Mi doctora estaba segura que esta vez lo lograríamos. Al final los ovarios estaban respondiendo bien a la estimulación de folículos, la trombofilia estaba controlada con su correspondiente medicación y habíamos sorteado el problema genético. Ya había conseguido la implantación de al menos un embrión en la primera FIV. Así que teníamos muchas chances de que esta saliera bien.
¡Tenía tantas esperanzas de que esta vez lo lográramos! Sabía que sería muy bendecida si las dos Fiv me dieran positivas. Muchas chicas pasan por muchos tratamientos antes de conseguir un positivo y yo había tenido mucha suerte que ya a la primera me hubiera dado positivo (aunque después lo hubiera perdido). Pero quizá la vida me reservaba la sorpresa...
El lunes 20 de mayo me hicieron la punción, y mis ovarios se portaron regio: 11 óvulos maduros. Luego, al día siguiente me informaron que se habían formado 8 embrioncitos, ¡muy buen número! Esta vez estaba preparada para que me dieran la noticia de que algunos o varios se habían detenido en el camino. Es la selección natural de la vida. Biología. No podía hacer nada, más que rezar para que Dios me concediera al menos unos 3 embrioncitos de buena calidad. Pensaba en, al menos, 3 porque en la transferencia me pondrían dos y así podría guardar un embrioncito para una transferencia posterior, ya sea porque esta Fiv no funcionara o para buscar el hermanito....
Esta vez no los podían dejar llegar a blasto porque justo caería la transferencia el sábado 25 de mayo. Los sábados hacen transferencias pero el 25 de mayo era feriado nacional. Y excepto la gente de laboratorio, los demás, enfermeros, anestesistas, etc no irían. Así que pondríamos embriones de 4 días.
En la habitación había otra chica esperando su transferencia, estuvimos hablando un rato pero no tenía muchas ganas de conversar. Estaba muy nerviosa y llena de preguntas ¿Habrían sobrevivido mis bebés? ¿Cuántos embriones me quedarían? ¿Qué calidad? Hasta que no me llamaran a quirófano, no me quedaría tranquila, ya que si me llamaban es porque habíamos conseguido embriones para transferir... Pasó la otra chica a su transferencia, y a los 5 minutos de traerla de vuelta me llamaron a mi.
Me acostaron en la camilla, me ataron las piernas y comenzaron a desinfectar la zona pélvica. Vino la doctora y me saludó con una sonrisa. Y le pregunté: Bueno doc, ¿cuántos embrioncitos conseguimos? _¡No se! me dijo con vos cantarina, ahí vamos a ver en el laboratorio... Y se dio media vuelta para entrar al pequeño cuarto donde están las incubadoras. Yo sólo veía un pequeño sector de ese cuarto, un doctor trabajando ahí y la voz de mi doctora que hablaba con él. Sentí que mencionaban la palabra mórula, pero no entendí nada más. Y mi cabeza palpitaba.... ¡¿Me ataron a la camilla del quirófano sin siquiera estar seguros de que había un embrión al menos apto para ser transferido?! ¿Y si ahora salía la doc y me decía que me levantara y me fuera a mi casa, que no quedaba nada? Mi cabeza explotaba con esas preguntas sin respuesta. Hasta que entró la doctora nuevamente.
- Vamos a transferir una mórula de 4 días, muy bonita, y van a quedar en observación dos o tres más que vienen más lento, pero puede que podamos congelarlos. Y otra vez un millón de preguntas ¿Cómo? ¿Sólo habíamos conseguido UN buen embrión? ¿Por qué? si antes había conseguido dos blastos. ¿Y sólo me iban a poner uno? (Yo siempre tuve la ilusión de quedar de mellis). ¿Cómo que sólo uno? ¿Qué había pasado? ¿Y los demás embriones? Sentía que se me iban llenando los ojos de lágrimas. Si con dos blastos había logrado un positivo que duró sólo unos días. ¿Cómo iba a lograrlo con sólo una mórula?
Algunas de esas preguntas se las hice, en forma balbuceante a la doctora. Me explicó que había un nuevo protocolo donde se disponía que no transfirieran más de un embrión, para evitar embarazos múltiples y sus consecuentes riesgos. La mórula era una muy bonita, con muchas chances. Y no, no influía si transferían uno sólo, tenía muchas chances igual. Si tenía que prender, iba a hacerlo, aunque sólo fuera una.
Apagaron la luz y comenzó la transferencia. Tenía la vejiga muy llena y me provocaba dolor cuando pasaban el aparatito del ecógrafo. Aún así, con mil preguntas y con un buen grado de angustia en la cabeza, traté de disfrutar el momento. Iba a recibir dentro mío a mi bebé, a mi bella morulita y merecía que su mamá le diera todo el amor del mundo desde el primer momento. Así que fui mirando la pantalla del ecógrafo y pude ver cómo transferían a mi bebito dentro de mi útero. Una lucecita, no quería pensar en estrellas, estrellas se les dice a los bebés que fallecen. Mi morulita era una lucecita. Hermosa, fuerte, VIVA.
