que me lleve hacia mis bebés.
martes, 3 de diciembre de 2019
domingo, 24 de noviembre de 2019
Preguntas sin respuestas
Mi doctora estaba segura que esta vez lo lograríamos. Al final los ovarios estaban respondiendo bien a la estimulación de folículos, la trombofilia estaba controlada con su correspondiente medicación y habíamos sorteado el problema genético. Ya había conseguido la implantación de al menos un embrión en la primera FIV. Así que teníamos muchas chances de que esta saliera bien.
¡Tenía tantas esperanzas de que esta vez lo lográramos! Sabía que sería muy bendecida si las dos Fiv me dieran positivas. Muchas chicas pasan por muchos tratamientos antes de conseguir un positivo y yo había tenido mucha suerte que ya a la primera me hubiera dado positivo (aunque después lo hubiera perdido). Pero quizá la vida me reservaba la sorpresa...
El lunes 20 de mayo me hicieron la punción, y mis ovarios se portaron regio: 11 óvulos maduros. Luego, al día siguiente me informaron que se habían formado 8 embrioncitos, ¡muy buen número! Esta vez estaba preparada para que me dieran la noticia de que algunos o varios se habían detenido en el camino. Es la selección natural de la vida. Biología. No podía hacer nada, más que rezar para que Dios me concediera al menos unos 3 embrioncitos de buena calidad. Pensaba en, al menos, 3 porque en la transferencia me pondrían dos y así podría guardar un embrioncito para una transferencia posterior, ya sea porque esta Fiv no funcionara o para buscar el hermanito....
Esta vez no los podían dejar llegar a blasto porque justo caería la transferencia el sábado 25 de mayo. Los sábados hacen transferencias pero el 25 de mayo era feriado nacional. Y excepto la gente de laboratorio, los demás, enfermeros, anestesistas, etc no irían. Así que pondríamos embriones de 4 días.
En la habitación había otra chica esperando su transferencia, estuvimos hablando un rato pero no tenía muchas ganas de conversar. Estaba muy nerviosa y llena de preguntas ¿Habrían sobrevivido mis bebés? ¿Cuántos embriones me quedarían? ¿Qué calidad? Hasta que no me llamaran a quirófano, no me quedaría tranquila, ya que si me llamaban es porque habíamos conseguido embriones para transferir... Pasó la otra chica a su transferencia, y a los 5 minutos de traerla de vuelta me llamaron a mi.
Me acostaron en la camilla, me ataron las piernas y comenzaron a desinfectar la zona pélvica. Vino la doctora y me saludó con una sonrisa. Y le pregunté: Bueno doc, ¿cuántos embrioncitos conseguimos? _¡No se! me dijo con vos cantarina, ahí vamos a ver en el laboratorio... Y se dio media vuelta para entrar al pequeño cuarto donde están las incubadoras. Yo sólo veía un pequeño sector de ese cuarto, un doctor trabajando ahí y la voz de mi doctora que hablaba con él. Sentí que mencionaban la palabra mórula, pero no entendí nada más. Y mi cabeza palpitaba.... ¡¿Me ataron a la camilla del quirófano sin siquiera estar seguros de que había un embrión al menos apto para ser transferido?! ¿Y si ahora salía la doc y me decía que me levantara y me fuera a mi casa, que no quedaba nada? Mi cabeza explotaba con esas preguntas sin respuesta. Hasta que entró la doctora nuevamente.
- Vamos a transferir una mórula de 4 días, muy bonita, y van a quedar en observación dos o tres más que vienen más lento, pero puede que podamos congelarlos. Y otra vez un millón de preguntas ¿Cómo? ¿Sólo habíamos conseguido UN buen embrión? ¿Por qué? si antes había conseguido dos blastos. ¿Y sólo me iban a poner uno? (Yo siempre tuve la ilusión de quedar de mellis). ¿Cómo que sólo uno? ¿Qué había pasado? ¿Y los demás embriones? Sentía que se me iban llenando los ojos de lágrimas. Si con dos blastos había logrado un positivo que duró sólo unos días. ¿Cómo iba a lograrlo con sólo una mórula?
Algunas de esas preguntas se las hice, en forma balbuceante a la doctora. Me explicó que había un nuevo protocolo donde se disponía que no transfirieran más de un embrión, para evitar embarazos múltiples y sus consecuentes riesgos. La mórula era una muy bonita, con muchas chances. Y no, no influía si transferían uno sólo, tenía muchas chances igual. Si tenía que prender, iba a hacerlo, aunque sólo fuera una.
Apagaron la luz y comenzó la transferencia. Tenía la vejiga muy llena y me provocaba dolor cuando pasaban el aparatito del ecógrafo. Aún así, con mil preguntas y con un buen grado de angustia en la cabeza, traté de disfrutar el momento. Iba a recibir dentro mío a mi bebé, a mi bella morulita y merecía que su mamá le diera todo el amor del mundo desde el primer momento. Así que fui mirando la pantalla del ecógrafo y pude ver cómo transferían a mi bebito dentro de mi útero. Una lucecita, no quería pensar en estrellas, estrellas se les dice a los bebés que fallecen. Mi morulita era una lucecita. Hermosa, fuerte, VIVA.
Una vez terminada la transferencia, la enfermera me dijo que esperara unos 5 a 10 minutos para ir al baño y que la doctora iría a darme las recetas e indicaciones necesaria de la betaespera. Vino la doctora, y me dijo que al día siguiente, el día feriado, me avisarían si los otros embrioncitos llegaban a blasto, para criopreservarlos. Recé tanto para que fuera así. Pero al mediodía del día 25 de mayo me confirmó que del laboratorio habían dicho que ninguno había sobrevivido. Tenía ya 19 estrellas en el cielo. 10 de la primera Fiv y 7 de esta segunda.
Pasé la betaespera con mucho estrés, las cosas en mi familia no estaban bien. Mil problemas, algunos nuevos, más los de siempre. El trabajo que también generaba estrés... Y el miedo. Tenía mucho miedo. Y si no funcionaba esta Fiv ¿Que haría? Otra vez había logrado muchos embriones pero poquitos de buena calidad, que sobrevivieran. ¿Por qué? ¿Qué pasaba conmigo? Si esta Fiv no funcionaba, tendría que hacer una tercera. ¿Y si la obra social no quería cubrirme más? Y si tenía que empezar a luchar con abogados? ¿Y si...?
Tampoco podía evitar ir comparando síntomas. Mi primera Fiv, positiva, había tenido manchado de implantación y dolores premenstruales. Y en esta betaespera ese manchado no aparecía... Sí los dolores premenstruales. Había calculado que entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio el manchado de implantación debía aparecer. Pero no lo hizo. Leí en internet que no siempre aparecía ese manchado. Que algunas chicas lo habían tenido en un primer embarazo y en el segundo no... Si no aparecía, no significaba que era negativo...
Tenía mi beta el miércoles 5 de junio. Pero el lunes 3 no aguanté la ansiedad y me hice un test casero. Negativo. Ni sombra de la rayita que había visto en la primera Fiv. Ese lunes a la noche comencé a manchar un poco. Rojizo. Diferente al manchado que había tenido en la primera Fiv. Sabía lo que era. Ni siquiera había llegado a la beta. Se me había adelantado un par de días la menstruación. Le escribí a la doctora y me dijo que hiciera la beta a la mañana siguiente. Fui a hacer la beta, pero ya sabía el resultado. Ya estaba menstruando. Cuando llegué al trabajo, fui al baño y al verme sentada, toallita empapada en sangre, no pude evitar romper en llanto. Mi bebé se había ido. Tenía 20 estrellas. A la tarde me entregaron el resultado de la beta: 2.
Me sentía quebrada. No lo había logrado. Mi bebé se había ido al cielo a jugar con sus hermanitos. Y yo me había quedado sola. Desesperada. Destrozada. Mi bebé no se había quedado conmigo. Fui a las pocas semanas a hablar con mi doctora. No había explicaciones, había sido mala suerte. El embrión era bonito, pero la biología es así... Y viendo mi cara de angustia, me aconsejó que vaya al psicólogo. - Ya estoy yendo! le dije. Me respondió: bueno, porque te hace falta porque veo que estás rota y tenes que sanar. Y así me sentía, rota. ROTA. Sabía que luego volvería a tener fuerzas para luchar, pero en esos momentos, estaba completamente rota.
¡Tenía tantas esperanzas de que esta vez lo lográramos! Sabía que sería muy bendecida si las dos Fiv me dieran positivas. Muchas chicas pasan por muchos tratamientos antes de conseguir un positivo y yo había tenido mucha suerte que ya a la primera me hubiera dado positivo (aunque después lo hubiera perdido). Pero quizá la vida me reservaba la sorpresa...
El lunes 20 de mayo me hicieron la punción, y mis ovarios se portaron regio: 11 óvulos maduros. Luego, al día siguiente me informaron que se habían formado 8 embrioncitos, ¡muy buen número! Esta vez estaba preparada para que me dieran la noticia de que algunos o varios se habían detenido en el camino. Es la selección natural de la vida. Biología. No podía hacer nada, más que rezar para que Dios me concediera al menos unos 3 embrioncitos de buena calidad. Pensaba en, al menos, 3 porque en la transferencia me pondrían dos y así podría guardar un embrioncito para una transferencia posterior, ya sea porque esta Fiv no funcionara o para buscar el hermanito....
Esta vez no los podían dejar llegar a blasto porque justo caería la transferencia el sábado 25 de mayo. Los sábados hacen transferencias pero el 25 de mayo era feriado nacional. Y excepto la gente de laboratorio, los demás, enfermeros, anestesistas, etc no irían. Así que pondríamos embriones de 4 días.
En la habitación había otra chica esperando su transferencia, estuvimos hablando un rato pero no tenía muchas ganas de conversar. Estaba muy nerviosa y llena de preguntas ¿Habrían sobrevivido mis bebés? ¿Cuántos embriones me quedarían? ¿Qué calidad? Hasta que no me llamaran a quirófano, no me quedaría tranquila, ya que si me llamaban es porque habíamos conseguido embriones para transferir... Pasó la otra chica a su transferencia, y a los 5 minutos de traerla de vuelta me llamaron a mi.
Me acostaron en la camilla, me ataron las piernas y comenzaron a desinfectar la zona pélvica. Vino la doctora y me saludó con una sonrisa. Y le pregunté: Bueno doc, ¿cuántos embrioncitos conseguimos? _¡No se! me dijo con vos cantarina, ahí vamos a ver en el laboratorio... Y se dio media vuelta para entrar al pequeño cuarto donde están las incubadoras. Yo sólo veía un pequeño sector de ese cuarto, un doctor trabajando ahí y la voz de mi doctora que hablaba con él. Sentí que mencionaban la palabra mórula, pero no entendí nada más. Y mi cabeza palpitaba.... ¡¿Me ataron a la camilla del quirófano sin siquiera estar seguros de que había un embrión al menos apto para ser transferido?! ¿Y si ahora salía la doc y me decía que me levantara y me fuera a mi casa, que no quedaba nada? Mi cabeza explotaba con esas preguntas sin respuesta. Hasta que entró la doctora nuevamente.
- Vamos a transferir una mórula de 4 días, muy bonita, y van a quedar en observación dos o tres más que vienen más lento, pero puede que podamos congelarlos. Y otra vez un millón de preguntas ¿Cómo? ¿Sólo habíamos conseguido UN buen embrión? ¿Por qué? si antes había conseguido dos blastos. ¿Y sólo me iban a poner uno? (Yo siempre tuve la ilusión de quedar de mellis). ¿Cómo que sólo uno? ¿Qué había pasado? ¿Y los demás embriones? Sentía que se me iban llenando los ojos de lágrimas. Si con dos blastos había logrado un positivo que duró sólo unos días. ¿Cómo iba a lograrlo con sólo una mórula?
