jueves, 4 de junio de 2020

La montaña rusa

Hoy hace exactamente un año de mi segunda fiv, negativa. Aún recuerdo el vacío que sentí cuando comencé a sangrar, anticipando el resultado de la beta, negativa. Pero no voy a escribir ahora sobre esa fecha, voy a escribir sobre las montañas rusas. Esos monstruos de hierro infernales que están en los parques de diversiones, que te ponen de cabeza, te giran, te hacen caer a gran velocidad, luego subir, luego caer, darte vuelta, cabeza abajo, arriba... Siempre les tuve miedo, jamás me atreví a subir a una.
Hasta que me tocó pasar por una. Una montaña rusa emocional. Y fue con mi 3ra fiv. Comenzamos el 3 de setiembre de 2019.

Tenía tanto miedo de que no funcionara. En la última fiv mis ovarios habían estado un tanto perezosos ¿y si me volvía a pasar lo mismo? Pero esta vez, mi cuerpo se estaba portando de maravillas. Medicada y cuidada por la trombofilia y para mejorar mi irrigación uterina, que era el único punto flojo que habían encontrado... Me sentí poco a poco confiada. Tan confiada que me dejé llevar por el carrito de la montaña rusa, y comencé a recorrer la suave subida, disfrutando del paisaje... Sin pensar en que podía venir, en cualquier momento, la primera voltereta.

Llegó el día de la punción, conseguimos 13 lindos óvulos ¡2 más que la última vez! Seguía subiendo, aferrada a mi carrito, casi como en un paseo, esperando que al día siguiente me informaran cuántos embriones habíamos obtenido. Tenía miedo, no voy a negarlo. Rogaba y rogaba al cielo, a Dios, que por favor, consiguiera al menos dos embrioncitos lindos. O mejor, varios embrioncitos lindos, ya que con 13 óvulos, tenía muchas chances...
Pero llegó la primera bajada de la montaña rusa, violenta, agresiva, dolorosa y shockeante: sólo 3 óvulos habían fertilizado. Sólo. 3. embriones. Sólo 3. Sólo 3. Solo 3.

Se me cayó el alma al suelo, y el corazón también. En mis otras dos FIV habíamos conseguido más de 10 embriones, y aún así al dia de la transferencia de la 1ra FIV, habían quedado sólo 2 blastos (uno AA y el otro inicial), y en la 2da fiv, sólo una linda mórula... ¿Qué iba a hacer ahora con sólo 3 embriones? Ya me lo imaginaba... el día de la transferencia me dirían que me fuera a casa... que no quedaba nada...

Al mismo tiempo, mi hermana había comenzado a prepararse para su primera FIV, ya que quería ser mamá sola. Al día siguiente de que recibiera la noticia de que sólo teníamos 3 embriones, ella fue a control con nuestra doctora. Y me dio la primer noticia que hizo que el carrito de mi montaña rusa comenzara lentamente a subir otra vez. La doctora le había comentado que revisó mis embriones y los tres venían con buen ritmo, así que teníamos esperanzas de que todo saliera bien. ¡Sentí que me llenaba de luz!!! Mis guerreritos estaban luchando por vivir y venían con mucha fuerza!
Los días antes de la transferencia sentía como mi montaña rusa me hacía dar volteretas, primero arriba (va a salir todo bien, los bebitos vienen con buen ritmo!) luego abajo (probablemente me digan que me vuelva a casa, que se canceló la transferencia porque se detuvieron los embriones), y así me repetía una y otra vez las dos frases, arriba, abajo, otra vuelta, de cabeza, otro giro más...

El 20 de setiembre, llegué a la clínica, me senté en la sala de espera y me temblaban las rodillas. Incontroladamente. Aterrada de que me dijeran, lo sentimos, volvete a tu casa... Ni siquiera había querido tomar agua por si transferíamos. ¿Para qué iba a molestar mi vejiga si quizá no iba a hacer falta?

Vi pasar a mi doctora, y le pregunté ¿Queda algún embrión? - Ayy, ahora voy a verlos y te digo. Los pocos minutos que demoró fueron una eternidad para mí. Sentía que mi carrito se había detenido, y que ahora, o venía una hermosa subida, o caía en picado. Salió la doctora del laboratorio y me dijo, ¡Sí!, siguen los tres! Y me hicieron pasar a las habitaciones donde te preparan para transferir.

Empecé a tomar agua, a prepararme, vestirme con la ropa para quirófano.. ¡Feliz! mis bebés me estaban esperando. Vivos, los 3. Eran todavía mórulas, ya que sólo habían pasado 4 días desde la fecundación, pero los 3 eran hermosos según mi doctora. Y yo era su feliz mamá. Por protocolo, me transfirieron sólo uno, y los otros dos los criopreservaríamos para una futura transferencia, o para buscar hermanitos. No sólo era feliz, ¡me sentía en paz! Fue la transferencia más hermosa que tuve. Pude ver la lucecita de mi bebé entrando en mi útero. Y le pedí con todo mi corazón que se quedara conmigo. Le dije que lo amaba, que amaba a sus dos hermanitos que se quedarían esperándome. Que amaba a sus hermanitos que ya se habían ido a descansar al cielo. ¡Me sentía por completo enamorada de mis bebés!
Llegué a casa y me fui a dormir una siesta, completamente en paz y feliz. Mi montaña rusa me habia llevado alto, muy alto, hasta poder tocar las nubes y el arcoiris con mis manos.