Una vez terminada la transferencia, la enfermera me dijo que esperara unos 5 a 10 minutos para ir al baño y que la doctora iría a darme las recetas e indicaciones necesaria de la betaespera. Vino la doctora, y me dijo que al día siguiente, el día feriado, me avisarían si los otros embrioncitos llegaban a blasto, para criopreservarlos. Recé tanto para que fuera así. Pero al mediodía del día 25 de mayo me confirmó que del laboratorio habían dicho que ninguno había sobrevivido. Tenía ya 19 estrellas en el cielo. 10 de la primera Fiv y 7 de esta segunda.
Pasé la betaespera con mucho estrés, las cosas en mi familia no estaban bien. Mil problemas, algunos nuevos, más los de siempre. El trabajo que también generaba estrés... Y el miedo. Tenía mucho miedo. Y si no funcionaba esta Fiv ¿Que haría? Otra vez había logrado muchos embriones pero poquitos de buena calidad, que sobrevivieran. ¿Por qué? ¿Qué pasaba conmigo? Si esta Fiv no funcionaba, tendría que hacer una tercera. ¿Y si la obra social no quería cubrirme más? Y si tenía que empezar a luchar con abogados? ¿Y si...?
Tampoco podía evitar ir comparando síntomas. Mi primera Fiv, positiva, había tenido manchado de implantación y dolores premenstruales. Y en esta betaespera ese manchado no aparecía... Sí los dolores premenstruales. Había calculado que entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio el manchado de implantación debía aparecer. Pero no lo hizo. Leí en internet que no siempre aparecía ese manchado. Que algunas chicas lo habían tenido en un primer embarazo y en el segundo no... Si no aparecía, no significaba que era negativo...
Tenía mi beta el miércoles 5 de junio. Pero el lunes 3 no aguanté la ansiedad y me hice un test casero. Negativo. Ni sombra de la rayita que había visto en la primera Fiv. Ese lunes a la noche comencé a manchar un poco. Rojizo. Diferente al manchado que había tenido en la primera Fiv. Sabía lo que era. Ni siquiera había llegado a la beta. Se me había adelantado un par de días la menstruación. Le escribí a la doctora y me dijo que hiciera la beta a la mañana siguiente. Fui a hacer la beta, pero ya sabía el resultado. Ya estaba menstruando. Cuando llegué al trabajo, fui al baño y al verme sentada, toallita empapada en sangre, no pude evitar romper en llanto. Mi bebé se había ido. Tenía 20 estrellas. A la tarde me entregaron el resultado de la beta: 2.
Me sentía quebrada. No lo había logrado. Mi bebé se había ido al cielo a jugar con sus hermanitos. Y yo me había quedado sola. Desesperada. Destrozada. Mi bebé no se había quedado conmigo. Fui a las pocas semanas a hablar con mi doctora. No había explicaciones, había sido mala suerte. El embrión era bonito, pero la biología es así... Y viendo mi cara de angustia, me aconsejó que vaya al psicólogo. - Ya estoy yendo! le dije. Me respondió: bueno, porque te hace falta porque veo que estás rota y tenes que sanar. Y así me sentía, rota. ROTA. Sabía que luego volvería a tener fuerzas para luchar, pero en esos momentos, estaba completamente rota.
Dicen que los bebés vienen de un repollo, otros que los traen las cigüeñas, otros dicen que bajan de las estrellas y vienen a posarse en el vientre de las futuras mamás. Bueno, para las mujeres con diagnóstico de infertilidad, como yo, no nos es tan fácil. El repollo quizá se ha secado, la cigüeña perdió el camino, y las nubes tapan las estrellitas y por eso nuestros bebés no pueden alcanzarnos. Entonces yo decidí que voy a construir yo un caminito de estrellas que me lleve hacia mis bebés.
domingo, 24 de noviembre de 2019
domingo, 17 de noviembre de 2019
El perezoso
El 8 de Mayo arranqué mi segunda FIV. Fui a la primera ecografía, que es bastante incómoda, ya que hay que hacerla en tu primer o segundi día del periodo y sentís que te manchas entera... La doctora vio mi endometrio, hermoso, sin problemas. Eso me tranquilizaba porque otro estudio que me habían hecho, antes de comenzar la fiv, había sido una histeroscopía, que salió muy bien. Y un ecodoppler, que había salido más o menos, no tenía muy buena irrigación en el útero, y esa también podría haber sido una de las causas de que perdiera mi primer embarazo. También me habían hecho los estudios de trombofilia y habían dado positivos.
Luego de ver el endometrio, pasamos a los ovarios, el izquierdo, muy bien... el derecho... perezoso. Casi no tenía folículos antrales. Y eso no era tan bueno. Por un momento pensé ¿Pero es que siempre me tiene que aparecer algo malo? También me extrañó porque, en general, mi ovario derecho siempre había funcionado un poco mejor que el izquierdo. Salí de la consulta con un montón de recetas y medicación. La doctora usaría un protocolo un poco más agresivo que el primero, dado que mi ovario derecho estaba "reposando", el muy perezoso. Así que esta vez iríamos con una bomba hormonal. Además comenzaría a inyectarme para la trombofilia.