Algunas de esas preguntas se las hice, en forma balbuceante a la doctora. Me explicó que había un nuevo protocolo donde se disponía que no transfirieran más de un embrión, para evitar embarazos múltiples y sus consecuentes riesgos. La mórula era una muy bonita, con muchas chances. Y no, no influía si transferían uno sólo, tenía muchas chances igual. Si tenía que prender, iba a hacerlo, aunque sólo fuera una.
Apagaron la luz y comenzó la transferencia. Tenía la vejiga muy llena y me provocaba dolor cuando pasaban el aparatito del ecógrafo. Aún así, con mil preguntas y con un buen grado de angustia en la cabeza, traté de disfrutar el momento. Iba a recibir dentro mío a mi bebé, a mi bella morulita y merecía que su mamá le diera todo el amor del mundo desde el primer momento. Así que fui mirando la pantalla del ecógrafo y pude ver cómo transferían a mi bebito dentro de mi útero. Una lucecita, no quería pensar en estrellas, estrellas se les dice a los bebés que fallecen. Mi morulita era una lucecita. Hermosa, fuerte, VIVA.
Una vez terminada la transferencia, la enfermera me dijo que esperara unos 5 a 10 minutos para ir al baño y que la doctora iría a darme las recetas e indicaciones necesaria de la betaespera. Vino la doctora, y me dijo que al día siguiente, el día feriado, me avisarían si los otros embrioncitos llegaban a blasto, para criopreservarlos. Recé tanto para que fuera así. Pero al mediodía del día 25 de mayo me confirmó que del laboratorio habían dicho que ninguno había sobrevivido. Tenía ya 19 estrellas en el cielo. 10 de la primera Fiv y 7 de esta segunda.
Pasé la betaespera con mucho estrés, las cosas en mi familia no estaban bien. Mil problemas, algunos nuevos, más los de siempre. El trabajo que también generaba estrés... Y el miedo. Tenía mucho miedo. Y si no funcionaba esta Fiv ¿Que haría? Otra vez había logrado muchos embriones pero poquitos de buena calidad, que sobrevivieran. ¿Por qué? ¿Qué pasaba conmigo? Si esta Fiv no funcionaba, tendría que hacer una tercera. ¿Y si la obra social no quería cubrirme más? Y si tenía que empezar a luchar con abogados? ¿Y si...?
Tampoco podía evitar ir comparando síntomas. Mi primera Fiv, positiva, había tenido manchado de implantación y dolores premenstruales. Y en esta betaespera ese manchado no aparecía... Sí los dolores premenstruales. Había calculado que entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio el manchado de implantación debía aparecer. Pero no lo hizo. Leí en internet que no siempre aparecía ese manchado. Que algunas chicas lo habían tenido en un primer embarazo y en el segundo no... Si no aparecía, no significaba que era negativo...
Tenía mi beta el miércoles 5 de junio. Pero el lunes 3 no aguanté la ansiedad y me hice un test casero. Negativo. Ni sombra de la rayita que había visto en la primera Fiv. Ese lunes a la noche comencé a manchar un poco. Rojizo. Diferente al manchado que había tenido en la primera Fiv. Sabía lo que era. Ni siquiera había llegado a la beta. Se me había adelantado un par de días la menstruación. Le escribí a la doctora y me dijo que hiciera la beta a la mañana siguiente. Fui a hacer la beta, pero ya sabía el resultado. Ya estaba menstruando. Cuando llegué al trabajo, fui al baño y al verme sentada, toallita empapada en sangre, no pude evitar romper en llanto. Mi bebé se había ido. Tenía 20 estrellas. A la tarde me entregaron el resultado de la beta: 2.
Me sentía quebrada. No lo había logrado. Mi bebé se había ido al cielo a jugar con sus hermanitos. Y yo me había quedado sola. Desesperada. Destrozada. Mi bebé no se había quedado conmigo. Fui a las pocas semanas a hablar con mi doctora. No había explicaciones, había sido mala suerte. El embrión era bonito, pero la biología es así... Y viendo mi cara de angustia, me aconsejó que vaya al psicólogo. - Ya estoy yendo! le dije. Me respondió: bueno, porque te hace falta porque veo que estás rota y tenes que sanar. Y así me sentía, rota. ROTA. Sabía que luego volvería a tener fuerzas para luchar, pero en esos momentos, estaba completamente rota.
domingo, 17 de noviembre de 2019
El perezoso
El 8 de Mayo arranqué mi segunda FIV. Fui a la primera ecografía, que es bastante incómoda, ya que hay que hacerla en tu primer o segundi día del periodo y sentís que te manchas entera... La doctora vio mi endometrio, hermoso, sin problemas. Eso me tranquilizaba porque otro estudio que me habían hecho, antes de comenzar la fiv, había sido una histeroscopía, que salió muy bien. Y un ecodoppler, que había salido más o menos, no tenía muy buena irrigación en el útero, y esa también podría haber sido una de las causas de que perdiera mi primer embarazo. También me habían hecho los estudios de trombofilia y habían dado positivos.
Luego de ver el endometrio, pasamos a los ovarios, el izquierdo, muy bien... el derecho... perezoso. Casi no tenía folículos antrales. Y eso no era tan bueno. Por un momento pensé ¿Pero es que siempre me tiene que aparecer algo malo? También me extrañó porque, en general, mi ovario derecho siempre había funcionado un poco mejor que el izquierdo. Salí de la consulta con un montón de recetas y medicación. La doctora usaría un protocolo un poco más agresivo que el primero, dado que mi ovario derecho estaba "reposando", el muy perezoso. Así que esta vez iríamos con una bomba hormonal. Además comenzaría a inyectarme para la trombofilia.
Seguía con ese sentimiento de enojo hacia la vida, por qué tenía que pasar todo esto de nuevo, los pinchazos, llenarme de hormonas, la angustia de la punción, de esperar que produjera cantidad y calidad de óvulos, que estos fertilizaran... ya lo había logrado una vez. ¿Y si esta vez no lo lograba? Estadísticamente sé que iba a ser muy suertuda si en las dos Fiv quedaba embarazada. No se si fue ese rechazo a pasar por lo mismo, si era el miedo a que las cosas volvieran a salir mal, que el día que me tuve que poner la primera inyección, me entró pánico y me puse a llorar. Fui hasta Negrito, y le pedí que me pinchara él. Casí no dolio, pero los primeros dos o tres días de tratamiento tuve que hacer que él me colocara las inyecciones, yo entraba en pánico. Luego me obligué a pincharme e incluso a mirar cuando entraba la aguja. Se me tenía que pasar el miedo. En la primera FIV me había pinchado siempre solita, ¿cómo ahora no iba a poder hacerlo?
Fui a la segunda ecografía, ya sin menstruar, y los ovarios habían mejorado, 4 o 5 folículos en el perezoso (el derecho) y unos 6-7 en el izquierdo. Era un buen número. Volvería a control ecográfico una vez más, y ya me darían la fecha para la nueva punción.
Luego de ver el endometrio, pasamos a los ovarios, el izquierdo, muy bien... el derecho... perezoso. Casi no tenía folículos antrales. Y eso no era tan bueno. Por un momento pensé ¿Pero es que siempre me tiene que aparecer algo malo? También me extrañó porque, en general, mi ovario derecho siempre había funcionado un poco mejor que el izquierdo. Salí de la consulta con un montón de recetas y medicación. La doctora usaría un protocolo un poco más agresivo que el primero, dado que mi ovario derecho estaba "reposando", el muy perezoso. Así que esta vez iríamos con una bomba hormonal. Además comenzaría a inyectarme para la trombofilia.
Seguía con ese sentimiento de enojo hacia la vida, por qué tenía que pasar todo esto de nuevo, los pinchazos, llenarme de hormonas, la angustia de la punción, de esperar que produjera cantidad y calidad de óvulos, que estos fertilizaran... ya lo había logrado una vez. ¿Y si esta vez no lo lograba? Estadísticamente sé que iba a ser muy suertuda si en las dos Fiv quedaba embarazada. No se si fue ese rechazo a pasar por lo mismo, si era el miedo a que las cosas volvieran a salir mal, que el día que me tuve que poner la primera inyección, me entró pánico y me puse a llorar. Fui hasta Negrito, y le pedí que me pinchara él. Casí no dolio, pero los primeros dos o tres días de tratamiento tuve que hacer que él me colocara las inyecciones, yo entraba en pánico. Luego me obligué a pincharme e incluso a mirar cuando entraba la aguja. Se me tenía que pasar el miedo. En la primera FIV me había pinchado siempre solita, ¿cómo ahora no iba a poder hacerlo?
Fui a la segunda ecografía, ya sin menstruar, y los ovarios habían mejorado, 4 o 5 folículos en el perezoso (el derecho) y unos 6-7 en el izquierdo. Era un buen número. Volvería a control ecográfico una vez más, y ya me darían la fecha para la nueva punción.
Regalo de amor
Estabamos ya en febrero, justo había comenzado el ciclo lectivo y debía ir al colegio, empezaban los horarios de consulta a los alumnos que se llevaban materias. No quería que mis colegas me preguntaran nada. Por más buenas intenciones y sentimientos que tenga la otra persona, no sabe, no entiende tu sufrimiento. Al no haberlo experimentado, no puede comprenderlo, y al final, terminan haciendo comentarios que, si bien tratan de ayudar, la mayoría de las veces sólo lastiman mas. No tenía alumnos a cargo, así que pedí permiso para ir a buscar los resultados de los cariotipos al laboratorio, que quedaba a unas cuadras de distancia del colegio. Me los entregaron, los leí. Síndrome de Klinefelter o también conocido como XXY. Básicamente, lo que quiere decir es que el hombre, en vez de tener cromosomas XY, que es lo normal, en algunas o todas sus células, tienen un cromosoma extra, en este caso un X. Negrito tenía sólo en una célula un cromosoma extra. Por eso se lo llama XXY en mosaico. Podría haber sido mucho más grave si varias células hubieran tenido esa condición, pero era sólo una.
De todas formas no dejaba de ser grave, y sugerían que hiciéramos estudios más complejos, uno llamado FISH, que yo sabía, las obras sociales casi nunca cubren. Traté de no entrar en pánico. Hablaría con la doctora, quizá había alguna solución. Pero ya había googleado el día anterior, y sabía que habían dos opciones, o hacíamos un estudio a los embriones, llamado PGD, o diagnóstico genético preimplantacional, donde analizan los embriones y descartan aquellos que tienen problemas cromosómicos, o hacíamos el tratamiento con donante de gametos. La primera opción no me agradaba en los más mínimo, ya que nunca estuve de acuerdo en descartar embriones, así como así, y además el estudio era carísimo, a pagar en dólares. Y la segunda opción... Recordaba que en una discusión, hacía tiempo atrás, Negrito me había dicho que si quería hacer el tratamiento con donante, él me dejaría. Se iría de casa. Teníamos un problema gigante que enfrentar, y no sabía cómo lo haría.
El jueves me tocaba ir a mi psicóloga, pero tuvo una emergencia y me preguntó si quería ir el viernes o la semana próxima. Le dije que el viernes, porque "algo" había pasado, que quizá cambiaría mi relación con Negrito para siempre, y no sabía cómo enfrentarlo. Ese viernes, le conté sobre el cariotipo ¿cómo se lo diría a Negrito? ¿Cómo afrontaría la lucha que se viene? ¿qué podía hacer? Debía tomar decisiones importantes y no estaba preparada para ello, ni siquiera me había animado a decirle a Negrito sobre los resultados del cariotipo. La piscóloga me sugirió que la próxima sesión Negrito viniera conmigo y pudiéramos prepararlo para decirle que habían descubierto que tenía una alteración cromosómica, en mosaico, pero que no dejaba de ser grave.
