Hoy hace exactamente un año de mi segunda fiv, negativa. Aún recuerdo el vacío que sentí cuando comencé a sangrar, anticipando el resultado de la beta, negativa. Pero no voy a escribir ahora sobre esa fecha, voy a escribir sobre las montañas rusas. Esos monstruos de hierro infernales que están en los parques de diversiones, que te ponen de cabeza, te giran, te hacen caer a gran velocidad, luego subir, luego caer, darte vuelta, cabeza abajo, arriba... Siempre les tuve miedo, jamás me atreví a subir a una.
Hasta que me tocó pasar por una. Una montaña rusa emocional. Y fue con mi 3ra fiv. Comenzamos el 3 de setiembre de 2019.
Tenía tanto miedo de que no funcionara. En la última fiv mis ovarios habían estado un tanto perezosos ¿y si me volvía a pasar lo mismo? Pero esta vez, mi cuerpo se estaba portando de maravillas. Medicada y cuidada por la trombofilia y para mejorar mi irrigación uterina, que era el único punto flojo que habían encontrado... Me sentí poco a poco confiada. Tan confiada que me dejé llevar por el carrito de la montaña rusa, y comencé a recorrer la suave subida, disfrutando del paisaje... Sin pensar en que podía venir, en cualquier momento, la primera voltereta.
Llegó el día de la punción, conseguimos 13 lindos óvulos ¡2 más que la última vez! Seguía subiendo, aferrada a mi carrito, casi como en un paseo, esperando que al día siguiente me informaran cuántos embriones habíamos obtenido. Tenía miedo, no voy a negarlo. Rogaba y rogaba al cielo, a Dios, que por favor, consiguiera al menos dos embrioncitos lindos. O mejor, varios embrioncitos lindos, ya que con 13 óvulos, tenía muchas chances...
Pero llegó la primera bajada de la montaña rusa, violenta, agresiva, dolorosa y shockeante: sólo 3 óvulos habían fertilizado. Sólo. 3. embriones. Sólo 3. Sólo 3. Solo 3.
Se me cayó el alma al suelo, y el corazón también. En mis otras dos FIV habíamos conseguido más de 10 embriones, y aún así al dia de la transferencia de la 1ra FIV, habían quedado sólo 2 blastos (uno AA y el otro inicial), y en la 2da fiv, sólo una linda mórula... ¿Qué iba a hacer ahora con sólo 3 embriones? Ya me lo imaginaba... el día de la transferencia me dirían que me fuera a casa... que no quedaba nada...
Al mismo tiempo, mi hermana había comenzado a prepararse para su primera FIV, ya que quería ser mamá sola. Al día siguiente de que recibiera la noticia de que sólo teníamos 3 embriones, ella fue a control con nuestra doctora. Y me dio la primer noticia que hizo que el carrito de mi montaña rusa comenzara lentamente a subir otra vez. La doctora le había comentado que revisó mis embriones y los tres venían con buen ritmo, así que teníamos esperanzas de que todo saliera bien. ¡Sentí que me llenaba de luz!!! Mis guerreritos estaban luchando por vivir y venían con mucha fuerza!
Los días antes de la transferencia sentía como mi montaña rusa me hacía dar volteretas, primero arriba (va a salir todo bien, los bebitos vienen con buen ritmo!) luego abajo (probablemente me digan que me vuelva a casa, que se canceló la transferencia porque se detuvieron los embriones), y así me repetía una y otra vez las dos frases, arriba, abajo, otra vuelta, de cabeza, otro giro más...
El 20 de setiembre, llegué a la clínica, me senté en la sala de espera y me temblaban las rodillas. Incontroladamente. Aterrada de que me dijeran, lo sentimos, volvete a tu casa... Ni siquiera había querido tomar agua por si transferíamos. ¿Para qué iba a molestar mi vejiga si quizá no iba a hacer falta?
Vi pasar a mi doctora, y le pregunté ¿Queda algún embrión? - Ayy, ahora voy a verlos y te digo. Los pocos minutos que demoró fueron una eternidad para mí. Sentía que mi carrito se había detenido, y que ahora, o venía una hermosa subida, o caía en picado. Salió la doctora del laboratorio y me dijo, ¡Sí!, siguen los tres! Y me hicieron pasar a las habitaciones donde te preparan para transferir.