Seguía con ese sentimiento de enojo hacia la vida, por qué tenía que pasar todo esto de nuevo, los pinchazos, llenarme de hormonas, la angustia de la punción, de esperar que produjera cantidad y calidad de óvulos, que estos fertilizaran... ya lo había logrado una vez. ¿Y si esta vez no lo lograba? Estadísticamente sé que iba a ser muy suertuda si en las dos Fiv quedaba embarazada. No se si fue ese rechazo a pasar por lo mismo, si era el miedo a que las cosas volvieran a salir mal, que el día que me tuve que poner la primera inyección, me entró pánico y me puse a llorar. Fui hasta Negrito, y le pedí que me pinchara él. Casí no dolio, pero los primeros dos o tres días de tratamiento tuve que hacer que él me colocara las inyecciones, yo entraba en pánico. Luego me obligué a pincharme e incluso a mirar cuando entraba la aguja. Se me tenía que pasar el miedo. En la primera FIV me había pinchado siempre solita, ¿cómo ahora no iba a poder hacerlo?
Fui a la segunda ecografía, ya sin menstruar, y los ovarios habían mejorado, 4 o 5 folículos en el perezoso (el derecho) y unos 6-7 en el izquierdo. Era un buen número. Volvería a control ecográfico una vez más, y ya me darían la fecha para la nueva punción.
Luego de ver el endometrio, pasamos a los ovarios, el izquierdo, muy bien... el derecho... perezoso. Casi no tenía folículos antrales. Y eso no era tan bueno. Por un momento pensé ¿Pero es que siempre me tiene que aparecer algo malo? También me extrañó porque, en general, mi ovario derecho siempre había funcionado un poco mejor que el izquierdo. Salí de la consulta con un montón de recetas y medicación. La doctora usaría un protocolo un poco más agresivo que el primero, dado que mi ovario derecho estaba "reposando", el muy perezoso. Así que esta vez iríamos con una bomba hormonal. Además comenzaría a inyectarme para la trombofilia.
Seguía con ese sentimiento de enojo hacia la vida, por qué tenía que pasar todo esto de nuevo, los pinchazos, llenarme de hormonas, la angustia de la punción, de esperar que produjera cantidad y calidad de óvulos, que estos fertilizaran... ya lo había logrado una vez. ¿Y si esta vez no lo lograba? Estadísticamente sé que iba a ser muy suertuda si en las dos Fiv quedaba embarazada. No se si fue ese rechazo a pasar por lo mismo, si era el miedo a que las cosas volvieran a salir mal, que el día que me tuve que poner la primera inyección, me entró pánico y me puse a llorar. Fui hasta Negrito, y le pedí que me pinchara él. Casí no dolio, pero los primeros dos o tres días de tratamiento tuve que hacer que él me colocara las inyecciones, yo entraba en pánico. Luego me obligué a pincharme e incluso a mirar cuando entraba la aguja. Se me tenía que pasar el miedo. En la primera FIV me había pinchado siempre solita, ¿cómo ahora no iba a poder hacerlo?
Fui a la segunda ecografía, ya sin menstruar, y los ovarios habían mejorado, 4 o 5 folículos en el perezoso (el derecho) y unos 6-7 en el izquierdo. Era un buen número. Volvería a control ecográfico una vez más, y ya me darían la fecha para la nueva punción.
Regalo de amor
Estabamos ya en febrero, justo había comenzado el ciclo lectivo y debía ir al colegio, empezaban los horarios de consulta a los alumnos que se llevaban materias. No quería que mis colegas me preguntaran nada. Por más buenas intenciones y sentimientos que tenga la otra persona, no sabe, no entiende tu sufrimiento. Al no haberlo experimentado, no puede comprenderlo, y al final, terminan haciendo comentarios que, si bien tratan de ayudar, la mayoría de las veces sólo lastiman mas. No tenía alumnos a cargo, así que pedí permiso para ir a buscar los resultados de los cariotipos al laboratorio, que quedaba a unas cuadras de distancia del colegio. Me los entregaron, los leí. Síndrome de Klinefelter o también conocido como XXY. Básicamente, lo que quiere decir es que el hombre, en vez de tener cromosomas XY, que es lo normal, en algunas o todas sus células, tienen un cromosoma extra, en este caso un X. Negrito tenía sólo en una célula un cromosoma extra. Por eso se lo llama XXY en mosaico. Podría haber sido mucho más grave si varias células hubieran tenido esa condición, pero era sólo una.