Unos días después, ya había llevado los papeles a la obra social para que nos autorizaran el FISH, para ganar tiempo. Quizá ese estudio no saliera tan mal y todavía teníamos esperanza... El viernes de esa semana me llamaron de auditoría diciéndome que debía ir a su oficina para hablar sobre esa autorización... Fui el lunes y me dijeron que no tenían convenio para hacer ese estudio de alta complejidad, y que para autorizarlo, debíamos ir primero a una médica genetista.
No recuerdo bien cómo sucedió todo. Sólo recuerdo que Negrito me acompañó a la psicóloga, lo cual fue muy productivo en ese momento, ya que no sólo lo preparamos a Negrito para la noticia, el diagnóstico que recibiría, sino también, quedamos en mejorar la comunicación entre los dos. Por ejemplo, tiempo después que nos fuimos a vivir juntos, yo le dejé en claro, con hechos, que estaba lista y quería ser mamá. Pero nunca le pregunté directamente si él quería ser padre. Di por sentado que quería, porque nunca se opuso a que me hiciera estudios, y tampoco se opuso él a hacer los primeros espermogramas. Pero él había esperado esa pregunta. Ese día, 10 años después, con la psicóloga mirándonos a ambos, se lo pregunté. Sí quería. Sí quería tener hijos conmigo, fue su respuesta.
Unos días después fuimos a la ginecóloga, y ella le explicó lo que era el síndrome XXY o Klinefelter, lo peligroso que era que un niño naciera con esa condición (sin contar que la mayoría de esos embarazos terminaban en aborto espontáneo). Y ese día, en ese consultorio, Negrito le hizo a nuestro futuro hijo el regalo más grande de amor que puede hacer un padre: renunciaría a su genética, aceptaba hacer el tratamiento con donante, porque quería cuidar a nuestro futuro bebé de las consecuencia que podría traerle el ser concebido con un espermatozoide alterado cromosómicamente. Y ese día lo amé más que nunca. Sabía de parejas que ante una situación así, se peleaban, separaban o se decidían a abandonar el sueño de ser padres. Pero no Negrito. Se me había cerrado una gran puerta al encontrarnos con el diagnóstico XXY, pero Negrito me había abierto una enorme ventana, una ventana llena de amor y de esperanza.
A la semana siguiente, también visitamos a la genetista, quien nos dijo que no solo le preocupaba el problema de los cromosomas, sino también la edad de ambos. Ninguno de los dos éramos ya tan jóvenes, y eso también podría traerle problemas a nuestro futuro bebé. Nos dijo que la semana siguiente fuéramos a por un informe que ella haría para la obra social.
El mismo día que había que retirar ese informe, yo tenía consulta con la ginecóloga. Así que quedamos en que Negrito iría a retirar el informe mientra yo esperaba en la sala de espera del consultorio de la ginecóloga. Negrito llegó unos 10 o 15 minutos antes que me atendieran a mi, y me contó que estuvo hablando mucho con la genetista y, si bien ella sugería realizar otros estudios, entre ellos el FISH y una biopsia testicular, también le había dicho que la mejor decisión que podríamos tomar era hacer el tratamiento con donante (yo se lo había mencionado a la genetista como una opción que estaríamos dispuestos a tomar). Así que estaba completamente convencido. Y cuando entramos al consultorio de la ginecóloga se lo hizo saber a la doctora. Vamos con donante. De alguna manera, ese gran escollo, esa gran lucha que iba a tener que librar ¡Negrito la había terminado tan fácil!
La doctora estaba agradablemente sorprendida. Sabía muy bien que para un hombre no era una decisión fácil de tomar... Luego nos derivó a un doctor en la misma clínica, que sería el encargado de tomarnos los datos para empezar a buscar donante. Si todo salía bien, al mes siguiente ya podía comenzar mi segunda FIV. ¡Estaba exultante! pero por el otro lado, tenía un poco de miedo. ¿Y si Negrito se arrepentía en algún momento? También estaba muy enojada, con Dios, con la vida, el destino. Tantos irresponsables engendran hijos, para luego desecharlos como basura, en un horrendo aborto planificado. Y nosotros que queríamos ser papás, ¡nos pasaba todo esto! Era injusto. Sé que no soy quien para cuestionar la Voluntad de Dios, pero no podía sacarme de la cabeza que era injusto. ¡Por qué nos tenía que pasar todo esto a nosotros? Al mismo tiempo, en mi país se estaba debatiendo si legalizar o no el aborto, y veía hordas de mujeres y algunos hombres enloquecidos, como poseídos, gritando, haciendo muecas y rituales horrendos para que aprobaran esa maldita ley. Y nos veía a mi y a Negrito, escalando el Everest para lograr ser papás...
Fui a la obra social, le mostre a la auditora el informe de la genetista, pero antes que ella dijera algo o pusiera reparos en la cobertura del FISH, le aclaré que habíamos decidido ir con donante. Aunque hiciéramos el Fish y diera mas o menos bien, siempre habría riesgo de que concibiéramos un bebé con Klinefelter, y las consecuencias eran, desde infertilidad del futuro bebé a retrasos mentales y/o motrices, de leves a gravísimos. La doctora de auditoria estuvo totalmente de acuerdo. Así que unos días después, le llevé la autorización para hacer la segunda FIV, con donante. Una nueva esperanza, bañada en un gran acto de amor. Era casi Mayo ya, estaban haciendo los primeros días fríos. Pero el sol brillaba por la ventana y calentaba mi alma.
De todas formas no dejaba de ser grave, y sugerían que hiciéramos estudios más complejos, uno llamado FISH, que yo sabía, las obras sociales casi nunca cubren. Traté de no entrar en pánico. Hablaría con la doctora, quizá había alguna solución. Pero ya había googleado el día anterior, y sabía que habían dos opciones, o hacíamos un estudio a los embriones, llamado PGD, o diagnóstico genético preimplantacional, donde analizan los embriones y descartan aquellos que tienen problemas cromosómicos, o hacíamos el tratamiento con donante de gametos. La primera opción no me agradaba en los más mínimo, ya que nunca estuve de acuerdo en descartar embriones, así como así, y además el estudio era carísimo, a pagar en dólares. Y la segunda opción... Recordaba que en una discusión, hacía tiempo atrás, Negrito me había dicho que si quería hacer el tratamiento con donante, él me dejaría. Se iría de casa. Teníamos un problema gigante que enfrentar, y no sabía cómo lo haría.
El jueves me tocaba ir a mi psicóloga, pero tuvo una emergencia y me preguntó si quería ir el viernes o la semana próxima. Le dije que el viernes, porque "algo" había pasado, que quizá cambiaría mi relación con Negrito para siempre, y no sabía cómo enfrentarlo. Ese viernes, le conté sobre el cariotipo ¿cómo se lo diría a Negrito? ¿Cómo afrontaría la lucha que se viene? ¿qué podía hacer? Debía tomar decisiones importantes y no estaba preparada para ello, ni siquiera me había animado a decirle a Negrito sobre los resultados del cariotipo. La piscóloga me sugirió que la próxima sesión Negrito viniera conmigo y pudiéramos prepararlo para decirle que habían descubierto que tenía una alteración cromosómica, en mosaico, pero que no dejaba de ser grave.
Unos días después, ya había llevado los papeles a la obra social para que nos autorizaran el FISH, para ganar tiempo. Quizá ese estudio no saliera tan mal y todavía teníamos esperanza... El viernes de esa semana me llamaron de auditoría diciéndome que debía ir a su oficina para hablar sobre esa autorización... Fui el lunes y me dijeron que no tenían convenio para hacer ese estudio de alta complejidad, y que para autorizarlo, debíamos ir primero a una médica genetista.
No recuerdo bien cómo sucedió todo. Sólo recuerdo que Negrito me acompañó a la psicóloga, lo cual fue muy productivo en ese momento, ya que no sólo lo preparamos a Negrito para la noticia, el diagnóstico que recibiría, sino también, quedamos en mejorar la comunicación entre los dos. Por ejemplo, tiempo después que nos fuimos a vivir juntos, yo le dejé en claro, con hechos, que estaba lista y quería ser mamá. Pero nunca le pregunté directamente si él quería ser padre. Di por sentado que quería, porque nunca se opuso a que me hiciera estudios, y tampoco se opuso él a hacer los primeros espermogramas. Pero él había esperado esa pregunta. Ese día, 10 años después, con la psicóloga mirándonos a ambos, se lo pregunté. Sí quería. Sí quería tener hijos conmigo, fue su respuesta.
Unos días después fuimos a la ginecóloga, y ella le explicó lo que era el síndrome XXY o Klinefelter, lo peligroso que era que un niño naciera con esa condición (sin contar que la mayoría de esos embarazos terminaban en aborto espontáneo). Y ese día, en ese consultorio, Negrito le hizo a nuestro futuro hijo el regalo más grande de amor que puede hacer un padre: renunciaría a su genética, aceptaba hacer el tratamiento con donante, porque quería cuidar a nuestro futuro bebé de las consecuencia que podría traerle el ser concebido con un espermatozoide alterado cromosómicamente. Y ese día lo amé más que nunca. Sabía de parejas que ante una situación así, se peleaban, separaban o se decidían a abandonar el sueño de ser padres. Pero no Negrito. Se me había cerrado una gran puerta al encontrarnos con el diagnóstico XXY, pero Negrito me había abierto una enorme ventana, una ventana llena de amor y de esperanza.
A la semana siguiente, también visitamos a la genetista, quien nos dijo que no solo le preocupaba el problema de los cromosomas, sino también la edad de ambos. Ninguno de los dos éramos ya tan jóvenes, y eso también podría traerle problemas a nuestro futuro bebé. Nos dijo que la semana siguiente fuéramos a por un informe que ella haría para la obra social.
El mismo día que había que retirar ese informe, yo tenía consulta con la ginecóloga. Así que quedamos en que Negrito iría a retirar el informe mientra yo esperaba en la sala de espera del consultorio de la ginecóloga. Negrito llegó unos 10 o 15 minutos antes que me atendieran a mi, y me contó que estuvo hablando mucho con la genetista y, si bien ella sugería realizar otros estudios, entre ellos el FISH y una biopsia testicular, también le había dicho que la mejor decisión que podríamos tomar era hacer el tratamiento con donante (yo se lo había mencionado a la genetista como una opción que estaríamos dispuestos a tomar). Así que estaba completamente convencido. Y cuando entramos al consultorio de la ginecóloga se lo hizo saber a la doctora. Vamos con donante. De alguna manera, ese gran escollo, esa gran lucha que iba a tener que librar ¡Negrito la había terminado tan fácil!
La doctora estaba agradablemente sorprendida. Sabía muy bien que para un hombre no era una decisión fácil de tomar... Luego nos derivó a un doctor en la misma clínica, que sería el encargado de tomarnos los datos para empezar a buscar donante. Si todo salía bien, al mes siguiente ya podía comenzar mi segunda FIV. ¡Estaba exultante! pero por el otro lado, tenía un poco de miedo. ¿Y si Negrito se arrepentía en algún momento? También estaba muy enojada, con Dios, con la vida, el destino. Tantos irresponsables engendran hijos, para luego desecharlos como basura, en un horrendo aborto planificado. Y nosotros que queríamos ser papás, ¡nos pasaba todo esto! Era injusto. Sé que no soy quien para cuestionar la Voluntad de Dios, pero no podía sacarme de la cabeza que era injusto. ¡Por qué nos tenía que pasar todo esto a nosotros? Al mismo tiempo, en mi país se estaba debatiendo si legalizar o no el aborto, y veía hordas de mujeres y algunos hombres enloquecidos, como poseídos, gritando, haciendo muecas y rituales horrendos para que aprobaran esa maldita ley. Y nos veía a mi y a Negrito, escalando el Everest para lograr ser papás...
