domingo, 24 de noviembre de 2019

Preguntas sin respuestas

Mi doctora estaba segura que esta vez lo lograríamos. Al final los ovarios estaban respondiendo bien a la estimulación de folículos, la trombofilia estaba controlada con su correspondiente medicación y habíamos sorteado el problema genético. Ya había conseguido la implantación de al menos un embrión en la primera FIV. Así que teníamos muchas chances de que esta saliera bien.

¡Tenía tantas esperanzas de que esta vez lo lográramos! Sabía que sería muy bendecida si las dos Fiv me dieran positivas. Muchas chicas pasan por muchos tratamientos antes de conseguir un positivo y yo había tenido mucha suerte que ya a la primera me hubiera dado positivo (aunque después lo hubiera perdido). Pero quizá la vida me reservaba la sorpresa...

El lunes 20 de mayo me hicieron la punción, y mis ovarios se portaron regio: 11 óvulos maduros. Luego, al día siguiente me informaron que se habían formado 8 embrioncitos, ¡muy buen número! Esta vez estaba preparada para que me dieran la noticia de que algunos o varios se habían detenido en el camino. Es la selección natural de la vida. Biología. No podía hacer nada, más que rezar para que Dios me concediera al menos unos 3 embrioncitos de buena calidad. Pensaba en, al menos, 3 porque en la transferencia me pondrían dos y así podría guardar un embrioncito para una transferencia posterior, ya sea porque esta Fiv no funcionara o para buscar el hermanito....

Esta vez no los podían dejar llegar a blasto porque justo caería la transferencia el sábado 25 de mayo. Los sábados hacen transferencias pero el 25 de mayo era feriado nacional. Y excepto la gente de laboratorio, los demás, enfermeros, anestesistas, etc no irían. Así que pondríamos embriones de 4 días.

En la habitación había otra chica esperando su transferencia, estuvimos hablando un rato pero no tenía muchas ganas de conversar. Estaba muy nerviosa y llena de preguntas ¿Habrían sobrevivido mis bebés? ¿Cuántos embriones me quedarían? ¿Qué calidad? Hasta que no me llamaran a quirófano, no me quedaría tranquila, ya que si me llamaban es porque habíamos conseguido embriones para transferir... Pasó la otra chica a su transferencia, y a los 5 minutos de traerla de vuelta me llamaron a mi.

Me acostaron en la camilla, me ataron las piernas y comenzaron a desinfectar la zona pélvica. Vino la doctora y me saludó con una sonrisa. Y le pregunté: Bueno doc, ¿cuántos embrioncitos conseguimos? _¡No se! me dijo con vos cantarina, ahí vamos a ver en el laboratorio... Y se dio media vuelta para entrar al pequeño cuarto donde están las incubadoras. Yo sólo veía un pequeño sector de ese cuarto, un doctor trabajando ahí y la voz de mi doctora que hablaba con él. Sentí que mencionaban la palabra mórula, pero no entendí nada más. Y mi cabeza palpitaba.... ¡¿Me ataron a la camilla del quirófano sin siquiera estar seguros de que había un embrión al menos apto para ser transferido?! ¿Y si ahora salía la doc y me decía que me levantara y me fuera a mi casa, que no quedaba nada? Mi cabeza explotaba con esas preguntas sin respuesta. Hasta que entró la doctora nuevamente.
- Vamos a transferir una mórula de 4 días, muy bonita, y van a quedar en observación dos o tres más que vienen más lento, pero puede que podamos congelarlos. Y otra vez un millón de preguntas ¿Cómo? ¿Sólo habíamos conseguido UN buen embrión? ¿Por qué? si antes había conseguido dos blastos. ¿Y sólo me iban a poner uno? (Yo siempre tuve la ilusión de quedar de mellis). ¿Cómo que sólo uno? ¿Qué había pasado? ¿Y los demás embriones? Sentía que se me iban llenando los ojos de lágrimas. Si con dos blastos había logrado un positivo que duró sólo unos días. ¿Cómo iba a lograrlo con sólo una mórula?