De todas formas no dejaba de ser grave, y sugerían que hiciéramos estudios más complejos, uno llamado FISH, que yo sabía, las obras sociales casi nunca cubren. Traté de no entrar en pánico. Hablaría con la doctora, quizá había alguna solución. Pero ya había googleado el día anterior, y sabía que habían dos opciones, o hacíamos un estudio a los embriones, llamado PGD, o diagnóstico genético preimplantacional, donde analizan los embriones y descartan aquellos que tienen problemas cromosómicos, o hacíamos el tratamiento con donante de gametos. La primera opción no me agradaba en los más mínimo, ya que nunca estuve de acuerdo en descartar embriones, así como así, y además el estudio era carísimo, a pagar en dólares. Y la segunda opción... Recordaba que en una discusión, hacía tiempo atrás, Negrito me había dicho que si quería hacer el tratamiento con donante, él me dejaría. Se iría de casa. Teníamos un problema gigante que enfrentar, y no sabía cómo lo haría.
El jueves me tocaba ir a mi psicóloga, pero tuvo una emergencia y me preguntó si quería ir el viernes o la semana próxima. Le dije que el viernes, porque "algo" había pasado, que quizá cambiaría mi relación con Negrito para siempre, y no sabía cómo enfrentarlo. Ese viernes, le conté sobre el cariotipo ¿cómo se lo diría a Negrito? ¿Cómo afrontaría la lucha que se viene? ¿qué podía hacer? Debía tomar decisiones importantes y no estaba preparada para ello, ni siquiera me había animado a decirle a Negrito sobre los resultados del cariotipo. La piscóloga me sugirió que la próxima sesión Negrito viniera conmigo y pudiéramos prepararlo para decirle que habían descubierto que tenía una alteración cromosómica, en mosaico, pero que no dejaba de ser grave.
Unos días después, ya había llevado los papeles a la obra social para que nos autorizaran el FISH, para ganar tiempo. Quizá ese estudio no saliera tan mal y todavía teníamos esperanza... El viernes de esa semana me llamaron de auditoría diciéndome que debía ir a su oficina para hablar sobre esa autorización... Fui el lunes y me dijeron que no tenían convenio para hacer ese estudio de alta complejidad, y que para autorizarlo, debíamos ir primero a una médica genetista.
No recuerdo bien cómo sucedió todo. Sólo recuerdo que Negrito me acompañó a la psicóloga, lo cual fue muy productivo en ese momento, ya que no sólo lo preparamos a Negrito para la noticia, el diagnóstico que recibiría, sino también, quedamos en mejorar la comunicación entre los dos. Por ejemplo, tiempo después que nos fuimos a vivir juntos, yo le dejé en claro, con hechos, que estaba lista y quería ser mamá. Pero nunca le pregunté directamente si él quería ser padre. Di por sentado que quería, porque nunca se opuso a que me hiciera estudios, y tampoco se opuso él a hacer los primeros espermogramas. Pero él había esperado esa pregunta. Ese día, 10 años después, con la psicóloga mirándonos a ambos, se lo pregunté. Sí quería. Sí quería tener hijos conmigo, fue su respuesta.
Unos días después fuimos a la ginecóloga, y ella le explicó lo que era el síndrome XXY o Klinefelter, lo peligroso que era que un niño naciera con esa condición (sin contar que la mayoría de esos embarazos terminaban en aborto espontáneo). Y ese día, en ese consultorio, Negrito le hizo a nuestro futuro hijo el regalo más grande de amor que puede hacer un padre: renunciaría a su genética, aceptaba hacer el tratamiento con donante, porque quería cuidar a nuestro futuro bebé de las consecuencia que podría traerle el ser concebido con un espermatozoide alterado cromosómicamente. Y ese día lo amé más que nunca. Sabía de parejas que ante una situación así, se peleaban, separaban o se decidían a abandonar el sueño de ser padres. Pero no Negrito. Se me había cerrado una gran puerta al encontrarnos con el diagnóstico XXY, pero Negrito me había abierto una enorme ventana, una ventana llena de amor y de esperanza.
A la semana siguiente, también visitamos a la genetista, quien nos dijo que no solo le preocupaba el problema de los cromosomas, sino también la edad de ambos. Ninguno de los dos éramos ya tan jóvenes, y eso también podría traerle problemas a nuestro futuro bebé. Nos dijo que la semana siguiente fuéramos a por un informe que ella haría para la obra social.
El mismo día que había que retirar ese informe, yo tenía consulta con la ginecóloga. Así que quedamos en que Negrito iría a retirar el informe mientra yo esperaba en la sala de espera del consultorio de la ginecóloga. Negrito llegó unos 10 o 15 minutos antes que me atendieran a mi, y me contó que estuvo hablando mucho con la genetista y, si bien ella sugería realizar otros estudios, entre ellos el FISH y una biopsia testicular, también le había dicho que la mejor decisión que podríamos tomar era hacer el tratamiento con donante (yo se lo había mencionado a la genetista como una opción que estaríamos dispuestos a tomar). Así que estaba completamente convencido. Y cuando entramos al consultorio de la ginecóloga se lo hizo saber a la doctora. Vamos con donante. De alguna manera, ese gran escollo, esa gran lucha que iba a tener que librar ¡Negrito la había terminado tan fácil!