Empecé a tomar agua, a prepararme, vestirme con la ropa para quirófano.. ¡Feliz! mis bebés me estaban esperando. Vivos, los 3. Eran todavía mórulas, ya que sólo habían pasado 4 días desde la fecundación, pero los 3 eran hermosos según mi doctora. Y yo era su feliz mamá. Por protocolo, me transfirieron sólo uno, y los otros dos los criopreservaríamos para una futura transferencia, o para buscar hermanitos. No sólo era feliz, ¡me sentía en paz! Fue la transferencia más hermosa que tuve. Pude ver la lucecita de mi bebé entrando en mi útero. Y le pedí con todo mi corazón que se quedara conmigo. Le dije que lo amaba, que amaba a sus dos hermanitos que se quedarían esperándome. Que amaba a sus hermanitos que ya se habían ido a descansar al cielo. ¡Me sentía por completo enamorada de mis bebés!
Llegué a casa y me fui a dormir una siesta, completamente en paz y feliz. Mi montaña rusa me habia llevado alto, muy alto, hasta poder tocar las nubes y el arcoiris con mis manos.
Así estuve sin muchos sobresaltos, hasta el 28 de setiembre. Iba controlando mis síntomas día a día, a veces me preocupaba, cuando sentía dolores premenstruales, pero sabía que por la progesterona, muchas veces se sienten esos dolores y síntomas. De toda formas estaba atenta, hoy tenía los pechos hinchados, mañana no, me dolía la espalda, la zona pélvica, mañana no... Pero lo que más me preocupaba era ver si tebía manchado de implantación. En mi primera fiv, positiva (pero bioquímico) había tenido manchado, en cambio en mi 2da fiv, negativa, no. Simplemente me vino el periodo el día que debía venir... Pero el 28 comencé con un ligero manchado. Era un manchado diferente al de la primera fiv, nunca fue oscuro, no tenía olor, y sí salía como con escamas o pellejitos de piel. La doctora atribuyó eso a una de las medicaciones que me daban para la irrigación del útero.
A la madrugada siguiente no aguanté más, y me hice un test casero. Positivo. Clarito, pero positivo. Sin lugar a dudas. Era domingo y ese día habían votaciones. Luego de votar, le pedí a mi papá que nos bajara a mi hermana y a mí en la puerta de mi Parroquia, donde había una imagen de la Virgen de la Dulce Espera. Le recé y le agradecí, por mi bebé, que se estaba quedando conmigo, y por la FIV de mi hermana, para que también ella consiguiera a su bebito. No le comenté a ella que me había hecho un test. Tenía un poco de miedo. En mi 1ra FIv había contado muy pronto el positivo, y a los pocos días me había enterado que era un embarazo no evolutivo...
Al día siguiente, me hice otro test. Seguía clarito, cosa que me preocupaba un poco, pero con el positivo más notorio. Mi carrito de la montaña rusa me volvía a hacer dar volteretas. Los dolores en el bajo vientre también me hacían dar volteretas. El manchado no aumentaba significativamente, pero mi corazón latía desbocado. Y rezaba, rezábamos con mi hermana, que mi bebé se quedara conmigo... mi mamá me había contado que había soñado con mi bebé, y que era una niña y le decía que se llamaba Cielo...
El 1 de octubre el manchado se volvió un poquito más oscuro, pero no abundante, como en la primera FIV. Le conté a mi hermana de mi test positivo, y le pedí que me prestara uno de los test que se había comprado ella para su FIV, porque no daba más de los nervios que me estaba provocando la montaña rusa de emociones que sentía. Seguía saliendo positivo, no más notorio, pero claramente se veía el positivo.
Al día siguiente me hice la beta. Otra vez, montaña rusa a full. subía, bajaba, me enloquecían los nervios. Hasta que llegó el resultado de la beta a las 15 hs: 193. POSITIVO confirmado!!! Mi carrito volvió a subir a las nubes, y otra vez me fui a dormir una siesta sintiendo que tocaba las nubes. Sabía que todavía me quedaban pruebas por pasar, que duplicar ala beta, que se sintieran los latidos del bebé... Pero un gran paso ya lo había dado! LA beta era positiva. Si bien no super alta, era positiva. Y lo importante es que dos días después, duplicara.
A las 16.30 me levanté al baño, había sentido un cólico un poco fuerte, y quise ir a ver qué pasaba. Me limpié, y mi carrito se desplomó sin previo aviso. Sangre. Roja. No muy abundante, pero era sangre roja. NO PODÍA ESTAR PASÁNDOME ESO. NO DE NUEVO. NO PODÍA ESTAR PERDIENDO OTRA VEZ A MI BEBÉ, DESPUÉS DE UNA BETA POSITIVA. No el mismo día de la beta! Una vez había leído el post de una chica comentando con desesperación que le había pasado exactamente eso. Pero es de esas cosas que nunca crees que te va a pasar a vos. Pero sí, me estaba pasando...