Fui a la obra social, le mostre a la auditora el informe de la genetista, pero antes que ella dijera algo o pusiera reparos en la cobertura del FISH, le aclaré que habíamos decidido ir con donante. Aunque hiciéramos el Fish y diera mas o menos bien, siempre habría riesgo de que concibiéramos un bebé con Klinefelter, y las consecuencias eran, desde infertilidad del futuro bebé a retrasos mentales y/o motrices, de leves a gravísimos. La doctora de auditoria estuvo totalmente de acuerdo. Así que unos días después, le llevé la autorización para hacer la segunda FIV, con donante. Una nueva esperanza, bañada en un gran acto de amor. Era casi Mayo ya, estaban haciendo los primeros días fríos. Pero el sol brillaba por la ventana y calentaba mi alma.
viernes, 1 de noviembre de 2019
Espiritual
Esto que voy a contar ahora pasó un poco después que volviéramos de las vacaciones, y unos días antes que empezara mi terapia psicológica.
El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.
Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.
De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.
Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.
El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.
Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.
De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.
Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.
Bajo el agua
El último día de playa hubo un clima hermoso. Pude nadar en las ola hasta cansarme. Amaba la sensación de las olas levantando mi cuerpo como si no pesara nada, y podía ver cómo rompían unos metros más allá de nosotros, con violencia. Amaba meterme debajo de esas olas, sentir que el agua me rodeaba, me envolvía por completo, porque en esos instantes, bajo el agua, no se sentía nada, sólo la fuerza y la frescura del mar.
Volvimos de las vacaciones y también volvimos al millón de problemas y conflictos familiares. Pero además, teníamos otro pequeño problema, al día siguiente, Negrito debía ir a sacarse sangre de nuevo para el cariotipo. Fuimos, y por suerte, no se demoraron mucho en extraerle la sangre. El pobre estaba blanco como un papel, no le gustan mucho las agujas. Aunque se lo tomó con humor. Yo esperaba que no hubiera que someterlo a más análisis, al menos por un buen tiempo.
Por otra parte, yo empezaría unos días después a ir a una psicóloga que me ayudaría a encontrar herramientas para a saber solucionar mis problemas de una mejor manera... Recuerdo el primer día que fui, estaba un poco reacia. La idea de que empezara terapia había sido de Negrito, él había buscado a la profesional y me sacó el turno. Lloré en esa sesión, por mis bebés, por mis ilusiones y sueños rotos, hecha un mar de lágrimas. Pero cuando terminó la sesión, me di cuenta de lo importante que era la terapia, y cuánto la necesitaba para que elaborara mi duelo, la pérdida de mis bebés, y muchas otras cosas más en forma correcta.
El 15 de febrero mi sobrino cumplía años y lo festejaba en el famoso camping, el que estuvimos la última vez que tuve a mis bebitos en la panza. Una mezcla de emociones me embargaba. La determinación de disfrutar ese día con mi sobrino amado, la ansiedad y la nostalgia de recordar ese día en que fui tan feliz sabiéndome embarazada, y la tristeza sin fin que me embargó al día siguiente, cuando me dieron el nefasto resultado de la beta, que había comenzado a bajar. Tocó un día soleado, caluroso, espectacular para disfrutar la pileta, cosa que no había podido hacer en noviembre pasado. Y traté de disfrutarlo lo máximo posible. El agua de la pileta estaba espectacular. Mi familia se estaba divirtiendo y pasando buenos momentos, quizá... a partir de ahora todo iría bien y en marzo haría mi segunda FIV...
Salí de la pileta, y no se por qué, se me dio por mirar el teléfono. Tenía un mensaje de mi doctora. Me preguntaba el nombre completo de mi marido y si podía pasarle unas fotos con los resultados del último espermograma que se había hecho. Le dije que estaba en un cumpleaños, fuera de casa, que a la noche se lo pasaría, pero ¿Por qué necesitaba esos datos con urgencia? ¿Qué había pasado?
Me dijo: lo siento, no me gusta dar estas noticias por teléfono, hubiera querido hacerlo en persona pero... a tu marido le dio una alteración en el cariotipo. Vamos a tener que hacer más estudios. Y luego decidiremos como continuamos... Le dije que no se preocupara, que yo era fuerte, pero por dentro sentía arrugarme, morirme, deshacerme, desaparecer como el polvo...
Yo tenía una idea de lo que significaba el cariotipo alterado: gran riesgo de que los embriones tengan una alteración genética y terminen en embarazos bioquímicos, o abortos espontáneos o, si lograban sobrevivir, niños con serios problemas de salud. Y también significaba otra cosa, o mejor dicho, dos caminos a seguir: tendríamos que analizar los embriones con un estudio llamado DGP (diagnostico genético pre-implantacional), con el cual nunca he estado de acuerdo, porque significa el descarte de embriones vivos. O hacer los próximos tratamientos con donante de esperma. Y Negrito, un día que estábamos discutiendo sobre el tema, había sido muy claro: si haces el tratamiento con donante, yo me voy de casa...
Me prendí un cigarrillo. Fui al borde de la pileta. Conversé por unos minutos con mi hermano, el que tenía el problema en la sangre. Le pregunté como estaba. Y luego me tiré al agua. Nadé hasta la parte más profunda, donde no hacía pie. Mi hermano ya no me prestaba atención. Me hundí. Nuevamente rodeada de agua. No había más nada. Por sólo unos pocos segundos evalué la idea de quedarme ahí por siempre, hundida en el agua. Sin tener que enfrentar semejante batalla que me esperaba ahora. Pero desestimé la idea de inmediato. No le podía hacer algo así a mi sobrino. No lo haría. Luego pensé, ¡Qué ironía de la vida! unos años atrás, este mismo día, también sentí una sensación parecida, cuando Negrito había discutido mal con el médico que me había realizado mi primera y única inseminación. Esa fecha, ese camping... quedarían marcados para siempre en mi vida. Salí de la pileta y fui a secarme. Ya estaba empezando a ocultarse el sol.
Nadie notó nada, guardé mi angustia muy profundamente dentro mío. Ya lucharía más tarde. Ahora, debía seguir sonriendo, por mi sobrino, por mi familia, que hacía mucho no pasaba un buen momento. Tenía que seguir sonriendo. Cuando llegara a casa, y cuando tuviera el cariotipo de ambos en mis manos, investigaría a qué me estaba enfrentando ahora.
Volvimos de las vacaciones y también volvimos al millón de problemas y conflictos familiares. Pero además, teníamos otro pequeño problema, al día siguiente, Negrito debía ir a sacarse sangre de nuevo para el cariotipo. Fuimos, y por suerte, no se demoraron mucho en extraerle la sangre. El pobre estaba blanco como un papel, no le gustan mucho las agujas. Aunque se lo tomó con humor. Yo esperaba que no hubiera que someterlo a más análisis, al menos por un buen tiempo.
Por otra parte, yo empezaría unos días después a ir a una psicóloga que me ayudaría a encontrar herramientas para a saber solucionar mis problemas de una mejor manera... Recuerdo el primer día que fui, estaba un poco reacia. La idea de que empezara terapia había sido de Negrito, él había buscado a la profesional y me sacó el turno. Lloré en esa sesión, por mis bebés, por mis ilusiones y sueños rotos, hecha un mar de lágrimas. Pero cuando terminó la sesión, me di cuenta de lo importante que era la terapia, y cuánto la necesitaba para que elaborara mi duelo, la pérdida de mis bebés, y muchas otras cosas más en forma correcta.
El 15 de febrero mi sobrino cumplía años y lo festejaba en el famoso camping, el que estuvimos la última vez que tuve a mis bebitos en la panza. Una mezcla de emociones me embargaba. La determinación de disfrutar ese día con mi sobrino amado, la ansiedad y la nostalgia de recordar ese día en que fui tan feliz sabiéndome embarazada, y la tristeza sin fin que me embargó al día siguiente, cuando me dieron el nefasto resultado de la beta, que había comenzado a bajar. Tocó un día soleado, caluroso, espectacular para disfrutar la pileta, cosa que no había podido hacer en noviembre pasado. Y traté de disfrutarlo lo máximo posible. El agua de la pileta estaba espectacular. Mi familia se estaba divirtiendo y pasando buenos momentos, quizá... a partir de ahora todo iría bien y en marzo haría mi segunda FIV...
Salí de la pileta, y no se por qué, se me dio por mirar el teléfono. Tenía un mensaje de mi doctora. Me preguntaba el nombre completo de mi marido y si podía pasarle unas fotos con los resultados del último espermograma que se había hecho. Le dije que estaba en un cumpleaños, fuera de casa, que a la noche se lo pasaría, pero ¿Por qué necesitaba esos datos con urgencia? ¿Qué había pasado?
Me dijo: lo siento, no me gusta dar estas noticias por teléfono, hubiera querido hacerlo en persona pero... a tu marido le dio una alteración en el cariotipo. Vamos a tener que hacer más estudios. Y luego decidiremos como continuamos... Le dije que no se preocupara, que yo era fuerte, pero por dentro sentía arrugarme, morirme, deshacerme, desaparecer como el polvo...
Yo tenía una idea de lo que significaba el cariotipo alterado: gran riesgo de que los embriones tengan una alteración genética y terminen en embarazos bioquímicos, o abortos espontáneos o, si lograban sobrevivir, niños con serios problemas de salud. Y también significaba otra cosa, o mejor dicho, dos caminos a seguir: tendríamos que analizar los embriones con un estudio llamado DGP (diagnostico genético pre-implantacional), con el cual nunca he estado de acuerdo, porque significa el descarte de embriones vivos. O hacer los próximos tratamientos con donante de esperma. Y Negrito, un día que estábamos discutiendo sobre el tema, había sido muy claro: si haces el tratamiento con donante, yo me voy de casa...
Me prendí un cigarrillo. Fui al borde de la pileta. Conversé por unos minutos con mi hermano, el que tenía el problema en la sangre. Le pregunté como estaba. Y luego me tiré al agua. Nadé hasta la parte más profunda, donde no hacía pie. Mi hermano ya no me prestaba atención. Me hundí. Nuevamente rodeada de agua. No había más nada. Por sólo unos pocos segundos evalué la idea de quedarme ahí por siempre, hundida en el agua. Sin tener que enfrentar semejante batalla que me esperaba ahora. Pero desestimé la idea de inmediato. No le podía hacer algo así a mi sobrino. No lo haría. Luego pensé, ¡Qué ironía de la vida! unos años atrás, este mismo día, también sentí una sensación parecida, cuando Negrito había discutido mal con el médico que me había realizado mi primera y única inseminación. Esa fecha, ese camping... quedarían marcados para siempre en mi vida. Salí de la pileta y fui a secarme. Ya estaba empezando a ocultarse el sol.
Nadie notó nada, guardé mi angustia muy profundamente dentro mío. Ya lucharía más tarde. Ahora, debía seguir sonriendo, por mi sobrino, por mi familia, que hacía mucho no pasaba un buen momento. Tenía que seguir sonriendo. Cuando llegara a casa, y cuando tuviera el cariotipo de ambos en mis manos, investigaría a qué me estaba enfrentando ahora.
viernes, 18 de octubre de 2019
Duelo perinatal
Una de las cosas más difíciles que puede haber en esta vida es hacer un duelo perinatal. Creo que es uno de los sufrimientos más terribles, silenciosos e incomprendidos. Y más si el deceso del bebé ocurre durante las primeras semanas de embarazo. ¿Cómo le puede doler tanto? ¿Cómo puede sentirse tan mal si ni siquiera lo vio, ni lo tuvo en brazos, ni lo sintió moverse en su interior? ¿Si apenas lo tuvo unos días en su vientre? ¡Que no se queje! va a poder seguir durmiendo hasta tarde, no va a tener que preocuparse por comprar pañales ni desvelarse por cólicos y llantos... Uff si quiere yo le doy uno de los míos, yo ya tengo tres y son unos terremotos...