La doctora estaba agradablemente sorprendida. Sabía muy bien que para un hombre no era una decisión fácil de tomar... Luego nos derivó a un doctor en la misma clínica, que sería el encargado de tomarnos los datos para empezar a buscar donante. Si todo salía bien, al mes siguiente ya podía comenzar mi segunda FIV. ¡Estaba exultante! pero por el otro lado, tenía un poco de miedo. ¿Y si Negrito se arrepentía en algún momento? También estaba muy enojada, con Dios, con la vida, el destino. Tantos irresponsables engendran hijos, para luego desecharlos como basura, en un horrendo aborto planificado. Y nosotros que queríamos ser papás, ¡nos pasaba todo esto! Era injusto. Sé que no soy quien para cuestionar la Voluntad de Dios, pero no podía sacarme de la cabeza que era injusto. ¡Por qué nos tenía que pasar todo esto a nosotros? Al mismo tiempo, en mi país se estaba debatiendo si legalizar o no el aborto, y veía hordas de mujeres y algunos hombres enloquecidos, como poseídos, gritando, haciendo muecas y rituales horrendos para que aprobaran esa maldita ley. Y nos veía a mi y a Negrito, escalando el Everest para lograr ser papás...
Fui a la obra social, le mostre a la auditora el informe de la genetista, pero antes que ella dijera algo o pusiera reparos en la cobertura del FISH, le aclaré que habíamos decidido ir con donante. Aunque hiciéramos el Fish y diera mas o menos bien, siempre habría riesgo de que concibiéramos un bebé con Klinefelter, y las consecuencias eran, desde infertilidad del futuro bebé a retrasos mentales y/o motrices, de leves a gravísimos. La doctora de auditoria estuvo totalmente de acuerdo. Así que unos días después, le llevé la autorización para hacer la segunda FIV, con donante. Una nueva esperanza, bañada en un gran acto de amor. Era casi Mayo ya, estaban haciendo los primeros días fríos. Pero el sol brillaba por la ventana y calentaba mi alma.
De todas formas no dejaba de ser grave, y sugerían que hiciéramos estudios más complejos, uno llamado FISH, que yo sabía, las obras sociales casi nunca cubren. Traté de no entrar en pánico. Hablaría con la doctora, quizá había alguna solución. Pero ya había googleado el día anterior, y sabía que habían dos opciones, o hacíamos un estudio a los embriones, llamado PGD, o diagnóstico genético preimplantacional, donde analizan los embriones y descartan aquellos que tienen problemas cromosómicos, o hacíamos el tratamiento con donante de gametos. La primera opción no me agradaba en los más mínimo, ya que nunca estuve de acuerdo en descartar embriones, así como así, y además el estudio era carísimo, a pagar en dólares. Y la segunda opción... Recordaba que en una discusión, hacía tiempo atrás, Negrito me había dicho que si quería hacer el tratamiento con donante, él me dejaría. Se iría de casa. Teníamos un problema gigante que enfrentar, y no sabía cómo lo haría.
El jueves me tocaba ir a mi psicóloga, pero tuvo una emergencia y me preguntó si quería ir el viernes o la semana próxima. Le dije que el viernes, porque "algo" había pasado, que quizá cambiaría mi relación con Negrito para siempre, y no sabía cómo enfrentarlo. Ese viernes, le conté sobre el cariotipo ¿cómo se lo diría a Negrito? ¿Cómo afrontaría la lucha que se viene? ¿qué podía hacer? Debía tomar decisiones importantes y no estaba preparada para ello, ni siquiera me había animado a decirle a Negrito sobre los resultados del cariotipo. La piscóloga me sugirió que la próxima sesión Negrito viniera conmigo y pudiéramos prepararlo para decirle que habían descubierto que tenía una alteración cromosómica, en mosaico, pero que no dejaba de ser grave.
Unos días después, ya había llevado los papeles a la obra social para que nos autorizaran el FISH, para ganar tiempo. Quizá ese estudio no saliera tan mal y todavía teníamos esperanza... El viernes de esa semana me llamaron de auditoría diciéndome que debía ir a su oficina para hablar sobre esa autorización... Fui el lunes y me dijeron que no tenían convenio para hacer ese estudio de alta complejidad, y que para autorizarlo, debíamos ir primero a una médica genetista.
No recuerdo bien cómo sucedió todo. Sólo recuerdo que Negrito me acompañó a la psicóloga, lo cual fue muy productivo en ese momento, ya que no sólo lo preparamos a Negrito para la noticia, el diagnóstico que recibiría, sino también, quedamos en mejorar la comunicación entre los dos. Por ejemplo, tiempo después que nos fuimos a vivir juntos, yo le dejé en claro, con hechos, que estaba lista y quería ser mamá. Pero nunca le pregunté directamente si él quería ser padre. Di por sentado que quería, porque nunca se opuso a que me hiciera estudios, y tampoco se opuso él a hacer los primeros espermogramas. Pero él había esperado esa pregunta. Ese día, 10 años después, con la psicóloga mirándonos a ambos, se lo pregunté. Sí quería. Sí quería tener hijos conmigo, fue su respuesta.