Algunas de esas preguntas se las hice, en forma balbuceante a la doctora. Me explicó que había un nuevo protocolo donde se disponía que no transfirieran más de un embrión, para evitar embarazos múltiples y sus consecuentes riesgos. La mórula era una muy bonita, con muchas chances. Y no, no influía si transferían uno sólo, tenía muchas chances igual. Si tenía que prender, iba a hacerlo, aunque sólo fuera una.

Apagaron la luz y comenzó la transferencia. Tenía la vejiga muy llena y me provocaba dolor cuando pasaban el aparatito del ecógrafo. Aún así, con mil preguntas y con un buen grado de angustia en la cabeza, traté de disfrutar el momento. Iba a recibir dentro mío a mi bebé, a mi bella morulita y merecía que su mamá le diera todo el amor del mundo desde el primer momento. Así que fui mirando la pantalla del ecógrafo y pude ver cómo transferían a mi bebito dentro de mi útero. Una lucecita, no quería pensar en estrellas, estrellas se les dice a los bebés que fallecen. Mi morulita era una lucecita. Hermosa, fuerte, VIVA.

Una vez terminada la transferencia, la enfermera me dijo que esperara unos 5 a 10 minutos para ir al baño y que la doctora iría a darme las recetas e indicaciones necesaria de la betaespera. Vino la doctora, y me dijo que al día siguiente, el día feriado, me avisarían si los otros embrioncitos llegaban a blasto, para criopreservarlos. Recé tanto para que fuera así. Pero al mediodía del día 25 de mayo me confirmó que del laboratorio habían dicho que ninguno había sobrevivido. Tenía ya 19 estrellas en el cielo. 10 de la primera Fiv y 7 de esta segunda.

Pasé la betaespera con mucho estrés, las cosas en mi familia no estaban bien. Mil problemas, algunos nuevos, más los de siempre. El trabajo que también generaba estrés... Y el miedo. Tenía mucho miedo. Y si no funcionaba esta Fiv ¿Que haría? Otra vez había logrado muchos embriones pero poquitos de buena calidad, que sobrevivieran. ¿Por qué? ¿Qué pasaba conmigo? Si esta Fiv no funcionaba, tendría que hacer una tercera. ¿Y si la obra social no quería cubrirme más? Y si tenía que empezar a luchar con abogados? ¿Y si...?

Tampoco podía evitar ir comparando síntomas. Mi primera Fiv, positiva, había tenido manchado de implantación y dolores premenstruales. Y en esta betaespera ese manchado no aparecía... Sí los dolores premenstruales. Había calculado que entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio el manchado de implantación debía aparecer. Pero no lo hizo. Leí en internet que no siempre aparecía ese manchado. Que algunas chicas lo habían tenido en un primer embarazo y en el segundo no... Si no aparecía, no significaba que era negativo...

Tenía mi beta el miércoles 5 de junio. Pero el lunes 3 no aguanté la ansiedad y me hice un test casero. Negativo. Ni sombra de la rayita que había visto en la primera Fiv. Ese lunes a la noche comencé a manchar un poco. Rojizo. Diferente al manchado que había tenido en la primera Fiv. Sabía lo que era. Ni siquiera había llegado a la beta. Se me había adelantado un par de días la menstruación. Le escribí a la doctora y me dijo que hiciera la beta a la mañana siguiente. Fui a hacer la beta, pero ya sabía el resultado. Ya estaba menstruando. Cuando llegué al trabajo, fui al baño y al verme sentada, toallita empapada en sangre, no pude evitar romper en llanto. Mi bebé se había ido. Tenía 20 estrellas. A la tarde me entregaron el resultado de la beta: 2.

Me sentía quebrada. No lo había logrado. Mi bebé se había ido al cielo a jugar con sus hermanitos. Y yo me había quedado sola. Desesperada. Destrozada. Mi bebé no se había quedado conmigo. Fui a las pocas semanas a hablar con mi doctora. No había explicaciones, había sido mala suerte. El embrión era bonito, pero la biología es así... Y viendo mi cara de angustia, me aconsejó que vaya al psicólogo. - Ya estoy yendo! le dije. Me respondió: bueno, porque te hace falta porque veo que estás rota y tenes que sanar. Y así me sentía, rota. ROTA. Sabía que luego volvería a tener fuerzas para luchar, pero en esos momentos, estaba completamente rota.








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