Así estuve sin muchos sobresaltos, hasta el 28 de setiembre. Iba controlando mis síntomas día a día, a veces me preocupaba, cuando sentía dolores premenstruales, pero sabía que por la progesterona, muchas veces se sienten esos dolores y síntomas. De toda formas estaba atenta, hoy tenía los pechos hinchados, mañana no, me dolía la espalda, la zona pélvica, mañana no... Pero lo que más me preocupaba era ver si tebía manchado de implantación. En mi primera fiv, positiva (pero bioquímico) había tenido manchado, en cambio en mi 2da fiv, negativa, no. Simplemente me vino el periodo el día que debía venir... Pero el 28 comencé con un ligero manchado. Era un manchado diferente al de la primera fiv, nunca fue oscuro, no tenía olor, y sí salía como con escamas o pellejitos de piel. La doctora atribuyó eso a una de las medicaciones que me daban para la irrigación del útero.

A la madrugada siguiente no aguanté más, y me hice un test casero. Positivo. Clarito, pero positivo. Sin lugar a dudas. Era domingo y ese día habían votaciones. Luego de votar, le pedí a mi papá que nos bajara a mi hermana y a mí en la puerta de mi Parroquia, donde había una imagen de la Virgen de la Dulce Espera. Le recé y le agradecí, por mi bebé, que se estaba quedando conmigo, y por la FIV de mi hermana, para que también ella consiguiera a su bebito. No le comenté a ella que me había hecho un test. Tenía un poco de miedo. En mi 1ra FIv había contado muy pronto el positivo, y a los pocos días me había enterado que era un embarazo no evolutivo...
Al día siguiente, me hice otro test. Seguía clarito, cosa que me preocupaba un poco, pero con el positivo más notorio. Mi carrito de la montaña rusa me volvía a hacer dar volteretas. Los dolores en el bajo vientre también me hacían dar volteretas. El manchado no aumentaba significativamente, pero mi corazón latía desbocado. Y rezaba, rezábamos con mi hermana, que mi bebé se quedara conmigo... mi mamá me había contado que había soñado con mi bebé, y que era una niña y le decía que se llamaba Cielo...

El 1 de octubre el manchado se volvió un poquito más oscuro, pero no abundante, como en la primera FIV. Le conté a mi hermana de mi test positivo, y le pedí que me prestara uno de los test que se había comprado ella para su FIV, porque no daba más de los nervios que me estaba provocando la montaña rusa de emociones que sentía. Seguía saliendo positivo, no más notorio, pero claramente se veía el positivo.

Al día siguiente me hice la beta. Otra vez, montaña rusa a full. subía, bajaba, me enloquecían los nervios. Hasta que llegó el resultado de la beta a las 15 hs: 193. POSITIVO confirmado!!! Mi carrito volvió a subir a las nubes, y otra vez me fui a dormir una siesta sintiendo que tocaba las nubes. Sabía que todavía me quedaban pruebas por pasar, que duplicar ala beta, que se sintieran los latidos del bebé... Pero un gran paso ya lo había dado! LA beta era positiva. Si bien no super alta, era positiva. Y lo importante es que dos días después, duplicara.

A las 16.30 me levanté al baño, había sentido un cólico un poco fuerte, y quise ir a ver qué pasaba. Me limpié, y mi carrito se desplomó sin previo aviso. Sangre. Roja. No muy abundante, pero era sangre roja. NO PODÍA ESTAR PASÁNDOME ESO. NO DE NUEVO. NO PODÍA ESTAR PERDIENDO OTRA VEZ A MI BEBÉ, DESPUÉS DE UNA BETA POSITIVA. No el mismo día de la beta! Una vez había leído el post de una chica comentando con desesperación que le había pasado exactamente eso. Pero es de esas cosas que nunca crees que te va a pasar a vos. Pero sí, me estaba pasando...

De inmediato le escribí a mi doctora y me mandó a hacer reposo absoluto. Me metí en la cama tratando de pensar que era una pesadilla, una horrenda pesadilla. NO PODÍA ESTAR TENIENDO UN EMBARAZO BIOQUÍMICO DE NUEVO, NOOOOOOOOO!!!!! no podía estar perdiendo otra vez un bebé. A mi bebé. Era miércoles y el viernes repetiríamos la beta, a ver qué había pasado. si seguía el embarazo o no. Porque a veces, con la heparina se podían producir hematomas, y eso producía el sangrado, pero el embarazo continuaba. Sin embargo yo sentía en mi interior que mi bebé estaba luchando por su vida, pero perdiendo la batalla. Lo sabía con cada cólico que había comenzado a aumentar en frecuencia e intensidad. Era una pesadilla. Me pasé esos 3 días acostada, casi sin levantarme, con terror de ir al baño, horrorizada cada vez que sentía una puntada en el útero, pensando si esas puntadas significaban que mi bebé definitivamente estaba muriendo.

Y me sentí completamente SOLA. Absolutamente sola. Mi familia no sabía, Negrito no se atrevía a decir casi nada. Sólo pasaba un par de veces al día por la puerta del dormitorio preguntándome si estaba bien, o si iba a comer algo... Y yo quería estar sola, no quería que nadie viniera a verme, ni me preguntaran nada, ni siquiera se acercaran. Mi bebé estaba muriendo dentro mío y yo no podía hacer nada. Sólo sentir, impotente cómo se iba de este mundo. El sangrado todavía no era abundante, pero yo sentía que ya no había esperanza.
El viernes me repitieron la beta. Había subido un poco. 251 fue el valor. Sabía que debía dar al menos 350 aproximadamente. Y sabía lo que eso significaba: embarazo bioquímico. Lo cual no fue una sorpresa. Pero si que la beta hubiera subido un poco. Porque eso me dio aúnmás la sensación de que mi bebé había estado luchando por vivir, pero no lo había logrado. Y pensar en su lucha, y en que no pudo lograrlo, mató un poco de mi. Sólo quería morir e irme con mi bebé. Mi carrito había comenzado a caer en picada, y no alcanzaba a ver el suelo. Era negro y rojo. Y caía, y caía...