Unos días después fuimos a la ginecóloga, y ella le explicó lo que era el síndrome XXY o Klinefelter, lo peligroso que era que un niño naciera con esa condición (sin contar que la mayoría de esos embarazos terminaban en aborto espontáneo). Y ese día, en ese consultorio, Negrito le hizo a nuestro futuro hijo el regalo más grande de amor que puede hacer un padre: renunciaría a su genética, aceptaba hacer el tratamiento con donante, porque quería cuidar a nuestro futuro bebé de las consecuencia que podría traerle el ser concebido con un espermatozoide alterado cromosómicamente. Y ese día lo amé más que nunca. Sabía de parejas que ante una situación así, se peleaban, separaban o se decidían a abandonar el sueño de ser padres. Pero no Negrito. Se me había cerrado una gran puerta al encontrarnos con el diagnóstico XXY, pero Negrito me había abierto una enorme ventana, una ventana llena de amor y de esperanza.
A la semana siguiente, también visitamos a la genetista, quien nos dijo que no solo le preocupaba el problema de los cromosomas, sino también la edad de ambos. Ninguno de los dos éramos ya tan jóvenes, y eso también podría traerle problemas a nuestro futuro bebé. Nos dijo que la semana siguiente fuéramos a por un informe que ella haría para la obra social.
El mismo día que había que retirar ese informe, yo tenía consulta con la ginecóloga. Así que quedamos en que Negrito iría a retirar el informe mientra yo esperaba en la sala de espera del consultorio de la ginecóloga. Negrito llegó unos 10 o 15 minutos antes que me atendieran a mi, y me contó que estuvo hablando mucho con la genetista y, si bien ella sugería realizar otros estudios, entre ellos el FISH y una biopsia testicular, también le había dicho que la mejor decisión que podríamos tomar era hacer el tratamiento con donante (yo se lo había mencionado a la genetista como una opción que estaríamos dispuestos a tomar). Así que estaba completamente convencido. Y cuando entramos al consultorio de la ginecóloga se lo hizo saber a la doctora. Vamos con donante. De alguna manera, ese gran escollo, esa gran lucha que iba a tener que librar ¡Negrito la había terminado tan fácil!
La doctora estaba agradablemente sorprendida. Sabía muy bien que para un hombre no era una decisión fácil de tomar... Luego nos derivó a un doctor en la misma clínica, que sería el encargado de tomarnos los datos para empezar a buscar donante. Si todo salía bien, al mes siguiente ya podía comenzar mi segunda FIV. ¡Estaba exultante! pero por el otro lado, tenía un poco de miedo. ¿Y si Negrito se arrepentía en algún momento? También estaba muy enojada, con Dios, con la vida, el destino. Tantos irresponsables engendran hijos, para luego desecharlos como basura, en un horrendo aborto planificado. Y nosotros que queríamos ser papás, ¡nos pasaba todo esto! Era injusto. Sé que no soy quien para cuestionar la Voluntad de Dios, pero no podía sacarme de la cabeza que era injusto. ¡Por qué nos tenía que pasar todo esto a nosotros? Al mismo tiempo, en mi país se estaba debatiendo si legalizar o no el aborto, y veía hordas de mujeres y algunos hombres enloquecidos, como poseídos, gritando, haciendo muecas y rituales horrendos para que aprobaran esa maldita ley. Y nos veía a mi y a Negrito, escalando el Everest para lograr ser papás...
Fui a la obra social, le mostre a la auditora el informe de la genetista, pero antes que ella dijera algo o pusiera reparos en la cobertura del FISH, le aclaré que habíamos decidido ir con donante. Aunque hiciéramos el Fish y diera mas o menos bien, siempre habría riesgo de que concibiéramos un bebé con Klinefelter, y las consecuencias eran, desde infertilidad del futuro bebé a retrasos mentales y/o motrices, de leves a gravísimos. La doctora de auditoria estuvo totalmente de acuerdo. Así que unos días después, le llevé la autorización para hacer la segunda FIV, con donante. Una nueva esperanza, bañada en un gran acto de amor. Era casi Mayo ya, estaban haciendo los primeros días fríos. Pero el sol brillaba por la ventana y calentaba mi alma.
viernes, 1 de noviembre de 2019
Espiritual
Esto que voy a contar ahora pasó un poco después que volviéramos de las vacaciones, y unos días antes que empezara mi terapia psicológica.
El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.
Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.
De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.
Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.
El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.
Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.
De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.
Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.
Bajo el agua
El último día de playa hubo un clima hermoso. Pude nadar en las ola hasta cansarme. Amaba la sensación de las olas levantando mi cuerpo como si no pesara nada, y podía ver cómo rompían unos metros más allá de nosotros, con violencia. Amaba meterme debajo de esas olas, sentir que el agua me rodeaba, me envolvía por completo, porque en esos instantes, bajo el agua, no se sentía nada, sólo la fuerza y la frescura del mar.