Esos, y muchos más son algunos de los típico comentarios que recibimos las mujeres que no hemos podido tener hijos. Los comentarios de por sí, son estúpidos e hirientes, cero empatía. Pero cuando te los dicen luego de perder días atrás un embarazo, ¡por más que haya sido un embarazo de una semana! es una puñalada directo a tu ya destrozado corazón. Así que la próxima, ¡cierra la boca y no los digas! ¡Porque no importa si lo tuve unas horas, 9 meses, o 50 años conmigo, fue mi hijo cada segundo de su corta vida! En fin, algunos de esos comentarios, y muchos otros igual de dolorosos, recibí, y como siempre, callé, aguanté las lágrimas, trate de simular una sonrisa. Y dejé pasar las horas, los días.
Me hicieron una ecografía para ver si no quedaban restos del embarazo, ya que no sangraba. Fue muy triste, porque en la sala de espera habían varias embarazadas felices con sus panzas, y yo sabía que entraba para que me dijeran que ya no había bebé... La ecografía fue muy molesta y dolorosa, porque no se lograba visualizar mi ovario derecho, asi que el ecografo tuvo que prácticamente "revolverme" las entrañas, para poder ver bien toda la cavidad uterina y asegurarse que no quedara nada. Y no se vio nada, ni saquito ni embrión, nada, sólo el endometrio engrosado. Al finalizar, el ecógrafo me dijo algo que fue una de las cosas más crueles que tuve que escuchar: "vaya a saber si realmente hubo embarazo...". Le repliqué que tenía un test de embarazo y tres betas en sangre positivas (segunda y tercera habían ido bajando, 264 y 151 respectivamente, pero por el numero se seguían considerando positivas) que decían que SÍ había habido embarazo. Pero sentí como si le hubieran querido robar un poco de su corta vida, de su dignidad de ser y existir a mis pobres bebés. Salí conteniendo las lágrimas al baño, donde pude desahogarme y me fui de ahí.
La doctora me dijo que si en unos días no empezaba a sangrar debía inyectarme un medicamento, porque el endometrio seguía muy grueso y debía despedirlo todo. Por suerte, un día después de esa funesta ecografía empece el sangrado. Fue como una menstruación el triple de larga, duró más de 10 días, y el triple de dolorosa. La doctora también pidió nuevos estudios, uno de ellos llamado cariotipo, que analiza si la persona tiene células con fallas cromosómicas. Y luego de las vacaciones me harían una histeroscopía, todo para ver si encontraban la causa de la falla de implantación del bebé...
Mi hermana había vuelto a entrar en un pozo depresivo, no tenía tiempo de seguir haciendo duelo. Tenía que, otra vez, ocuparme de ella, que no se haga daño, que no se mate. Y para los mismos días Negrito insistía en irnos de vacaciones. A la playa, a una linda ciudad. En otro momento hubiera sido feliz con la propuesta, pero en esos días, lo único que deseaba era morir yo también. Pero tenía que callar mi dolor, esconderlo. Había otras cosas de las que ocuparse, la depresión de mi hermana, la enfermedad de mi hermano... Un día después de que mi segunda beta hubiera dado mal, mi hermano habia internado muy grave, con un problema inmunológico en la sangre: púrpura trombocipenia. Estuvo un par de días en el hospital, y luego deberia controlarse estrictamente todos los meses el valor de las plaquetas en sangre. No encontraban la causa de lo que le habia pasado. ¿Estres porque se estaba separando? ¿Alguna enfermedad autoinmune? En ese momento no lo sabía, pero eso sería la punta de un iceberg que descubriría después.
Finalmente, mi hermana decidió comenzar terapia con una psicóloga y me aseguró que podía irme de vacaciones tranquila. No le creí mucho, pero no podía decirle a Negrito que se fuera solo, ya lo había hecho una vez y no había sido nada justo con el, dejarlo solo para hacer de niñera de mi hermana. No lo haría de nuevo. No esta vez. Así que partimos rumbo al mar. 20 horas o más de viaje porque a Negrito le gusta ir parando, sacar fotos, etc. Al menos la mitad o más de esas horas me las pasé con un rosario en mano, rezando, rogando que cuando estuviera lejos no sucediera una desgracia con ningún familiar mio. Que llegara a casa en unos 10 días y estuviera todo bien.
Las vacaciones estuvieron muy lindas, ¡no quería volver! Me sentía casi libre. Con la libertad de dejar que, por unos días aunque sea, otros se hicieran cargo de mantener a mi hermana a flote, de cuidar a mi hermano y a mis padres... Era uno de nuestros últimos días en la playa, hermoso y soleado. Yo llegaba justo a tirarme a descansar en la arena luego de haber nadado un rato, cuando sentí el teléfono. Ni se cómo lo sentí, porque el ruido y la música en la playa eran infernales. Contesté, y era del laboratorio donde nos habían hecho el cariotipo a ambos.
"Necesitamos que su esposo vuelva a sacarse sangre, podría venir mañana?". ¡Imposible! les dije, "estamos a mas de 1000 km de distancia, pero volvemos en unos días, en cuanto volvamos nos acercamos para que se saque sangre otra vez. ¿Pero pasó algo malo?" me corrió un escalofrío. "Nada solo necesitan mas sangre para analizar. A veces pasa...". La respuesta no me dejó del todo tranquila, asi que averigüé en unos grupos de facebook y alguna chicas me dijeron que les había pasado lo mismo, pero que luego les había dado bien los resultados. Eso me dejó más tranquila y traté de sacarme esa preocupación de la mente. Me quedaban unos días más de playa. Cuando llegáramos a casa, volvería a tomar sobre mis hombros el mundo de problemas que me esperaban allá...
Esos, y muchos más son algunos de los típico comentarios que recibimos las mujeres que no hemos podido tener hijos. Los comentarios de por sí, son estúpidos e hirientes, cero empatía. Pero cuando te los dicen luego de perder días atrás un embarazo, ¡por más que haya sido un embarazo de una semana! es una puñalada directo a tu ya destrozado corazón. Así que la próxima, ¡cierra la boca y no los digas! ¡Porque no importa si lo tuve unas horas, 9 meses, o 50 años conmigo, fue mi hijo cada segundo de su corta vida! En fin, algunos de esos comentarios, y muchos otros igual de dolorosos, recibí, y como siempre, callé, aguanté las lágrimas, trate de simular una sonrisa. Y dejé pasar las horas, los días.
Me hicieron una ecografía para ver si no quedaban restos del embarazo, ya que no sangraba. Fue muy triste, porque en la sala de espera habían varias embarazadas felices con sus panzas, y yo sabía que entraba para que me dijeran que ya no había bebé... La ecografía fue muy molesta y dolorosa, porque no se lograba visualizar mi ovario derecho, asi que el ecografo tuvo que prácticamente "revolverme" las entrañas, para poder ver bien toda la cavidad uterina y asegurarse que no quedara nada. Y no se vio nada, ni saquito ni embrión, nada, sólo el endometrio engrosado. Al finalizar, el ecógrafo me dijo algo que fue una de las cosas más crueles que tuve que escuchar: "vaya a saber si realmente hubo embarazo...". Le repliqué que tenía un test de embarazo y tres betas en sangre positivas (segunda y tercera habían ido bajando, 264 y 151 respectivamente, pero por el numero se seguían considerando positivas) que decían que SÍ había habido embarazo. Pero sentí como si le hubieran querido robar un poco de su corta vida, de su dignidad de ser y existir a mis pobres bebés. Salí conteniendo las lágrimas al baño, donde pude desahogarme y me fui de ahí.
La doctora me dijo que si en unos días no empezaba a sangrar debía inyectarme un medicamento, porque el endometrio seguía muy grueso y debía despedirlo todo. Por suerte, un día después de esa funesta ecografía empece el sangrado. Fue como una menstruación el triple de larga, duró más de 10 días, y el triple de dolorosa. La doctora también pidió nuevos estudios, uno de ellos llamado cariotipo, que analiza si la persona tiene células con fallas cromosómicas. Y luego de las vacaciones me harían una histeroscopía, todo para ver si encontraban la causa de la falla de implantación del bebé...
Mi hermana había vuelto a entrar en un pozo depresivo, no tenía tiempo de seguir haciendo duelo. Tenía que, otra vez, ocuparme de ella, que no se haga daño, que no se mate. Y para los mismos días Negrito insistía en irnos de vacaciones. A la playa, a una linda ciudad. En otro momento hubiera sido feliz con la propuesta, pero en esos días, lo único que deseaba era morir yo también. Pero tenía que callar mi dolor, esconderlo. Había otras cosas de las que ocuparse, la depresión de mi hermana, la enfermedad de mi hermano... Un día después de que mi segunda beta hubiera dado mal, mi hermano habia internado muy grave, con un problema inmunológico en la sangre: púrpura trombocipenia. Estuvo un par de días en el hospital, y luego deberia controlarse estrictamente todos los meses el valor de las plaquetas en sangre. No encontraban la causa de lo que le habia pasado. ¿Estres porque se estaba separando? ¿Alguna enfermedad autoinmune? En ese momento no lo sabía, pero eso sería la punta de un iceberg que descubriría después.
Finalmente, mi hermana decidió comenzar terapia con una psicóloga y me aseguró que podía irme de vacaciones tranquila. No le creí mucho, pero no podía decirle a Negrito que se fuera solo, ya lo había hecho una vez y no había sido nada justo con el, dejarlo solo para hacer de niñera de mi hermana. No lo haría de nuevo. No esta vez. Así que partimos rumbo al mar. 20 horas o más de viaje porque a Negrito le gusta ir parando, sacar fotos, etc. Al menos la mitad o más de esas horas me las pasé con un rosario en mano, rezando, rogando que cuando estuviera lejos no sucediera una desgracia con ningún familiar mio. Que llegara a casa en unos 10 días y estuviera todo bien.
Las vacaciones estuvieron muy lindas, ¡no quería volver! Me sentía casi libre. Con la libertad de dejar que, por unos días aunque sea, otros se hicieran cargo de mantener a mi hermana a flote, de cuidar a mi hermano y a mis padres... Era uno de nuestros últimos días en la playa, hermoso y soleado. Yo llegaba justo a tirarme a descansar en la arena luego de haber nadado un rato, cuando sentí el teléfono. Ni se cómo lo sentí, porque el ruido y la música en la playa eran infernales. Contesté, y era del laboratorio donde nos habían hecho el cariotipo a ambos.
"Necesitamos que su esposo vuelva a sacarse sangre, podría venir mañana?". ¡Imposible! les dije, "estamos a mas de 1000 km de distancia, pero volvemos en unos días, en cuanto volvamos nos acercamos para que se saque sangre otra vez. ¿Pero pasó algo malo?" me corrió un escalofrío. "Nada solo necesitan mas sangre para analizar. A veces pasa...". La respuesta no me dejó del todo tranquila, asi que averigüé en unos grupos de facebook y alguna chicas me dijeron que les había pasado lo mismo, pero que luego les había dado bien los resultados. Eso me dejó más tranquila y traté de sacarme esa preocupación de la mente. Me quedaban unos días más de playa. Cuando llegáramos a casa, volvería a tomar sobre mis hombros el mundo de problemas que me esperaban allá...
domingo, 25 de agosto de 2019
Estrella fugaz
El viernes 23 fui a hacerme la beta. Sentia un poco de nervios y ansiedad, pero estaba bastante tranquila. Pensé "qué raro todo esto... Tantas chicas pasan por este análisis sin saberlo y yo ya sé el resultado! positivo". Estaba embarazada. Tenia mi test de embarazo con dos rayitas, ¡si, al fin dos!!! guardada en mi mesa de luz.