Ese viernes vino mi hermana menor y le conté. Fue la única que lo supo, ya que mi otra hermana, la que estaba preparándose para su primera FIV, tenía al día siguiente su transferencia. Y yo pensaba en la mía, ¡había sido tan hermosa! que no quería amargarle la de ella. Yo sabía que iría preocupada por mi, porque yo estaba con ese ligero manchado, y en reposo, e intuía que algo no iba bien conmigo. ¿Para qué amargarla más? El lunes, cuando repitiéramos por 3ra vez la beta, le daría las malas noticias.

El sábado, día en que transfirieron un hermoso blasto a mi hermana, yo ya estaba en pleno proceso de expulsión de lo que había quedado en mi útero. Fui a la clínica para pedir la orden de la beta, y para acompañar a mi hermana. Ella no quería que la acompañaramos, pero de alguna manera sabía que ella, por otro lado, necesitaba apoyo. Mientras esperábamos que saliera de la sala de internación, yo estaba sentada al lado de mi mamá, que había llegado con mi hermana a la clínica un rato antes. Yo jugaba con el celular, haciéndome la distraída, mientras trataba de ocultar las muecas de dolor que se reflejaban en mi cara, cada vez que sentía una contracción seguida de la expulsión de sangre. Ese mismo sábado dejé la medicación. Ya no tenía sentido seguir alargando todo...

El lunes 7 me repitieron la beta: 20. Se había acabado. Le avisé a mi hermana, que sufrió muchísimo también con la noticia, aunque traté de minimizar mi dolor lo mejor que pude. A la noche, volví a mi casa, y seguí con mi rutina diaria. Con mi vida normal.

Aunque por dentro no me sentía normal. Me sentía ultrajada por la vida, vacía, ASESINADA. Buena parte de mí, se sentía muerta. El carrito de mi montaña rusa había caído hacia abajo, hacia un pozo de tristeza y soledad tan, tan profundo y tan oscuro, que no sabía si algún día podría salir de ahí.

Lo único que me hacía sentir un poco de esperanza y de vida eran mis dos bebés, en un laboratorio, esperando que en algún momento fuera por ellos. Así que me senté en el suelo de ese triste, frío y oscuro pozo. Sin puertas, ni ventanas, ni rendijas. Una oscuridad total, un negro absoluto. Con mis ojos fijos, puestos en esas dos lucecitas, que eran lo único que me mantenían con vida. Sabiendo que, de alguna manera, tomaría fuerzas, y los iría a buscar.
















martes, 5 de mayo de 2020

¿Qué siento?

Uno de los motivos por lo que no actualizo seguido este blog, mi blog, es porque me cuesta horrores abrirme a mis emociones. No sólo con las demás personas me cuesta, conmigo misma me cuesta y mucho. Y eso me hace formular una pregunta ¿Por qué?
Porque, de alguna manera, todo comenzó. Cuando somos niños, gritamos, lloramos, incluso hacemos berrinches, tratando de demostrar lo que sentimos. Cuando grandes, a muchos les es fácil seguirlo haciendo. Lloran en las partes emotivas de una película, gritan, pelean, abrazan, dicen te amo, te odio, te necesito, no te banco... Pero yo no pertenezco a ese grupo.

Si le preguntan a algún conocido mío alguna característica que me define, probablemente digan.... es tranquiiiilaaaaa. Y lo dicen con razón. Hace ya mucho, mucho tiempo, ¿Desde la adolescencia? que aprendí a envolverme en una capa de aparente tranquilidad. Nada me turba, nada me espanta, soy la conciliadora, la diplomática (en algún momento de mi vida incluso pensé en estudiar para diplomática, pero soy un poco tímida para ejercer un puesto público así). Con los únicos que a veces esa cobertura de tranquilidad se rompe es con mi familia más cercana, y generalmente cuando me sacan de quicio. Pero pronto la diplomática gana terreno y se envuelve en su coraza de tranquilidad.

Y volvemos a la pregunta inicial. ¿Por qué? ¿Por qué rechazo hablar de mis emociones? Peor aún, por qué me cuesta abrirme tanto a mis emociones conmigo misma incluso? Dos respuestas se me ocurren en este instante:

La primera es porque muchas veces sentí rechazo de los demás al expresarlas. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo esto porque es una "tarea", sino no hubiera escrito nada. Creo que casi siempre que abrí mi corazón, sentí rechazo. Mis emociones no eran importantes, o molestaban. Lo sentí con mi familia más cercana, y con otros (amigos, compañeros) también. Siempre sentí que mis emociones, en especial si el dolor o tristeza eran una carga para los demás. ¿Y por qué cargar en la espalda de los demás mi dolor o mi tristeza si ellos ya cargan sus propios dolores? Cada uno carga con su cruz, pero si además ayudas al otro a cargar con su propia cruz, ¿no te hace eso ser buena persona? ¿No es lo que hace un cristiano? Que no busque tanto ser consolado, como consolar, dice una oración...

La segunda respuesta, es porque duele demasiado, y la coraza de tranquilidad también funciona como una anestesia. Conmigo misma también. Y a veces el dolor se torna tan intenso que quisiera arrancarme el corazón, así se termina el sufrimiento.

Pero vamos a la pregunta que motivó este escrito. ¿Qué siento?
Siento amor. Amor por mis hijitos, amor por mi familia, por mi marido. Daría la vida por ellos y sé que ellos la darían por mi.
Siento dolor, porque no pude salvarle la vida a mis bebés, y nunca alcanzaron a vivir más que unas horas, y siento culpa, porque fui en parte responsable de su corta existencia. Porque los traje al mundo por decisión mía, y algunas de mis acciones del pasado y del presente también, los condenaron a muerte.

