viernes, 1 de noviembre de 2019

Espiritual

Esto que voy a contar ahora pasó un poco después que volviéramos de las vacaciones, y unos días antes que empezara mi terapia psicológica.

El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.

Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.

De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.

Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.

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