Ese día en la tarde esperaba ansiosa el resultado. Necesitaba la confirmación de que estaba embarazada. Necesitaba asegurarme que mis dos pollitos estaban ahí conmigo. Que el test de embarazo positivo no había sido un sueño (de todas formas lo miraba a cada rato). Al fin me escribió la doctora. "Ya sabemos que es positivo". Y a los pocos segundos escribía un número que se me grabaría a fuego en el corazón: 358. Positivo!!!
Ahí estaba mi confirmación, estaba re embarazada! Pero el numero era un poco bajito para que hubieran dos pollitos implantados. Y fue lo primero que le pregunté a la doctora, después de agradecerle por las felicitaciones. "¿Pero no es bajo para dos embriones?". Me contestó que para ella había quedado uno solo. Y sentí una sensación muy rara. La tristeza de saber que uno de mis bebitos no lo había logrado, pero a su vez la inmensa felicidad de estar embarazada, de ser mamá! ¡Iba a tener un hijo!
De inmediato le escribí a negrito y le conté. También le dije que debíamos seguir siendo prudentes, ya que el lunes me repetirían la beta y está debía duplicar para saber que el embarazo seguía su curso normalmente. Y en un par de semanas más la primera ecografía...
Mis padres ya lo sabían, porque la mañana que me dio el test positivo no había podido aguantar y quise darles la alegría. Aunque también les había aclarado que debíamos ser precavidos, que todavía faltaban análisis y ecografía. Luego de saber que la beta era positiva, pasé a contárselo al resto de mis hermanos (mi hermana gemela ya sabía del embarazo desde que me había dado el test positivo...).
Ahí por primera vez, al contar la beta positiva y confirmar el embarazo es que sentí un pinchacito en el alma raro. Se me vino a la mente todas las veces que había leído u oído que los embarazos se anuncian después del tercer mes, que es cuando deja de haber peligro de aborto. Sin embargo deseché esa nubecita negra de mi cabeza. ¿Por qué a mi justo me iba a ir mal? mis hermanas y cuñadas lo contaron prácticamente después de salir del baño con el pipitest positivo. ¿Por qué yo no iba a poder? Ellas habían cursado sus embarazos sin problemas después de anunciarlo de inmediato. ¿Por qué yo no?
Pasé el resto del viernes y el sábado en una nube de felicidad. Los problemas, las angustias venían, me tocaban pero yo no dejaba que entraran en mi corazón. Tenía que cuidar a mi bebé. Ahora era responsable de su vida y su bienestar. Así que no iba a dejar que las malas vibras me tocaran. Fui a mi casa más tarde y negrito me daba besitos y acariciaba mi panza.
El domingo festejaba su cumpleaños un sobrino mío. Fuimos a un camping. fue un hermoso día. cálido, lleno de risas. ¡Y yo era tan feliz!... Ese día, no se cómo, si por mi, que la felicidad se escapaba de mis poros, o por mi mamá que hizo algunos comentarios, se terminó enterando todo el mundo de mi embarazo. Y mezclado con la felicidad que sentía, volví a experimentar ese pinchacito en el alma. Esa nubecita negra que me decía que debía haber sido más prudente y no contarlo todavía... Pero volví a espantarla, nada me arruinaría mi felicidad. Mi bebé estaba conmigo. Por ahí sentía algunos pinchazos y dolores en el útero. como cólicos leves, pero mi hermana menor, que en ese entonces ya cursaba su tercer mes de embarazo, me dijo que era normal, que ella aún sentía breves cólicos... Así que no bebía preocuparme.
El lunes 26 nos levantamos temprano con negrito. Tocaba ir a repetir la beta. El iba tomando mate en el auto y no se qué movimiento hice que terminé derramando parte del agua del termo, pero no me hice mucho problema. Mi bebé estaba conmigo. Era feliz... O trataba de serlo. a medida que iban pasando las horas, el sol se escondía y la doctora no me escribía con el resultado, me iba poniendo cada vez más nerviosa. En un par de días más entraría en la semana 6 de embarazo. La primer beta la había recibido en el departamento de mi hermana, pero esta vez ya estaba en mi casa y la doctora todavía no escribía. Había cenado ya ¿o no? No recuerdo bien. Sólo se que pasadas las 22 hs recién me escribió. Primero se disculpó por la demora, me dijo algo como que habían cambiado el sistema y recién había podido ver el resultado. Y me dio el segundo número que se me grabaría a fuego en mi mente, sólo que esta vez se clavó como puñalada en mi corazón: 264. No había duplicado. Había bajado... Todavía seguía alta la beta ¿quizá mi pollito seguía aferrándose a la vida para ese entonces? Pero había bajado... La doctora me escrbió algo más, que quería repetir el resultado el miércoles, porque le parecía raro. Había tenido una muy buena primera beta. No había sido bajita, entonces no se explicaba cómo ahora no había subido...
Pero yo sabía lo que eso significaba, el embarazo estaba llegando a su fin. Negrito me vio y me preguntó qué me había dicho la doctora. Yo solo atiné a decirle... "se me fueron" "Los bebés se me fueron". Luego traté de explicarle que el análisis había dado mal, que la doctora quería repetir el miércoles la beta. Y él se aferró a eso. Y me retó, que no empezara a malograr las cosas con mi mente. Que si la doctora quería repetir el análisis era porque había esperanzas... ¡Y yo quería aferrarme a esa esperanza! Pero yo sentía en lo más profundo de mi corazón que mis bebés, ahora ambos, se me habían ido al cielo...
Ese día en la tarde esperaba ansiosa el resultado. Necesitaba la confirmación de que estaba embarazada. Necesitaba asegurarme que mis dos pollitos estaban ahí conmigo. Que el test de embarazo positivo no había sido un sueño (de todas formas lo miraba a cada rato). Al fin me escribió la doctora. "Ya sabemos que es positivo". Y a los pocos segundos escribía un número que se me grabaría a fuego en el corazón: 358. Positivo!!!
Ahí estaba mi confirmación, estaba re embarazada! Pero el numero era un poco bajito para que hubieran dos pollitos implantados. Y fue lo primero que le pregunté a la doctora, después de agradecerle por las felicitaciones. "¿Pero no es bajo para dos embriones?". Me contestó que para ella había quedado uno solo. Y sentí una sensación muy rara. La tristeza de saber que uno de mis bebitos no lo había logrado, pero a su vez la inmensa felicidad de estar embarazada, de ser mamá! ¡Iba a tener un hijo!
De inmediato le escribí a negrito y le conté. También le dije que debíamos seguir siendo prudentes, ya que el lunes me repetirían la beta y está debía duplicar para saber que el embarazo seguía su curso normalmente. Y en un par de semanas más la primera ecografía...
Mis padres ya lo sabían, porque la mañana que me dio el test positivo no había podido aguantar y quise darles la alegría. Aunque también les había aclarado que debíamos ser precavidos, que todavía faltaban análisis y ecografía. Luego de saber que la beta era positiva, pasé a contárselo al resto de mis hermanos (mi hermana gemela ya sabía del embarazo desde que me había dado el test positivo...).
Ahí por primera vez, al contar la beta positiva y confirmar el embarazo es que sentí un pinchacito en el alma raro. Se me vino a la mente todas las veces que había leído u oído que los embarazos se anuncian después del tercer mes, que es cuando deja de haber peligro de aborto. Sin embargo deseché esa nubecita negra de mi cabeza. ¿Por qué a mi justo me iba a ir mal? mis hermanas y cuñadas lo contaron prácticamente después de salir del baño con el pipitest positivo. ¿Por qué yo no iba a poder? Ellas habían cursado sus embarazos sin problemas después de anunciarlo de inmediato. ¿Por qué yo no?
Pasé el resto del viernes y el sábado en una nube de felicidad. Los problemas, las angustias venían, me tocaban pero yo no dejaba que entraran en mi corazón. Tenía que cuidar a mi bebé. Ahora era responsable de su vida y su bienestar. Así que no iba a dejar que las malas vibras me tocaran. Fui a mi casa más tarde y negrito me daba besitos y acariciaba mi panza.
El domingo festejaba su cumpleaños un sobrino mío. Fuimos a un camping. fue un hermoso día. cálido, lleno de risas. ¡Y yo era tan feliz!... Ese día, no se cómo, si por mi, que la felicidad se escapaba de mis poros, o por mi mamá que hizo algunos comentarios, se terminó enterando todo el mundo de mi embarazo. Y mezclado con la felicidad que sentía, volví a experimentar ese pinchacito en el alma. Esa nubecita negra que me decía que debía haber sido más prudente y no contarlo todavía... Pero volví a espantarla, nada me arruinaría mi felicidad. Mi bebé estaba conmigo. Por ahí sentía algunos pinchazos y dolores en el útero. como cólicos leves, pero mi hermana menor, que en ese entonces ya cursaba su tercer mes de embarazo, me dijo que era normal, que ella aún sentía breves cólicos... Así que no bebía preocuparme.
El lunes 26 nos levantamos temprano con negrito. Tocaba ir a repetir la beta. El iba tomando mate en el auto y no se qué movimiento hice que terminé derramando parte del agua del termo, pero no me hice mucho problema. Mi bebé estaba conmigo. Era feliz... O trataba de serlo. a medida que iban pasando las horas, el sol se escondía y la doctora no me escribía con el resultado, me iba poniendo cada vez más nerviosa. En un par de días más entraría en la semana 6 de embarazo. La primer beta la había recibido en el departamento de mi hermana, pero esta vez ya estaba en mi casa y la doctora todavía no escribía. Había cenado ya ¿o no? No recuerdo bien. Sólo se que pasadas las 22 hs recién me escribió. Primero se disculpó por la demora, me dijo algo como que habían cambiado el sistema y recién había podido ver el resultado. Y me dio el segundo número que se me grabaría a fuego en mi mente, sólo que esta vez se clavó como puñalada en mi corazón: 264. No había duplicado. Había bajado... Todavía seguía alta la beta ¿quizá mi pollito seguía aferrándose a la vida para ese entonces? Pero había bajado... La doctora me escrbió algo más, que quería repetir el resultado el miércoles, porque le parecía raro. Había tenido una muy buena primera beta. No había sido bajita, entonces no se explicaba cómo ahora no había subido...
Pero yo sabía lo que eso significaba, el embarazo estaba llegando a su fin. Negrito me vio y me preguntó qué me había dicho la doctora. Yo solo atiné a decirle... "se me fueron" "Los bebés se me fueron". Luego traté de explicarle que el análisis había dado mal, que la doctora quería repetir el miércoles la beta. Y él se aferró a eso. Y me retó, que no empezara a malograr las cosas con mi mente. Que si la doctora quería repetir el análisis era porque había esperanzas... ¡Y yo quería aferrarme a esa esperanza! Pero yo sentía en lo más profundo de mi corazón que mis bebés, ahora ambos, se me habían ido al cielo...
domingo, 28 de abril de 2019
El brillo del sol
Mi betaespera no fue como la de muchas chicas, la primera semana estuve tranquila, sí, un poco ansiosa, pero dentro de todo, tranquila. Era mi primera FIV. Sabía que la mayoría de las chicas lo lograba recién al segundo o tercer o más intentos. Así que todavía tenía muchas chances por delante. Además me embargaba la sensación de que ya estaba embarazada. Al saber que mis bebés ya tenían vida,independientemente de que implantaran o no, ya me hacía sentir madre. Esa primera semana pasó con normalidad, incluso un sábado me fui de compras con mi hermana y todo. No quería quedarme mucho tiempo en cama porque había leído que quedarse quieta en cama, no ayudaba a la irrigación del útero.