Siento dolor y mucho miedo por mi mamá, dolor al verla sufrir y ver su propio terror en los ojos, y miedo porque sé que se acerca su muerte, miedo porque no sé cómo será, porque quizá todo ocurra para las mismas fechas en que mi hermana va a dar a luz, porque no sé cómo podrá soportarlo mi papá, que es muy dependiente de ella.

Siento dolor y angustia por mi marido, porque siento que no podemos conectarnos, porque él pone una pared de hielo ante mi dolor, y yo pongo mi coraza de tranquilidad, y eso nos separa. Y también siento culpa, porque él no me exige casi nada, y yo casi siempre lo dejo en segundo lugar. Casi nunca ocupa el primer lugar, y no debería ser así. No quiero que sea así. Pero parece que casi siempre termino cayendo en la garras de lo urgente y no de lo necesario.

Siento soledad, me siento terriblemente sola. Sola cuando perdí a mis bebés, sola cuando sentía cómo se iban desprendiendo de mi cuerpo, sola cuando los recuerdo. Sola, cuando lloro por ellos.

Y también siento admiración por mi misma. Porque muchas han pasado por dolores parecidos y no fueron fuertes, cayeron en depresión, o dejaron de luchar. Y yo aún decido luchar, decido levantarme, secar mis lágrimas y dar batalla. No es fácil. Pero por ahora, tampoco es imposible. Así que, a seguir luchando.




martes, 3 de diciembre de 2019

Sanar

En apenas una hora más será mi cumpleaños. 39 años. Hace ya muchos años que no es un día agradable para mi. Al contrario, me produce estrés y angustia. Si lo he festejado, ha sido forzada. Y es una pena, porque a mi sí me gustaría festejarlo. Quisiera con todo mi corazón que fuera u día feliz. Pero no lo consigo. Siempre pasa "algo" que arruina ese día. Peleas entre mis padres, mi hermana que en esos días siempre se pone depresiva. Y este año se le suma mi mamá enferma. Mi cumpleaños del año pasado fue difícil. Hacía apenas unas semanas que había perdido mi embarazo. Pero aún así le eché ganas. Le puse pilas. Nos juntamos en familia en un parque cerca de la casa de mi hermano y traté de sonreir, y reir. Y pasarla bien. Más o menos lo logré, pero tantas cosas me angustiaban y aún lo hacen, que a veces la carga se vuelve muy pesada.

Este año llevo otras cargas. Otras experiencias y sufrimientos a cuestas y aún así ¡Quiero echarle ganas! o quería, no lo sé. En estos momentos, sólo quisiera acordarme bien de todo lo que he aprendido con mi psicóloga, para poder sanar y recuperarme. Poder ser fuerte, por mí, y no permitir que me lastimen, tomando cargas que no son mías. Pero me cuesta y mucho. Y me siento muy cansada, tan cansada que algunas batallas las estoy dejando de luchar, de a poco. A veces dejo que simplemente se me venzan los hombros y dejo el peso al costado.

Estoy tratando de priorizarme, pero no siempre lo consigo. El miedo a veces me paraliza, la costumbre de llevar la carga de otros se me hace difícil de superar. Y más ahora, que no puedo ir a terapia por dos motivos. Mi psicóloga entró en licencia por maternidad, y en la obra social no me dan más órdenes de psicoterapia hasta el año que viene. sí que tendré que esperar hasta enero o febrero para volver a ir.

Miro hacia atrás y hay tantas cosas d elas que me arrepiento! tanto tiempo que dejé pasar, tantas veces que permití que la cobardía o la dejadéz me ganara, y abandonara batallas que sí eran mías y que sí debía haber luchado. Ahora estoy remando contra la corriente. Contra el tiempo, que envejece mis células cada vez más. Y ya no estoy tan segura que tendré un final feliz.
sin embargo, me niego a tirar la toalla. Me niego a bajar los brazos y dejar de luchar. Recuerdo que aún tengo unas lucecitas esperándome y eso me da las fuerzas que necesito para seguir.

Por mis lucecitas, y por mis estrellitas. Que me miran desde el cielo. Por ellas continúo aquí. Y voy a seguir luchando.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Preguntas sin respuestas

Mi doctora estaba segura que esta vez lo lograríamos. Al final los ovarios estaban respondiendo bien a la estimulación de folículos, la trombofilia estaba controlada con su correspondiente medicación y habíamos sorteado el problema genético. Ya había conseguido la implantación de al menos un embrión en la primera FIV. Así que teníamos muchas chances de que esta saliera bien.

¡Tenía tantas esperanzas de que esta vez lo lográramos! Sabía que sería muy bendecida si las dos Fiv me dieran positivas. Muchas chicas pasan por muchos tratamientos antes de conseguir un positivo y yo había tenido mucha suerte que ya a la primera me hubiera dado positivo (aunque después lo hubiera perdido). Pero quizá la vida me reservaba la sorpresa...

El lunes 20 de mayo me hicieron la punción, y mis ovarios se portaron regio: 11 óvulos maduros. Luego, al día siguiente me informaron que se habían formado 8 embrioncitos, ¡muy buen número! Esta vez estaba preparada para que me dieran la noticia de que algunos o varios se habían detenido en el camino. Es la selección natural de la vida. Biología. No podía hacer nada, más que rezar para que Dios me concediera al menos unos 3 embrioncitos de buena calidad. Pensaba en, al menos, 3 porque en la transferencia me pondrían dos y así podría guardar un embrioncito para una transferencia posterior, ya sea porque esta Fiv no funcionara o para buscar el hermanito....