De inmediato le escribí a mi doctora y me mandó a hacer reposo absoluto. Me metí en la cama tratando de pensar que era una pesadilla, una horrenda pesadilla. NO PODÍA ESTAR TENIENDO UN EMBARAZO BIOQUÍMICO DE NUEVO, NOOOOOOOOO!!!!! no podía estar perdiendo otra vez un bebé. A mi bebé. Era miércoles y el viernes repetiríamos la beta, a ver qué había pasado. si seguía el embarazo o no. Porque a veces, con la heparina se podían producir hematomas, y eso producía el sangrado, pero el embarazo continuaba. Sin embargo yo sentía en mi interior que mi bebé estaba luchando por su vida, pero perdiendo la batalla. Lo sabía con cada cólico que había comenzado a aumentar en frecuencia e intensidad. Era una pesadilla. Me pasé esos 3 días acostada, casi sin levantarme, con terror de ir al baño, horrorizada cada vez que sentía una puntada en el útero, pensando si esas puntadas significaban que mi bebé definitivamente estaba muriendo.
Y me sentí completamente SOLA. Absolutamente sola. Mi familia no sabía, Negrito no se atrevía a decir casi nada. Sólo pasaba un par de veces al día por la puerta del dormitorio preguntándome si estaba bien, o si iba a comer algo... Y yo quería estar sola, no quería que nadie viniera a verme, ni me preguntaran nada, ni siquiera se acercaran. Mi bebé estaba muriendo dentro mío y yo no podía hacer nada. Sólo sentir, impotente cómo se iba de este mundo. El sangrado todavía no era abundante, pero yo sentía que ya no había esperanza.
El viernes me repitieron la beta. Había subido un poco. 251 fue el valor. Sabía que debía dar al menos 350 aproximadamente. Y sabía lo que eso significaba: embarazo bioquímico. Lo cual no fue una sorpresa. Pero si que la beta hubiera subido un poco. Porque eso me dio aúnmás la sensación de que mi bebé había estado luchando por vivir, pero no lo había logrado. Y pensar en su lucha, y en que no pudo lograrlo, mató un poco de mi. Sólo quería morir e irme con mi bebé. Mi carrito había comenzado a caer en picada, y no alcanzaba a ver el suelo. Era negro y rojo. Y caía, y caía...
Ese viernes vino mi hermana menor y le conté. Fue la única que lo supo, ya que mi otra hermana, la que estaba preparándose para su primera FIV, tenía al día siguiente su transferencia. Y yo pensaba en la mía, ¡había sido tan hermosa! que no quería amargarle la de ella. Yo sabía que iría preocupada por mi, porque yo estaba con ese ligero manchado, y en reposo, e intuía que algo no iba bien conmigo. ¿Para qué amargarla más? El lunes, cuando repitiéramos por 3ra vez la beta, le daría las malas noticias.
El sábado, día en que transfirieron un hermoso blasto a mi hermana, yo ya estaba en pleno proceso de expulsión de lo que había quedado en mi útero. Fui a la clínica para pedir la orden de la beta, y para acompañar a mi hermana. Ella no quería que la acompañaramos, pero de alguna manera sabía que ella, por otro lado, necesitaba apoyo. Mientras esperábamos que saliera de la sala de internación, yo estaba sentada al lado de mi mamá, que había llegado con mi hermana a la clínica un rato antes. Yo jugaba con el celular, haciéndome la distraída, mientras trataba de ocultar las muecas de dolor que se reflejaban en mi cara, cada vez que sentía una contracción seguida de la expulsión de sangre. Ese mismo sábado dejé la medicación. Ya no tenía sentido seguir alargando todo...
El lunes 7 me repitieron la beta: 20. Se había acabado. Le avisé a mi hermana, que sufrió muchísimo también con la noticia, aunque traté de minimizar mi dolor lo mejor que pude. A la noche, volví a mi casa, y seguí con mi rutina diaria. Con mi vida normal.
Aunque por dentro no me sentía normal. Me sentía ultrajada por la vida, vacía, ASESINADA. Buena parte de mí, se sentía muerta. El carrito de mi montaña rusa había caído hacia abajo, hacia un pozo de tristeza y soledad tan, tan profundo y tan oscuro, que no sabía si algún día podría salir de ahí.