La segunda semana comencé a preocuparme. El domingo 18 a medianoche noté un par de manchitas marrón clarito, pero pensé que sería flujo o por la progesterona. Igual me asusté, y le envié un mensaje a mi doctora. Me contestó que era normal y que mientras no empezara a sangrar rojo franco que no me preocupara.El lunes el manchado se había convertido de marrón claro, a oscuro y a la noche casi negro y con olor fuerte. Pero la doctora me dijo que no me preocupara, que era pronto para ser el periodo, así que debía estar tranquila, ¿no es así?
El martes tenía todos los síntomas de que era menstruación lo que me estaba por bajar. Pinchazos en el útero, lolas hinchadas, incluso me habían salido algunos granitos y tenía un poco de dolor de cabeza. Sólo que las manchas seguían siendo marrón oscuro, casi negro. No rojas. Parecían sangre vieja. Me asusté. En el trabajo se lo comenté a una colega, que le avisó a mis supervisores y me enviaron a casa a hacer reposo. Me sentía re culpable, porque pensé, para qué me mandan a hacer reposo si no me está ocurriendo anda raro, es sólo la puttt..... menstruación que está viniendo, no quedé embarazada...
Ya tenía experiencia en pasar por esa desilusión. En mi anterior betaespera en mi única IA había empezado a manchar unos 5 días antes de la beta y era menstruación. O sea, ni siquiera llegué a hacerme el análisis de sangre. Y ahora pensé: ¿Otra vez? ¿De nuevo ni siquiera voy a llegar a la beta? ¿Cómo me puede estar pasando esto de nuevo? Le escribí de nuevo a mi doctora, que me tranquilizó y me mandó a hacer reposo.
Pero no tengo certificado médico, le dije. No puedo faltar al trabajo así.
Vení mañana a la mañana que te hago un certificado.
Me acosté ese martes en la noche y me lloré todo. Ni siquiera había llegado a la beta... ¡otra vez!
Miércoles 21 de madrugada. Tenía un test de embarazo guardado desde hacía un par de meses. Por las dudas. Pensé en hacérmelo. Para que la menstruación llegara finalmente y me hundiera en la tristeza de una vez, pero al menos no seguiría con esa incertidumbre. Siempre me había pasado que era cuestión que me hiciera un test de embarazo para que el periodo apareciera, así que esta vez ocurriría lo mismo... ¿o no? Había pasado toda la noche con un poco de asco, y levantándome a cada rato al baño. Viendo el papel manchado marrón casi negro... Si me hacía el test, que seguro daría negativo, la menstruación vendría de una vez por todas y dejaría de torturarme con ese cuentagotas...
Hice el test, espere un par de minutos y me atreví a mirarlo. Total, seguro estaba blanco nuclear, como todos los anteriores test en mis 10 años de búsqueda del embarazo...
No estaba blanco, había una tenue rayita... ¿Cómo? lo saqué del recipiente. Sí, había un rayita tenue, tímida, pero real. REAL. REAL!!!
En 10 años jamás había podido ver esa segunda rayita. ¡Pero ahí estaba! No era un sueño, ni una ilusión. Sabía que era normal que fuera suavecita porque me faltaban unos días para la beta. Estábamos a miércoles 21 y la beta era el viernes 23.
Volví a colocarlo asustada en el recipiente casi de inmediato. Lo había sacado incluso antes de los 3 minutos reglamentarios. Después que pasó un minuto más volví a agarrarlo. Sí, la rayita marcando el positivo, seguía ahí. Estaba definitivamente embarazada. Y fui feliz, tenía miedo, estaba nerviosa. Asustada. Pero muy feliz. Dios me había hecho el milagro ¡ESTABA EMBARAZADA!
Fui al dormitorio, creo que eran las 6 o 6.30 de la madrugada. Le saqué una foto y se la envié a mi hermana. ¿La ves? Le pregunté. Hay una segunda rayita, ¿también la ves? Al rato me contestó que sí. Estaba feliz por mí también.
A las 8 am se levantó negrito y se lo conté. Negro, yo se que vos siempre te enojabas cuando compraba un test de embarazo porque decías que era tirar plata... pero yo tenía guardado uno y esta mañana me lo hice... y dio positivo! Estoy embarazada! Vamos a tener un bebé!
Negrito estaba como medio incrédulo. Sorprendido, medio adormilado todavía... Atinó primero a retarme porque había pensado que él se iba a enojar por el test. PEro luego estaba muy feliz también. Me besó la panza.
Igual tenemos que ser prudentes Negro, le dije. Hay que esperar al análisis de sangre y luego la primera ecografía...
Fuimos charlando todo el camino hasta el consultorio de la doctora, para que me diera el certificado para el trabajo. No se lo contaríamos a nadie todavía, excepto a mi mamá, que me había acompañado a hacerme la transferencia y me había apoyado mucho todo el tiempo. y por supuesto a mi papá también. Ellos dos lo sabrían primero, por ahora. Aparte de mi hermana que ya había visto la foto del test casero.
Pasé a ver a la doctora y mientras me hacía el certificado le conté que me había hecho un test de embarazo. Me preguntó que resultado había salido. Y se lo mostré.
Vio el test y me dijo ¡Estas embarazada! Yo lo sabía. ese manchado que tenés es de implantación, sabía que es buena señal.
Yo largué un sollozo de felicidad. Doctora, he esperado 10 años para que me dijeran eso...
Salí del consultorio feliz. La doctora me lo había confirmado. El test era positivo. Teníamos que ser prudentes y esperar a la beta, pero el test era positivo, sin dudas.
Sentía como si tuviera el sol en el pecho, y todo mi ser brillaba con luz. Mi alma, mi corazón brillaban de felicidad. Mis dos solcitos, mis bebés, ¡se habían quedado conmigo! o al menos uno de ellos se había quedado conmigo. ¡Estaba embarazada!
La segunda semana comencé a preocuparme. El domingo 18 a medianoche noté un par de manchitas marrón clarito, pero pensé que sería flujo o por la progesterona. Igual me asusté, y le envié un mensaje a mi doctora. Me contestó que era normal y que mientras no empezara a sangrar rojo franco que no me preocupara.El lunes el manchado se había convertido de marrón claro, a oscuro y a la noche casi negro y con olor fuerte. Pero la doctora me dijo que no me preocupara, que era pronto para ser el periodo, así que debía estar tranquila, ¿no es así?
El martes tenía todos los síntomas de que era menstruación lo que me estaba por bajar. Pinchazos en el útero, lolas hinchadas, incluso me habían salido algunos granitos y tenía un poco de dolor de cabeza. Sólo que las manchas seguían siendo marrón oscuro, casi negro. No rojas. Parecían sangre vieja. Me asusté. En el trabajo se lo comenté a una colega, que le avisó a mis supervisores y me enviaron a casa a hacer reposo. Me sentía re culpable, porque pensé, para qué me mandan a hacer reposo si no me está ocurriendo anda raro, es sólo la puttt..... menstruación que está viniendo, no quedé embarazada...
Ya tenía experiencia en pasar por esa desilusión. En mi anterior betaespera en mi única IA había empezado a manchar unos 5 días antes de la beta y era menstruación. O sea, ni siquiera llegué a hacerme el análisis de sangre. Y ahora pensé: ¿Otra vez? ¿De nuevo ni siquiera voy a llegar a la beta? ¿Cómo me puede estar pasando esto de nuevo? Le escribí de nuevo a mi doctora, que me tranquilizó y me mandó a hacer reposo.
Pero no tengo certificado médico, le dije. No puedo faltar al trabajo así.
Vení mañana a la mañana que te hago un certificado.
Me acosté ese martes en la noche y me lloré todo. Ni siquiera había llegado a la beta... ¡otra vez!
Miércoles 21 de madrugada. Tenía un test de embarazo guardado desde hacía un par de meses. Por las dudas. Pensé en hacérmelo. Para que la menstruación llegara finalmente y me hundiera en la tristeza de una vez, pero al menos no seguiría con esa incertidumbre. Siempre me había pasado que era cuestión que me hiciera un test de embarazo para que el periodo apareciera, así que esta vez ocurriría lo mismo... ¿o no? Había pasado toda la noche con un poco de asco, y levantándome a cada rato al baño. Viendo el papel manchado marrón casi negro... Si me hacía el test, que seguro daría negativo, la menstruación vendría de una vez por todas y dejaría de torturarme con ese cuentagotas...
Hice el test, espere un par de minutos y me atreví a mirarlo. Total, seguro estaba blanco nuclear, como todos los anteriores test en mis 10 años de búsqueda del embarazo...
No estaba blanco, había una tenue rayita... ¿Cómo? lo saqué del recipiente. Sí, había un rayita tenue, tímida, pero real. REAL. REAL!!!
En 10 años jamás había podido ver esa segunda rayita. ¡Pero ahí estaba! No era un sueño, ni una ilusión. Sabía que era normal que fuera suavecita porque me faltaban unos días para la beta. Estábamos a miércoles 21 y la beta era el viernes 23.
Volví a colocarlo asustada en el recipiente casi de inmediato. Lo había sacado incluso antes de los 3 minutos reglamentarios. Después que pasó un minuto más volví a agarrarlo. Sí, la rayita marcando el positivo, seguía ahí. Estaba definitivamente embarazada. Y fui feliz, tenía miedo, estaba nerviosa. Asustada. Pero muy feliz. Dios me había hecho el milagro ¡ESTABA EMBARAZADA!
Fui al dormitorio, creo que eran las 6 o 6.30 de la madrugada. Le saqué una foto y se la envié a mi hermana. ¿La ves? Le pregunté. Hay una segunda rayita, ¿también la ves? Al rato me contestó que sí. Estaba feliz por mí también.
A las 8 am se levantó negrito y se lo conté. Negro, yo se que vos siempre te enojabas cuando compraba un test de embarazo porque decías que era tirar plata... pero yo tenía guardado uno y esta mañana me lo hice... y dio positivo! Estoy embarazada! Vamos a tener un bebé!
Negrito estaba como medio incrédulo. Sorprendido, medio adormilado todavía... Atinó primero a retarme porque había pensado que él se iba a enojar por el test. PEro luego estaba muy feliz también. Me besó la panza.
Igual tenemos que ser prudentes Negro, le dije. Hay que esperar al análisis de sangre y luego la primera ecografía...
Fuimos charlando todo el camino hasta el consultorio de la doctora, para que me diera el certificado para el trabajo. No se lo contaríamos a nadie todavía, excepto a mi mamá, que me había acompañado a hacerme la transferencia y me había apoyado mucho todo el tiempo. y por supuesto a mi papá también. Ellos dos lo sabrían primero, por ahora. Aparte de mi hermana que ya había visto la foto del test casero.
Pasé a ver a la doctora y mientras me hacía el certificado le conté que me había hecho un test de embarazo. Me preguntó que resultado había salido. Y se lo mostré.
Vio el test y me dijo ¡Estas embarazada! Yo lo sabía. ese manchado que tenés es de implantación, sabía que es buena señal.
Yo largué un sollozo de felicidad. Doctora, he esperado 10 años para que me dijeran eso...
Salí del consultorio feliz. La doctora me lo había confirmado. El test era positivo. Teníamos que ser prudentes y esperar a la beta, pero el test era positivo, sin dudas.
Sentía como si tuviera el sol en el pecho, y todo mi ser brillaba con luz. Mi alma, mi corazón brillaban de felicidad. Mis dos solcitos, mis bebés, ¡se habían quedado conmigo! o al menos uno de ellos se había quedado conmigo. ¡Estaba embarazada!
sábado, 27 de abril de 2019
10 estrellas
El día anterior me habían aspirado los óvulos. Hoy la doctora debía informarme si habíamos logrado embriones. Estaba nerviosa y muy ansiosa. Pero debía disimular, porque estaba en una jornada de exposiciones de mi universidad. Y estaba también rodeada de colegas. miraba cada dos por tres el celular, esperando que llegara un mensaje de mi doctora, pero nada. No escribía. Pasaban las horas y ninguna noticia. Pasado el mediodía no aguanté más y le escribí yo. Al ratito me contestó.