Esta vez no los podían dejar llegar a blasto porque justo caería la transferencia el sábado 25 de mayo. Los sábados hacen transferencias pero el 25 de mayo era feriado nacional. Y excepto la gente de laboratorio, los demás, enfermeros, anestesistas, etc no irían. Así que pondríamos embriones de 4 días.

En la habitación había otra chica esperando su transferencia, estuvimos hablando un rato pero no tenía muchas ganas de conversar. Estaba muy nerviosa y llena de preguntas ¿Habrían sobrevivido mis bebés? ¿Cuántos embriones me quedarían? ¿Qué calidad? Hasta que no me llamaran a quirófano, no me quedaría tranquila, ya que si me llamaban es porque habíamos conseguido embriones para transferir... Pasó la otra chica a su transferencia, y a los 5 minutos de traerla de vuelta me llamaron a mi.

Me acostaron en la camilla, me ataron las piernas y comenzaron a desinfectar la zona pélvica. Vino la doctora y me saludó con una sonrisa. Y le pregunté: Bueno doc, ¿cuántos embrioncitos conseguimos? _¡No se! me dijo con vos cantarina, ahí vamos a ver en el laboratorio... Y se dio media vuelta para entrar al pequeño cuarto donde están las incubadoras. Yo sólo veía un pequeño sector de ese cuarto, un doctor trabajando ahí y la voz de mi doctora que hablaba con él. Sentí que mencionaban la palabra mórula, pero no entendí nada más. Y mi cabeza palpitaba.... ¡¿Me ataron a la camilla del quirófano sin siquiera estar seguros de que había un embrión al menos apto para ser transferido?! ¿Y si ahora salía la doc y me decía que me levantara y me fuera a mi casa, que no quedaba nada? Mi cabeza explotaba con esas preguntas sin respuesta. Hasta que entró la doctora nuevamente.
- Vamos a transferir una mórula de 4 días, muy bonita, y van a quedar en observación dos o tres más que vienen más lento, pero puede que podamos congelarlos. Y otra vez un millón de preguntas ¿Cómo? ¿Sólo habíamos conseguido UN buen embrión? ¿Por qué? si antes había conseguido dos blastos. ¿Y sólo me iban a poner uno? (Yo siempre tuve la ilusión de quedar de mellis). ¿Cómo que sólo uno? ¿Qué había pasado? ¿Y los demás embriones? Sentía que se me iban llenando los ojos de lágrimas. Si con dos blastos había logrado un positivo que duró sólo unos días. ¿Cómo iba a lograrlo con sólo una mórula?

Algunas de esas preguntas se las hice, en forma balbuceante a la doctora. Me explicó que había un nuevo protocolo donde se disponía que no transfirieran más de un embrión, para evitar embarazos múltiples y sus consecuentes riesgos. La mórula era una muy bonita, con muchas chances. Y no, no influía si transferían uno sólo, tenía muchas chances igual. Si tenía que prender, iba a hacerlo, aunque sólo fuera una.

Apagaron la luz y comenzó la transferencia. Tenía la vejiga muy llena y me provocaba dolor cuando pasaban el aparatito del ecógrafo. Aún así, con mil preguntas y con un buen grado de angustia en la cabeza, traté de disfrutar el momento. Iba a recibir dentro mío a mi bebé, a mi bella morulita y merecía que su mamá le diera todo el amor del mundo desde el primer momento. Así que fui mirando la pantalla del ecógrafo y pude ver cómo transferían a mi bebito dentro de mi útero. Una lucecita, no quería pensar en estrellas, estrellas se les dice a los bebés que fallecen. Mi morulita era una lucecita. Hermosa, fuerte, VIVA.

Una vez terminada la transferencia, la enfermera me dijo que esperara unos 5 a 10 minutos para ir al baño y que la doctora iría a darme las recetas e indicaciones necesaria de la betaespera. Vino la doctora, y me dijo que al día siguiente, el día feriado, me avisarían si los otros embrioncitos llegaban a blasto, para criopreservarlos. Recé tanto para que fuera así. Pero al mediodía del día 25 de mayo me confirmó que del laboratorio habían dicho que ninguno había sobrevivido. Tenía ya 19 estrellas en el cielo. 10 de la primera Fiv y 7 de esta segunda.

Pasé la betaespera con mucho estrés, las cosas en mi familia no estaban bien. Mil problemas, algunos nuevos, más los de siempre. El trabajo que también generaba estrés... Y el miedo. Tenía mucho miedo. Y si no funcionaba esta Fiv ¿Que haría? Otra vez había logrado muchos embriones pero poquitos de buena calidad, que sobrevivieran. ¿Por qué? ¿Qué pasaba conmigo? Si esta Fiv no funcionaba, tendría que hacer una tercera. ¿Y si la obra social no quería cubrirme más? Y si tenía que empezar a luchar con abogados? ¿Y si...?

Tampoco podía evitar ir comparando síntomas. Mi primera Fiv, positiva, había tenido manchado de implantación y dolores premenstruales. Y en esta betaespera ese manchado no aparecía... Sí los dolores premenstruales. Había calculado que entre el jueves 30 de mayo y el domingo 2 de junio el manchado de implantación debía aparecer. Pero no lo hizo. Leí en internet que no siempre aparecía ese manchado. Que algunas chicas lo habían tenido en un primer embarazo y en el segundo no... Si no aparecía, no significaba que era negativo...

Tenía mi beta el miércoles 5 de junio. Pero el lunes 3 no aguanté la ansiedad y me hice un test casero. Negativo. Ni sombra de la rayita que había visto en la primera Fiv. Ese lunes a la noche comencé a manchar un poco. Rojizo. Diferente al manchado que había tenido en la primera Fiv. Sabía lo que era. Ni siquiera había llegado a la beta. Se me había adelantado un par de días la menstruación. Le escribí a la doctora y me dijo que hiciera la beta a la mañana siguiente. Fui a hacer la beta, pero ya sabía el resultado. Ya estaba menstruando. Cuando llegué al trabajo, fui al baño y al verme sentada, toallita empapada en sangre, no pude evitar romper en llanto. Mi bebé se había ido. Tenía 20 estrellas. A la tarde me entregaron el resultado de la beta: 2.

