Uno de los motivos por lo que no actualizo seguido este blog, mi blog, es porque me cuesta horrores abrirme a mis emociones. No sólo con las demás personas me cuesta, conmigo misma me cuesta y mucho. Y eso me hace formular una pregunta ¿Por qué?
Porque, de alguna manera, todo comenzó. Cuando somos niños, gritamos, lloramos, incluso hacemos berrinches, tratando de demostrar lo que sentimos. Cuando grandes, a muchos les es fácil seguirlo haciendo. Lloran en las partes emotivas de una película, gritan, pelean, abrazan, dicen te amo, te odio, te necesito, no te banco... Pero yo no pertenezco a ese grupo.
Si le preguntan a algún conocido mío alguna característica que me define, probablemente digan.... es tranquiiiilaaaaa. Y lo dicen con razón. Hace ya mucho, mucho tiempo, ¿Desde la adolescencia? que aprendí a envolverme en una capa de aparente tranquilidad. Nada me turba, nada me espanta, soy la conciliadora, la diplomática (en algún momento de mi vida incluso pensé en estudiar para diplomática, pero soy un poco tímida para ejercer un puesto público así). Con los únicos que a veces esa cobertura de tranquilidad se rompe es con mi familia más cercana, y generalmente cuando me sacan de quicio. Pero pronto la diplomática gana terreno y se envuelve en su coraza de tranquilidad.
Y volvemos a la pregunta inicial. ¿Por qué? ¿Por qué rechazo hablar de mis emociones? Peor aún, por qué me cuesta abrirme tanto a mis emociones conmigo misma incluso? Dos respuestas se me ocurren en este instante:
La primera es porque muchas veces sentí rechazo de los demás al expresarlas. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo esto porque es una "tarea", sino no hubiera escrito nada. Creo que casi siempre que abrí mi corazón, sentí rechazo. Mis emociones no eran importantes, o molestaban. Lo sentí con mi familia más cercana, y con otros (amigos, compañeros) también. Siempre sentí que mis emociones, en especial si el dolor o tristeza eran una carga para los demás. ¿Y por qué cargar en la espalda de los demás mi dolor o mi tristeza si ellos ya cargan sus propios dolores? Cada uno carga con su cruz, pero si además ayudas al otro a cargar con su propia cruz, ¿no te hace eso ser buena persona? ¿No es lo que hace un cristiano? Que no busque tanto ser consolado, como consolar, dice una oración...
La segunda respuesta, es porque duele demasiado, y la coraza de tranquilidad también funciona como una anestesia. Conmigo misma también. Y a veces el dolor se torna tan intenso que quisiera arrancarme el corazón, así se termina el sufrimiento.
Pero vamos a la pregunta que motivó este escrito. ¿Qué siento?
Siento amor. Amor por mis hijitos, amor por mi familia, por mi marido. Daría la vida por ellos y sé que ellos la darían por mi.
Siento dolor, porque no pude salvarle la vida a mis bebés, y nunca alcanzaron a vivir más que unas horas, y siento culpa, porque fui en parte responsable de su corta existencia. Porque los traje al mundo por decisión mía, y algunas de mis acciones del pasado y del presente también, los condenaron a muerte.
Siento dolor y mucho miedo por mi mamá, dolor al verla sufrir y ver su propio terror en los ojos, y miedo porque sé que se acerca su muerte, miedo porque no sé cómo será, porque quizá todo ocurra para las mismas fechas en que mi hermana va a dar a luz, porque no sé cómo podrá soportarlo mi papá, que es muy dependiente de ella.
Siento dolor y angustia por mi marido, porque siento que no podemos conectarnos, porque él pone una pared de hielo ante mi dolor, y yo pongo mi coraza de tranquilidad, y eso nos separa. Y también siento culpa, porque él no me exige casi nada, y yo casi siempre lo dejo en segundo lugar. Casi nunca ocupa el primer lugar, y no debería ser así. No quiero que sea así. Pero parece que casi siempre termino cayendo en la garras de lo urgente y no de lo necesario.
Siento soledad, me siento terriblemente sola. Sola cuando perdí a mis bebés, sola cuando sentía cómo se iban desprendiendo de mi cuerpo, sola cuando los recuerdo. Sola, cuando lloro por ellos.
Y también siento admiración por mi misma. Porque muchas han pasado por dolores parecidos y no fueron fuertes, cayeron en depresión, o dejaron de luchar. Y yo aún decido luchar, decido levantarme, secar mis lágrimas y dar batalla. No es fácil. Pero por ahora, tampoco es imposible. Así que, a seguir luchando.
Dicen que los bebés vienen de un repollo, otros que los traen las cigüeñas, otros dicen que bajan de las estrellas y vienen a posarse en el vientre de las futuras mamás. Bueno, para las mujeres con diagnóstico de infertilidad, como yo, no nos es tan fácil. El repollo quizá se ha secado, la cigüeña perdió el camino, y las nubes tapan las estrellitas y por eso nuestros bebés no pueden alcanzarnos. Entonces yo decidí que voy a construir yo un caminito de estrellas que me lleve hacia mis bebés.