Si! hay buenas noticias! 10 embriones!
Por un momento el mundo, mi mundo se me detuvo. Era mamá de 10. que no estaban conmigo, estaban a algunos km de distancia, custodiados en un laboratorio. Pero eran míos, mis bebés, mis hijos. Los 10. ¡Tenía 10 hijos! Yo creo firmemente que la vida comienza desde la concepción. No habían tenido la concepción en un acto de amor y pasión, como hubiera querido, como quisiéramos todas. Pero habían sido concebidos. 10 almitas, 10 personitas en su primer estadio de desarrollo me esperaban. Eran mis bebés. Son mis bebés. Sé que algún día, podré ver sus caritas. Los amé desde el mismo instante en que supe de su concepción. Los amo cada día de mi vida.
¿Cómo seguimos ahora doctora? Me dijo que esperaríamos unos días hasta que llegaran a blastocito y luego haríamos la transferencia.
Hasta el sexto día no abrirían la incubadora, así que llegué a la clínica esperando mi transferencia sin tener idea de qué había pasado con mis 10 bebés. ¿Seguirían con vida? ¿cómo habrían evolucionado? Yo los amaba, los amo a los 10, los quería a los 10 conmigo. Pero sabía que médicamente era imposible, que sólo transferirían uno o dos y los demás los congelarían para futuras transferencias. En mi inexperiencia nunca se me pasó por la cabeza que no sobrevivirían algunos. Pensé, ilusamente, que los 10 me esperarían. Hasta que estaba esperando, vestida para ir a quirófano de nuevo,que quizá no fuera así. Comencé a recordar caso que había leído, donde chicas a punto de ser transferidas, se encontraban con la tristísima noticia de que ningún embrión había sobrevivido. Y no me llamaban para transferir. Si no me llamaban, y la enfermera me decía que espere y espere... es porque algo, algo no muy bueno había pasado en el laboratorio.
No sé cuánto tiempo esperé, pero finalmente me hicieron pasar al quirófano, y ahí me tranquilicé un poco. Si me hacían pasar es porque había embriones para transferir. Ya estaba preparada en a camilla. Entró la doctora al quirófano y me saludó.
Tenemos un embrión excelente, blastocito AA, el que todas quisieran lograr. Y uno blastocito inicial. Vamos a transferir los dos.
¿Y los otros? qué pasó con los demás embriones?
Se han detenido, están malos, con las células aglutinadas... No entendí mucho lo que me quiso decir, pero me sentía feliz y muy triste al mismo tiempo. Tenía dos blastocitos, uno hermoso,el otro incial, pero blastocito al fin. Pero 8 de mis bebés se habían quedado en el camino. Los había perdido. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Tenía dos bebés todavía. Había perdido 8. Perdónenme bebitos míos. Yo no quería que se fueran. Quería que se quedaran conmigo...
Ladoctora comenzó a limpiar bien la zona. Se sentía frío, y me dolió un poco. Puso el espéculo, y dejaron sólo una luz tenue. Me dijeron que mirara el monitor, mientras acercaban la cánula con los dos embrioncitos, mis bebitos, habcia mi aparato reproductor.
Mirá, que podés ver una lucecita cuando entre el líquido con el embrioncito, aquí va uno, y aquí va el otro...
Aún con los ojos llenos de lágrimas alcancé a verlos. Retiraron el espéculo y me llevaron nuevamente a la habitación. Había otra chica en la habitación, que también esperaba ser transferida, y con la que había charlado un poco anes que me llamaran a quirófano.
Entré con los ojos cerrados, no quería hablar en esos momentos, quería absorber todas las emociones que estaba sintiendo, felicidad, tristeza, esperanza...
Pero la chica a los pocos minutos me preguntó, ¿Y como fue?. Le conté brevemente que me transfirieron dos embriones, pero por suerte la llamaron a ella a quirófano y quedé sola por un momento. Luego entró mi mamá que había ido a acompañarme. Y a los pocos minutos la doctora. Me dijo algunas palabras de aliento y le pregunté si había chances con el embrión que era inicial.
Me repitió que el primer embrión era excelente, el que todas quisieran lograr, y que el otro también tenía chances, puesto que era un blasto. Luego puso sus manos en mi panza y les dijo a los embriones:
Y ustedes, quédense con mamá! Por un momento, quedé desorientada. ¿por qué le decía a los embriones que se quedaran con mi mamá? Al segundo caí en la cuenta que a "mamá" era yo. Yo era mamá. Tenía a mis dos hijos en mi panza. Sólo había que rezar mucho para que se quedaran conmigo y no se fueran al cielo también,con sus hermanitos. Comenzaba la famosa "betaespera"... Dentro de unos 10 días sabría si podía gritar al mundo ¡sí, se puede! o no...
Mi primera FIV
Ese día me acompañaba mi hermana a la clínica de fertilidad,como dije antes, ella me estuvo dando todo este tiempo empujones virtuales, apoyo emocional, para que no claudicara y poder tener la oportunidad de hacer mi primer FIV. POrque yo quería intentar una nueva IA, pero la doctora fue muy honesta, no creía que con otra IA tuviéramos mejores resultados. Lo mejor era pasar a alta complejidad de una vez.
Y así lo hicimos. Tenía el papel autorizado en mano. Fui a la clínica unos días antes del turno con mi doctora para asegurarme que el papel estaba correcto, que no había nada que me impidiera comenzar el tratamiento esta vez. Entré al consultorio y se lo mostré ala doctora.
Todo perfecto, me dijo, en cuanto te venga el periodo arrancamos.
Pero, pero pero... estaba un poco shockeada. doctora, me viene en unos dos o tres días, ya arrancamos? en unos días!
Sí, me repite, en cuanto empieces a sangrar empezamos con los pinchazos. Sali del consultorio saltando de la alegría, emocionada, ansiosa...
La menstruación se me adelantó dos días, pero no importaba. Fui a hacerme la primera ecografía. Estaba todo bien. Y ahí me entregó la doctora gran parte de la medicación que tendría que colocarme. Me enseñó a pincharme y me puso la primera dosis de medicación ahí mismo. Pinchacito en la panza y listo.
¡Al fin! había comenzado mi tratamiento! Las chances de lograr el embarazo con FIV son más altas que con la IA. Pero de todas formas tenía algunos miedos. Había leído suficientes testimonios en internet para saber que muchas chicas no respondía a la medicación. que no se lograban folículos, o que los folículos no contenían óvulos maduros, o estaban vacíos... Pero todo se fue resolviendo bien. Sí respondí a la medicación, y obtuve varios folículos buenos en cada ovario. Entre 7 y 10 por ovario. Un buen número. Mi endometrio también estaba creciendo bien. Eso era muy buena señal!
Estaba llegando el día de la aspiración de óvulos y mientras me pinchaba las últimas inyecciones (los últimos tres días creo que fueron tres inyecciones por día), recordaba mi primer pinchazo sola. En la IA siempre me había pinchado Negrito, y eran pocas inyecciones. Para la FIV fueron un montón y decidí pincharme sola. Con la primera inyección mis manos temblaban. Para estar tranquila, había esperado que Negrito se fuera al mercado a comprar y así me encontré sola, con todo preparado y la aguja apuntando mi panza. Por un momento me congelé y pensé ¡qué estúpida! debía haber esperado que esté Negrito por si no me animaba a pincharme. Ahora qué puedo hacer? tengo la inyección preparada y no me queda otra que inyectarme sola... Tomé un rollito de mi panza y pum... hundí la aguja cerca del ombligo. No sentí casi nada. Jaja, era más fácil de lo que pensaba. Y así seguí pinchándome solita el resto de la medicación.
Llegó el día de la punción. Otra vez en el quirófano para ser sedada. Gracis al sEñor, porque sé que si te aplican sedación parcial, es algo molesto el procedimiento. Pero con la sedación total, es como dormirse una linda y reparadora siestita. Mi único miedo era que esos lindos folículos que tenía no tuvieran óvulos buenos... Desperté y al rato me dieron la noticia, habían conseguido 16 óvulos! 4 parece que estaban inmaduros, pero el resto, eran aptos para fertilizar!
Un montón, bromeé... puedo donar incluso jaja. Me reía, estaba contenta, de 16 óvulos, 12 buenos... todo indicaba que iba viento en popa.
Al día siguiente me dirían cúantos embriones se habían logrado. Usarían la técnica ICSI porque la muestra de Negrito había sido regular. Pero de todas formas, había muy buen pronóstico. Y eso me dejó tranquila, pero ansiosa a la vez. ¿Lograría finalmente tener embrioncitos míos?
Subiendo escalones.
Hace tanto tiempo, casi dos años o mas? que no escribía, y hay mucho para contar.
Tenía tanto miedo de volver a enfrentarme con la obra social. Nunca salía con respuestas, nunca algo concreto, siempre evasivas, esperas, ilusiones, y nada más... Pero en mayo de 2018 el destino, Dios mejor dicho, me sonrió con una sorpresa. Un nuevo trabajo y una nueva obra social. Una que al menos hasta hoy cumple con la Ley de fertilidad como corresponde. Y sin embargo no podía evitar sentir miedo... miedo de luchar y seguir con los brazos vacíos...
Hasta que mi hermana se propuso darme de empujones (virtuales) para que hiciera mi primer tratamiento. Así fue como volví a la clínica de fertilidad donde me realicé mi primera y única IA. Esta vez elegí una doctora,ya que Negrito decía que se sentiría más cómodo. comenzaron los estudios de rutina y zasssss en la ecografía mamaria un nódulo birads 4. Susto, biopsia, esperar casi 30 días por el resultado (Dame paciencia Señor!) y no era nada, benigno. Más estudio... hormonas, controladas. Ecografía ginecológica, todo bien. Histerosalpingografía... ¡otra vez! Ese estudio, el terror de las infértiles que recién comienzan con la parte clínica de buscar un bebé... El estudio más temido y doloroso... Y debía hacérmelo otra vez.
Pero esta vez lo haría en otro lugar, en otro instituto, donde fueron sumamente amables y contenedores. Y no dolió nada... pero nada de nada! Ni siquiera sentí una molestia. salí riéndome del instituto preguntando a los médicos ¿y el dolor para cuando?. Se lo comenté a mi doctora cuando miraba el estudio. Pero ella no estaba muy sonriente. Miraba nuevamente el estudio y lo volvía a mirar.
Algo no está bien, me dijo.
Pero cómo? si el informe dice trompas permeables, todo normal...
Sí, continuó, pero no veo que el líquido traspase hacia no se donde... ya no escuchaba la explicación. No lo podía creer. Otro escollo más. ¿Hasta cuando?
Debemos operar lo más pronto posible. Me parece que podrías tener endometriosis y mientras más rápido lo sepamos mejor.
Así que me fui del consultorio con los ovarios en la garganta, y preparándome mentalmente para tener en una semana mi primera cirugía con sedación total. Hasta ese momento jamás me habían dormido. Todas las cirugías que me habia hecho, que no eran muchas, habían sido con anestesia parcial...
En fin, que una semana después me encontré por primera vez en un quirofano, a punto de ser sedada totalmente. Pero la cirugía no me daba miedo. Me daba miedo lo que pudieran encontrar adentro... ¿Tendría algo que hiciera mi útero inservible para anidar un hijo? ¿Me despertaría con la noticia de que era estéril,que mi útero no servía para albergar bebés?
mis miedos eran infundados, no tenía endometriosis, gracias a Dios, ni ninguna otra cosa que me impidiera ser madre... Entonces vamos subiendo escalones!
A la semana la doctora me vio para hacerme las curaciones en las heridas y me dio los papeles para presentar en la obra social. Una vez que estuviera todo autorizado, debía avisarle para comenzar con el tratamiento...
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