Me sentía quebrada. No lo había logrado. Mi bebé se había ido al cielo a jugar con sus hermanitos. Y yo me había quedado sola. Desesperada. Destrozada. Mi bebé no se había quedado conmigo. Fui a las pocas semanas a hablar con mi doctora. No había explicaciones, había sido mala suerte. El embrión era bonito, pero la biología es así... Y viendo mi cara de angustia, me aconsejó que vaya al psicólogo. - Ya estoy yendo! le dije. Me respondió: bueno, porque te hace falta porque veo que estás rota y tenes que sanar. Y así me sentía, rota. ROTA. Sabía que luego volvería a tener fuerzas para luchar, pero en esos momentos, estaba completamente rota.








domingo, 17 de noviembre de 2019

El perezoso

El 8 de Mayo arranqué mi segunda FIV. Fui a la primera ecografía, que es bastante incómoda, ya que hay que hacerla en tu primer o segundi día del periodo y sentís que te manchas entera... La doctora vio mi endometrio, hermoso, sin problemas. Eso me tranquilizaba porque otro estudio que me habían hecho, antes de comenzar la fiv, había sido una histeroscopía, que salió muy bien. Y un ecodoppler, que había salido más o menos, no tenía muy buena irrigación en el útero, y esa también podría haber sido una de las causas de que perdiera mi primer embarazo. También me habían hecho los estudios de trombofilia y habían dado positivos.

Luego de ver el endometrio, pasamos a los ovarios, el izquierdo, muy bien... el derecho... perezoso. Casi no tenía folículos antrales. Y eso no era tan bueno. Por un momento pensé ¿Pero es que siempre me tiene que aparecer algo malo? También me extrañó porque, en general, mi ovario derecho siempre había funcionado un poco mejor que el izquierdo. Salí de la consulta con un montón de recetas y medicación. La doctora usaría un protocolo un poco más agresivo que el primero, dado que mi ovario derecho estaba "reposando", el muy perezoso. Así que esta vez iríamos con una bomba hormonal. Además comenzaría a inyectarme para la trombofilia.

Seguía con ese sentimiento de enojo hacia la vida, por qué tenía que pasar todo esto de nuevo, los pinchazos, llenarme de hormonas, la angustia de la punción, de esperar que produjera cantidad y calidad de óvulos, que estos fertilizaran... ya lo había logrado una vez. ¿Y si esta vez no lo lograba? Estadísticamente sé que iba a ser muy suertuda si en las dos Fiv quedaba embarazada. No se si fue ese rechazo a pasar por lo mismo, si era el miedo a que las cosas volvieran a salir mal, que el día que me tuve que poner la primera inyección, me entró pánico y me puse a llorar. Fui hasta Negrito, y le pedí que me pinchara él. Casí no dolio, pero los primeros dos o tres días de tratamiento tuve que hacer que él me colocara las inyecciones, yo entraba en pánico. Luego me obligué a pincharme e incluso a mirar cuando entraba la aguja. Se me tenía que pasar el miedo. En la primera FIV me había pinchado siempre solita, ¿cómo ahora no iba a poder hacerlo?

Fui a la segunda ecografía, ya sin menstruar, y los ovarios habían mejorado, 4 o 5 folículos en el perezoso (el derecho) y unos 6-7 en el izquierdo. Era un buen número. Volvería a control ecográfico una vez más, y ya me darían la fecha para la nueva punción.



Regalo de amor

Estabamos ya en febrero, justo había comenzado el ciclo lectivo y debía ir al colegio, empezaban los horarios de consulta a los alumnos que se llevaban materias. No quería que mis colegas me preguntaran nada. Por más buenas intenciones y sentimientos que tenga la otra persona, no sabe, no entiende tu sufrimiento. Al no haberlo experimentado, no puede comprenderlo, y al final, terminan haciendo comentarios que, si bien tratan de ayudar, la mayoría de las veces sólo lastiman mas. No tenía alumnos a cargo, así que pedí permiso para ir a buscar los resultados de los cariotipos al laboratorio, que quedaba a unas cuadras de distancia del colegio. Me los entregaron, los leí. Síndrome de Klinefelter o también conocido como XXY. Básicamente, lo que quiere decir es que el hombre, en vez de tener cromosomas XY, que es lo normal, en algunas o todas sus células, tienen un cromosoma extra, en este caso un X. Negrito tenía sólo en una célula un cromosoma extra. Por eso se lo llama XXY en mosaico. Podría haber sido mucho más grave si varias células hubieran tenido esa condición, pero era sólo una.

De todas formas no dejaba de ser grave, y sugerían que hiciéramos estudios más complejos, uno llamado FISH, que yo sabía, las obras sociales casi nunca cubren. Traté de no entrar en pánico. Hablaría con la doctora, quizá había alguna solución. Pero ya había googleado el día anterior, y sabía que habían dos opciones, o hacíamos un estudio a los embriones, llamado PGD, o diagnóstico genético preimplantacional, donde analizan los embriones y descartan aquellos que tienen problemas cromosómicos, o hacíamos el tratamiento con donante de gametos. La primera opción no me agradaba en los más mínimo, ya que nunca estuve de acuerdo en descartar embriones, así como así, y además el estudio era carísimo, a pagar en dólares. Y la segunda opción... Recordaba que en una discusión, hacía tiempo atrás, Negrito me había dicho que si quería hacer el tratamiento con donante, él me dejaría. Se iría de casa. Teníamos un problema gigante que enfrentar, y no sabía cómo lo haría.