Volvimos de las vacaciones y también volvimos al millón de problemas y conflictos familiares. Pero además, teníamos otro pequeño problema, al día siguiente, Negrito debía ir a sacarse sangre de nuevo para el cariotipo. Fuimos, y por suerte, no se demoraron mucho en extraerle la sangre. El pobre estaba blanco como un papel, no le gustan mucho las agujas. Aunque se lo tomó con humor. Yo esperaba que no hubiera que someterlo a más análisis, al menos por un buen tiempo.
Por otra parte, yo empezaría unos días después a ir a una psicóloga que me ayudaría a encontrar herramientas para a saber solucionar mis problemas de una mejor manera... Recuerdo el primer día que fui, estaba un poco reacia. La idea de que empezara terapia había sido de Negrito, él había buscado a la profesional y me sacó el turno. Lloré en esa sesión, por mis bebés, por mis ilusiones y sueños rotos, hecha un mar de lágrimas. Pero cuando terminó la sesión, me di cuenta de lo importante que era la terapia, y cuánto la necesitaba para que elaborara mi duelo, la pérdida de mis bebés, y muchas otras cosas más en forma correcta.
El 15 de febrero mi sobrino cumplía años y lo festejaba en el famoso camping, el que estuvimos la última vez que tuve a mis bebitos en la panza. Una mezcla de emociones me embargaba. La determinación de disfrutar ese día con mi sobrino amado, la ansiedad y la nostalgia de recordar ese día en que fui tan feliz sabiéndome embarazada, y la tristeza sin fin que me embargó al día siguiente, cuando me dieron el nefasto resultado de la beta, que había comenzado a bajar. Tocó un día soleado, caluroso, espectacular para disfrutar la pileta, cosa que no había podido hacer en noviembre pasado. Y traté de disfrutarlo lo máximo posible. El agua de la pileta estaba espectacular. Mi familia se estaba divirtiendo y pasando buenos momentos, quizá... a partir de ahora todo iría bien y en marzo haría mi segunda FIV...
Salí de la pileta, y no se por qué, se me dio por mirar el teléfono. Tenía un mensaje de mi doctora. Me preguntaba el nombre completo de mi marido y si podía pasarle unas fotos con los resultados del último espermograma que se había hecho. Le dije que estaba en un cumpleaños, fuera de casa, que a la noche se lo pasaría, pero ¿Por qué necesitaba esos datos con urgencia? ¿Qué había pasado?
Me dijo: lo siento, no me gusta dar estas noticias por teléfono, hubiera querido hacerlo en persona pero... a tu marido le dio una alteración en el cariotipo. Vamos a tener que hacer más estudios. Y luego decidiremos como continuamos... Le dije que no se preocupara, que yo era fuerte, pero por dentro sentía arrugarme, morirme, deshacerme, desaparecer como el polvo...
Yo tenía una idea de lo que significaba el cariotipo alterado: gran riesgo de que los embriones tengan una alteración genética y terminen en embarazos bioquímicos, o abortos espontáneos o, si lograban sobrevivir, niños con serios problemas de salud. Y también significaba otra cosa, o mejor dicho, dos caminos a seguir: tendríamos que analizar los embriones con un estudio llamado DGP (diagnostico genético pre-implantacional), con el cual nunca he estado de acuerdo, porque significa el descarte de embriones vivos. O hacer los próximos tratamientos con donante de esperma. Y Negrito, un día que estábamos discutiendo sobre el tema, había sido muy claro: si haces el tratamiento con donante, yo me voy de casa...
Me prendí un cigarrillo. Fui al borde de la pileta. Conversé por unos minutos con mi hermano, el que tenía el problema en la sangre. Le pregunté como estaba. Y luego me tiré al agua. Nadé hasta la parte más profunda, donde no hacía pie. Mi hermano ya no me prestaba atención. Me hundí. Nuevamente rodeada de agua. No había más nada. Por sólo unos pocos segundos evalué la idea de quedarme ahí por siempre, hundida en el agua. Sin tener que enfrentar semejante batalla que me esperaba ahora. Pero desestimé la idea de inmediato. No le podía hacer algo así a mi sobrino. No lo haría. Luego pensé, ¡Qué ironía de la vida! unos años atrás, este mismo día, también sentí una sensación parecida, cuando Negrito había discutido mal con el médico que me había realizado mi primera y única inseminación. Esa fecha, ese camping... quedarían marcados para siempre en mi vida. Salí de la pileta y fui a secarme. Ya estaba empezando a ocultarse el sol.
Nadie notó nada, guardé mi angustia muy profundamente dentro mío. Ya lucharía más tarde. Ahora, debía seguir sonriendo, por mi sobrino, por mi familia, que hacía mucho no pasaba un buen momento. Tenía que seguir sonriendo. Cuando llegara a casa, y cuando tuviera el cariotipo de ambos en mis manos, investigaría a qué me estaba enfrentando ahora.
