El último día de playa hubo un clima hermoso. Pude nadar en las ola hasta cansarme. Amaba la sensación de las olas levantando mi cuerpo como si no pesara nada, y podía ver cómo rompían unos metros más allá de nosotros, con violencia. Amaba meterme debajo de esas olas, sentir que el agua me rodeaba, me envolvía por completo, porque en esos instantes, bajo el agua, no se sentía nada, sólo la fuerza y la frescura del mar.
Volvimos de las vacaciones y también volvimos al millón de problemas y conflictos familiares. Pero además, teníamos otro pequeño problema, al día siguiente, Negrito debía ir a sacarse sangre de nuevo para el cariotipo. Fuimos, y por suerte, no se demoraron mucho en extraerle la sangre. El pobre estaba blanco como un papel, no le gustan mucho las agujas. Aunque se lo tomó con humor. Yo esperaba que no hubiera que someterlo a más análisis, al menos por un buen tiempo.
Por otra parte, yo empezaría unos días después a ir a una psicóloga que me ayudaría a encontrar herramientas para a saber solucionar mis problemas de una mejor manera... Recuerdo el primer día que fui, estaba un poco reacia. La idea de que empezara terapia había sido de Negrito, él había buscado a la profesional y me sacó el turno. Lloré en esa sesión, por mis bebés, por mis ilusiones y sueños rotos, hecha un mar de lágrimas. Pero cuando terminó la sesión, me di cuenta de lo importante que era la terapia, y cuánto la necesitaba para que elaborara mi duelo, la pérdida de mis bebés, y muchas otras cosas más en forma correcta.
El 15 de febrero mi sobrino cumplía años y lo festejaba en el famoso camping, el que estuvimos la última vez que tuve a mis bebitos en la panza. Una mezcla de emociones me embargaba. La determinación de disfrutar ese día con mi sobrino amado, la ansiedad y la nostalgia de recordar ese día en que fui tan feliz sabiéndome embarazada, y la tristeza sin fin que me embargó al día siguiente, cuando me dieron el nefasto resultado de la beta, que había comenzado a bajar. Tocó un día soleado, caluroso, espectacular para disfrutar la pileta, cosa que no había podido hacer en noviembre pasado. Y traté de disfrutarlo lo máximo posible. El agua de la pileta estaba espectacular. Mi familia se estaba divirtiendo y pasando buenos momentos, quizá... a partir de ahora todo iría bien y en marzo haría mi segunda FIV...
Salí de la pileta, y no se por qué, se me dio por mirar el teléfono. Tenía un mensaje de mi doctora. Me preguntaba el nombre completo de mi marido y si podía pasarle unas fotos con los resultados del último espermograma que se había hecho. Le dije que estaba en un cumpleaños, fuera de casa, que a la noche se lo pasaría, pero ¿Por qué necesitaba esos datos con urgencia? ¿Qué había pasado?
Me dijo: lo siento, no me gusta dar estas noticias por teléfono, hubiera querido hacerlo en persona pero... a tu marido le dio una alteración en el cariotipo. Vamos a tener que hacer más estudios. Y luego decidiremos como continuamos... Le dije que no se preocupara, que yo era fuerte, pero por dentro sentía arrugarme, morirme, deshacerme, desaparecer como el polvo...
Yo tenía una idea de lo que significaba el cariotipo alterado: gran riesgo de que los embriones tengan una alteración genética y terminen en embarazos bioquímicos, o abortos espontáneos o, si lograban sobrevivir, niños con serios problemas de salud. Y también significaba otra cosa, o mejor dicho, dos caminos a seguir: tendríamos que analizar los embriones con un estudio llamado DGP (diagnostico genético pre-implantacional), con el cual nunca he estado de acuerdo, porque significa el descarte de embriones vivos. O hacer los próximos tratamientos con donante de esperma. Y Negrito, un día que estábamos discutiendo sobre el tema, había sido muy claro: si haces el tratamiento con donante, yo me voy de casa...
Me prendí un cigarrillo. Fui al borde de la pileta. Conversé por unos minutos con mi hermano, el que tenía el problema en la sangre. Le pregunté como estaba. Y luego me tiré al agua. Nadé hasta la parte más profunda, donde no hacía pie. Mi hermano ya no me prestaba atención. Me hundí. Nuevamente rodeada de agua. No había más nada. Por sólo unos pocos segundos evalué la idea de quedarme ahí por siempre, hundida en el agua. Sin tener que enfrentar semejante batalla que me esperaba ahora. Pero desestimé la idea de inmediato. No le podía hacer algo así a mi sobrino. No lo haría. Luego pensé, ¡Qué ironía de la vida! unos años atrás, este mismo día, también sentí una sensación parecida, cuando Negrito había discutido mal con el médico que me había realizado mi primera y única inseminación. Esa fecha, ese camping... quedarían marcados para siempre en mi vida. Salí de la pileta y fui a secarme. Ya estaba empezando a ocultarse el sol.
Nadie notó nada, guardé mi angustia muy profundamente dentro mío. Ya lucharía más tarde. Ahora, debía seguir sonriendo, por mi sobrino, por mi familia, que hacía mucho no pasaba un buen momento. Tenía que seguir sonriendo. Cuando llegara a casa, y cuando tuviera el cariotipo de ambos en mis manos, investigaría a qué me estaba enfrentando ahora.
Dicen que los bebés vienen de un repollo, otros que los traen las cigüeñas, otros dicen que bajan de las estrellas y vienen a posarse en el vientre de las futuras mamás. Bueno, para las mujeres con diagnóstico de infertilidad, como yo, no nos es tan fácil. El repollo quizá se ha secado, la cigüeña perdió el camino, y las nubes tapan las estrellitas y por eso nuestros bebés no pueden alcanzarnos. Entonces yo decidí que voy a construir yo un caminito de estrellas que me lleve hacia mis bebés.
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