El jueves me tocaba ir a mi psicóloga, pero tuvo una emergencia y me preguntó si quería ir el viernes o la semana próxima. Le dije que el viernes, porque "algo" había pasado, que quizá cambiaría mi relación con Negrito para siempre, y no sabía cómo enfrentarlo. Ese viernes, le conté sobre el cariotipo ¿cómo se lo diría a Negrito? ¿Cómo afrontaría la lucha que se viene? ¿qué podía hacer? Debía tomar decisiones importantes y no estaba preparada para ello, ni siquiera me había animado a decirle a Negrito sobre los resultados del cariotipo. La piscóloga me sugirió que la próxima sesión Negrito viniera conmigo y pudiéramos prepararlo para decirle que habían descubierto que tenía una alteración cromosómica, en mosaico, pero que no dejaba de ser grave.

Unos días después, ya había llevado los papeles a la obra social para que nos autorizaran el FISH, para ganar tiempo. Quizá ese estudio no saliera tan mal y todavía teníamos esperanza... El viernes de esa semana me llamaron de auditoría diciéndome que debía ir a su oficina para hablar sobre esa autorización... Fui el lunes y me dijeron que no tenían convenio para hacer ese estudio de alta complejidad, y que para autorizarlo, debíamos ir primero a una médica genetista.

No recuerdo bien cómo sucedió todo. Sólo recuerdo que Negrito me acompañó a la psicóloga, lo cual fue muy productivo en ese momento, ya que no sólo lo preparamos a Negrito para la noticia, el diagnóstico que recibiría, sino también, quedamos en mejorar la comunicación entre los dos. Por ejemplo, tiempo después que nos fuimos a vivir juntos, yo le dejé en claro, con hechos, que estaba lista y quería ser mamá. Pero nunca le pregunté directamente si él quería ser padre. Di por sentado que quería, porque nunca se opuso a que me hiciera estudios, y tampoco se opuso él a hacer los primeros espermogramas. Pero él había esperado esa pregunta. Ese día, 10 años después, con la psicóloga mirándonos a ambos, se lo pregunté. Sí quería. Sí quería tener hijos conmigo, fue su respuesta.

Unos días después fuimos a la ginecóloga, y ella le explicó lo que era el síndrome XXY o Klinefelter, lo peligroso que era que un niño naciera con esa condición (sin contar que la mayoría de esos embarazos terminaban en aborto espontáneo). Y ese día, en ese consultorio, Negrito le hizo a nuestro futuro hijo el regalo más grande de amor que puede hacer un padre: renunciaría a su genética, aceptaba hacer el tratamiento con donante, porque quería cuidar a nuestro futuro bebé de las consecuencia que podría traerle el ser concebido con un espermatozoide alterado cromosómicamente. Y ese día lo amé más que nunca. Sabía de parejas que ante una situación así, se peleaban, separaban o se decidían a abandonar el sueño de ser padres. Pero no Negrito. Se me había cerrado una gran puerta al encontrarnos con el diagnóstico XXY, pero Negrito me había abierto una enorme ventana, una ventana llena de amor y de esperanza.

A la semana siguiente, también visitamos a la genetista, quien nos dijo que no solo le preocupaba el problema de los cromosomas, sino también la edad de ambos. Ninguno de los dos éramos ya tan jóvenes, y eso también podría traerle problemas a nuestro futuro bebé. Nos dijo que la semana siguiente fuéramos a por un informe que ella haría para la obra social.

El mismo día que había que retirar ese informe, yo tenía consulta con la ginecóloga. Así que quedamos en que Negrito iría a retirar el informe mientra yo esperaba en la sala de espera del consultorio de la ginecóloga. Negrito llegó unos 10 o 15 minutos antes que me atendieran a mi, y me contó que estuvo hablando mucho con la genetista y, si bien ella sugería realizar otros estudios, entre ellos el FISH y una biopsia testicular, también le había dicho que la mejor decisión que podríamos tomar era hacer el tratamiento con donante (yo se lo había mencionado a la genetista como una opción que estaríamos dispuestos a tomar). Así que estaba completamente convencido. Y cuando entramos al consultorio de la ginecóloga se lo hizo saber a la doctora. Vamos con donante. De alguna manera, ese gran escollo, esa gran lucha que iba a tener que librar ¡Negrito la había terminado tan fácil!

La doctora estaba agradablemente sorprendida. Sabía muy bien que para un hombre no era una decisión fácil de tomar... Luego nos derivó a un doctor en la misma clínica, que sería el encargado de tomarnos los datos para empezar a buscar donante. Si todo salía bien, al mes siguiente ya podía comenzar mi segunda FIV. ¡Estaba exultante! pero por el otro lado, tenía un poco de miedo. ¿Y si Negrito se arrepentía en algún momento? También estaba muy enojada, con Dios, con la vida, el destino. Tantos irresponsables engendran hijos, para luego desecharlos como basura, en un horrendo aborto planificado. Y nosotros que queríamos ser papás, ¡nos pasaba todo esto! Era injusto. Sé que no soy quien para cuestionar la Voluntad de Dios, pero no podía sacarme de la cabeza que era injusto. ¡Por qué nos tenía que pasar todo esto a nosotros? Al mismo tiempo, en mi país se estaba debatiendo si legalizar o no el aborto, y veía hordas de mujeres y algunos hombres enloquecidos, como poseídos, gritando, haciendo muecas y rituales horrendos para que aprobaran esa maldita ley. Y nos veía a mi y a Negrito, escalando el Everest para lograr ser papás...