Volvimos de las vacaciones y también volvimos al millón de problemas y conflictos familiares. Pero además, teníamos otro pequeño problema, al día siguiente, Negrito debía ir a sacarse sangre de nuevo para el cariotipo. Fuimos, y por suerte, no se demoraron mucho en extraerle la sangre. El pobre estaba blanco como un papel, no le gustan mucho las agujas. Aunque se lo tomó con humor. Yo esperaba que no hubiera que someterlo a más análisis, al menos por un buen tiempo.
Por otra parte, yo empezaría unos días después a ir a una psicóloga que me ayudaría a encontrar herramientas para a saber solucionar mis problemas de una mejor manera... Recuerdo el primer día que fui, estaba un poco reacia. La idea de que empezara terapia había sido de Negrito, él había buscado a la profesional y me sacó el turno. Lloré en esa sesión, por mis bebés, por mis ilusiones y sueños rotos, hecha un mar de lágrimas. Pero cuando terminó la sesión, me di cuenta de lo importante que era la terapia, y cuánto la necesitaba para que elaborara mi duelo, la pérdida de mis bebés, y muchas otras cosas más en forma correcta.
El 15 de febrero mi sobrino cumplía años y lo festejaba en el famoso camping, el que estuvimos la última vez que tuve a mis bebitos en la panza. Una mezcla de emociones me embargaba. La determinación de disfrutar ese día con mi sobrino amado, la ansiedad y la nostalgia de recordar ese día en que fui tan feliz sabiéndome embarazada, y la tristeza sin fin que me embargó al día siguiente, cuando me dieron el nefasto resultado de la beta, que había comenzado a bajar. Tocó un día soleado, caluroso, espectacular para disfrutar la pileta, cosa que no había podido hacer en noviembre pasado. Y traté de disfrutarlo lo máximo posible. El agua de la pileta estaba espectacular. Mi familia se estaba divirtiendo y pasando buenos momentos, quizá... a partir de ahora todo iría bien y en marzo haría mi segunda FIV...
Salí de la pileta, y no se por qué, se me dio por mirar el teléfono. Tenía un mensaje de mi doctora. Me preguntaba el nombre completo de mi marido y si podía pasarle unas fotos con los resultados del último espermograma que se había hecho. Le dije que estaba en un cumpleaños, fuera de casa, que a la noche se lo pasaría, pero ¿Por qué necesitaba esos datos con urgencia? ¿Qué había pasado?
Me dijo: lo siento, no me gusta dar estas noticias por teléfono, hubiera querido hacerlo en persona pero... a tu marido le dio una alteración en el cariotipo. Vamos a tener que hacer más estudios. Y luego decidiremos como continuamos... Le dije que no se preocupara, que yo era fuerte, pero por dentro sentía arrugarme, morirme, deshacerme, desaparecer como el polvo...
Yo tenía una idea de lo que significaba el cariotipo alterado: gran riesgo de que los embriones tengan una alteración genética y terminen en embarazos bioquímicos, o abortos espontáneos o, si lograban sobrevivir, niños con serios problemas de salud. Y también significaba otra cosa, o mejor dicho, dos caminos a seguir: tendríamos que analizar los embriones con un estudio llamado DGP (diagnostico genético pre-implantacional), con el cual nunca he estado de acuerdo, porque significa el descarte de embriones vivos. O hacer los próximos tratamientos con donante de esperma. Y Negrito, un día que estábamos discutiendo sobre el tema, había sido muy claro: si haces el tratamiento con donante, yo me voy de casa...
Me prendí un cigarrillo. Fui al borde de la pileta. Conversé por unos minutos con mi hermano, el que tenía el problema en la sangre. Le pregunté como estaba. Y luego me tiré al agua. Nadé hasta la parte más profunda, donde no hacía pie. Mi hermano ya no me prestaba atención. Me hundí. Nuevamente rodeada de agua. No había más nada. Por sólo unos pocos segundos evalué la idea de quedarme ahí por siempre, hundida en el agua. Sin tener que enfrentar semejante batalla que me esperaba ahora. Pero desestimé la idea de inmediato. No le podía hacer algo así a mi sobrino. No lo haría. Luego pensé, ¡Qué ironía de la vida! unos años atrás, este mismo día, también sentí una sensación parecida, cuando Negrito había discutido mal con el médico que me había realizado mi primera y única inseminación. Esa fecha, ese camping... quedarían marcados para siempre en mi vida. Salí de la pileta y fui a secarme. Ya estaba empezando a ocultarse el sol.
Nadie notó nada, guardé mi angustia muy profundamente dentro mío. Ya lucharía más tarde. Ahora, debía seguir sonriendo, por mi sobrino, por mi familia, que hacía mucho no pasaba un buen momento. Tenía que seguir sonriendo. Cuando llegara a casa, y cuando tuviera el cariotipo de ambos en mis manos, investigaría a qué me estaba enfrentando ahora.
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