Fui a la obra social, le mostre a la auditora el informe de la genetista, pero antes que ella dijera algo o pusiera reparos en la cobertura del FISH, le aclaré que habíamos decidido ir con donante. Aunque hiciéramos el Fish y diera mas o menos bien, siempre habría riesgo de que concibiéramos un bebé con Klinefelter, y las consecuencias eran, desde infertilidad del futuro bebé a retrasos mentales y/o motrices, de leves a gravísimos. La doctora de auditoria estuvo totalmente de acuerdo. Así que unos días después, le llevé la autorización para hacer la segunda FIV, con donante. Una nueva esperanza, bañada en un gran acto de amor. Era casi Mayo ya, estaban haciendo los primeros días fríos. Pero el sol brillaba por la ventana y calentaba mi alma.



viernes, 1 de noviembre de 2019

Espiritual

Esto que voy a contar ahora pasó un poco después que volviéramos de las vacaciones, y unos días antes que empezara mi terapia psicológica.

El sacerdote de mi ciudad se iba a otra Provincia. Él era muy querido por mi familia, en especial por mi mamá, ya que fue su contención espiritual todos estos años que ha luchado contra el cáncer. Habíamos decidido ir al final de la última misa que celebraría como párroco de la ciudad, pero iríamos al momento en el que hacía imposición de manos y bendición, ya que esas misas eran largas y mi mamá no se sentía en condiciones de pasar dos horas parada, ya que iba mucha gente y la Iglesia se llenaba en esas misas. Sin embargo, a punto de comenzar la celebración, vi que mi mamá se inquietaba y se ponía aún más ansiosa, y le dije si quería que fuéramos ya (yo probablemente iba a pasarme la misa parada pero ella, como es una señora mayor, seguro alguien le iba a ceder el asiento). Así que fuimos, justo cuando comenzaba la misa y conseguimos justo las dos últimas sillas libres. La misa fue muy linda. El Padre trató de que no hubiera un ambiente triste por su partida, sino que se lo recordara con alegría. Pero yo no me sentía alegre, iba solamente para acompañar a mi mamá. Me sentía más bien como una espectadora lejana. Sin participar activamente.

Llegó el momento de la bendición y, una vez que esperamos que pasara la mayor cantidad de gente, así no estábamos tanto tiempo paradas en la fila (más que nada por mi mamá), fuimos al encuentro del Padre para que nos impusiera las manos. A pocos metros de él, le dije a mi mamá que se quedara sentada en uno de los bancos con unas bolsas con regalos que había llevado para el Padre, que esperara a que me diera la bendición a mi, que iba a ser más rápido y luego pasaba ella, que en general se demoraba más, porque algunas veces se había quedado como en trance después de la bendición, y yo sospechaba que ese día, con la emoción de saber que se iba lejos su sacerdote, se iba a demorar más. Me tocó el momento de la imposición de manos y Lo miré. Aún lloro al recordar. Lo miré, ahí, Inmaculado, Santo, Rey, mi Dios Vivo, y no pude moverme. Qué congelada en ese lugar, y sólo podía mirarlo a El. Nunca me había pasado algo así, siendo que había participado de varias de esas misas. Sentí que el sacerdote volvía donde yo estaba y esta vez posó suavemente la mano sobre mi cabeza, como si empujara por un momento hacia abajo. Recuerdo que dije, no se si para mis adentros o en voz alta: "mis hijos" y caí suavemente en descanso espiritual. No podía evitarlo, no podía resistirme. Él me llamaba.

De pronto, estaba tendida en el suelo, sentía las voces de los que oraban a mi alrededor. Sentía los pasos de las personas que aún seguían pasando a recibir la bendición. Pero yo no estaba ahí. Estaba en un lugar, que no puede ser descrito físicamente, no puedo decir que estaba entre nubes, ni en un prado, ni nada físico, era espiritual. Y sentí cosas que no puedo explicar. Sentí Su presencia. Este era Su lugar. Estaba lleno de Él. Era consciente a medias que a veces sollozaba y volvía a repetir "mis hijos". En mi semi- inconsciencia, le pedí a Dios que se los entregara a Su Madre. Que sean felices y estén en paz, en los brazos de Su Madre. Le pedí por mi familia. Le pedí perdón, por todos mis hijos, por todos mis angelitos que se habían ido, por los que se fueron apenas llegados al mundo, como embriones, y los que se fueron luego de haber estado en mi vientre. Se los entregué, por completo. No quería irme de ese lugar, no quería levantarme, ahí no había angustia, sí mucha paz, y un poco de tristeza,pero no angustia, ni amargura. Aún extraño esa sensación, aún extraño estar Ahí.

Pasados como unos 10 o 15 minutos (al menos ese tiempo calculó mi mamá), empezó a sonar una vocesita en mi cabeza que me decía que debía levantarme o mi mamá no alcanzaría a ir a recibir su bendición. Muy renuentemente traté de salir del estado de trance. Intenté mover una mano y sentí que me temblaba. Uno o dos minutos después, lo intenté de nuevo y abrí los ojos. Me incorporé, alguien me preguntó si estaba bien y dije que sí. Estaba bien. Fui a donde estaba mi mamá, que lloraba a mares y me dijo: le entregaste al Señor el sufrimiento de tu familia, pero yo le dije: fui a entregarle a mis hijos a la Virgen. También había entregado al Señor a mi familia, pero principalmente a mis hijos, ellos me necesitaban mas que nada en ese momento. Luego fue mi mamá a recibir su bendición. Y luego fue el turno de quienes quedábamos en el Templo, de darle la bendición al Padre. Luego mi mamá le entregó las bolsitas con obsequios a la mamá del sacerdote, porque él, emocionado por su partida, no quiso salir a saludar nuevamente. Y nos volvimos a casa.