Lo único que me hacía sentir un poco de esperanza y de vida eran mis dos bebés, en un laboratorio, esperando que en algún momento fuera por ellos. Así que me senté en el suelo de ese triste, frío y oscuro pozo. Sin puertas, ni ventanas, ni rendijas. Una oscuridad total, un negro absoluto. Con mis ojos fijos, puestos en esas dos lucecitas, que eran lo único que me mantenían con vida. Sabiendo que, de alguna manera, tomaría fuerzas, y los iría a buscar.
Dicen que los bebés vienen de un repollo, otros que los traen las cigüeñas, otros dicen que bajan de las estrellas y vienen a posarse en el vientre de las futuras mamás. Bueno, para las mujeres con diagnóstico de infertilidad, como yo, no nos es tan fácil. El repollo quizá se ha secado, la cigüeña perdió el camino, y las nubes tapan las estrellitas y por eso nuestros bebés no pueden alcanzarnos. Entonces yo decidí que voy a construir yo un caminito de estrellas que me lleve hacia mis bebés.
jueves, 4 de junio de 2020
martes, 5 de mayo de 2020
¿Qué siento?
Uno de los motivos por lo que no actualizo seguido este blog, mi blog, es porque me cuesta horrores abrirme a mis emociones. No sólo con las demás personas me cuesta, conmigo misma me cuesta y mucho. Y eso me hace formular una pregunta ¿Por qué?
Porque, de alguna manera, todo comenzó. Cuando somos niños, gritamos, lloramos, incluso hacemos berrinches, tratando de demostrar lo que sentimos. Cuando grandes, a muchos les es fácil seguirlo haciendo. Lloran en las partes emotivas de una película, gritan, pelean, abrazan, dicen te amo, te odio, te necesito, no te banco... Pero yo no pertenezco a ese grupo.
Si le preguntan a algún conocido mío alguna característica que me define, probablemente digan.... es tranquiiiilaaaaa. Y lo dicen con razón. Hace ya mucho, mucho tiempo, ¿Desde la adolescencia? que aprendí a envolverme en una capa de aparente tranquilidad. Nada me turba, nada me espanta, soy la conciliadora, la diplomática (en algún momento de mi vida incluso pensé en estudiar para diplomática, pero soy un poco tímida para ejercer un puesto público así). Con los únicos que a veces esa cobertura de tranquilidad se rompe es con mi familia más cercana, y generalmente cuando me sacan de quicio. Pero pronto la diplomática gana terreno y se envuelve en su coraza de tranquilidad.
Y volvemos a la pregunta inicial. ¿Por qué? ¿Por qué rechazo hablar de mis emociones? Peor aún, por qué me cuesta abrirme tanto a mis emociones conmigo misma incluso? Dos respuestas se me ocurren en este instante:
La primera es porque muchas veces sentí rechazo de los demás al expresarlas. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo esto porque es una "tarea", sino no hubiera escrito nada. Creo que casi siempre que abrí mi corazón, sentí rechazo. Mis emociones no eran importantes, o molestaban. Lo sentí con mi familia más cercana, y con otros (amigos, compañeros) también. Siempre sentí que mis emociones, en especial si el dolor o tristeza eran una carga para los demás. ¿Y por qué cargar en la espalda de los demás mi dolor o mi tristeza si ellos ya cargan sus propios dolores? Cada uno carga con su cruz, pero si además ayudas al otro a cargar con su propia cruz, ¿no te hace eso ser buena persona? ¿No es lo que hace un cristiano? Que no busque tanto ser consolado, como consolar, dice una oración...
La segunda respuesta, es porque duele demasiado, y la coraza de tranquilidad también funciona como una anestesia. Conmigo misma también. Y a veces el dolor se torna tan intenso que quisiera arrancarme el corazón, así se termina el sufrimiento.
Pero vamos a la pregunta que motivó este escrito. ¿Qué siento?
Siento amor. Amor por mis hijitos, amor por mi familia, por mi marido. Daría la vida por ellos y sé que ellos la darían por mi.
Siento dolor, porque no pude salvarle la vida a mis bebés, y nunca alcanzaron a vivir más que unas horas, y siento culpa, porque fui en parte responsable de su corta existencia. Porque los traje al mundo por decisión mía, y algunas de mis acciones del pasado y del presente también, los condenaron a muerte.
Siento dolor y mucho miedo por mi mamá, dolor al verla sufrir y ver su propio terror en los ojos, y miedo porque sé que se acerca su muerte, miedo porque no sé cómo será, porque quizá todo ocurra para las mismas fechas en que mi hermana va a dar a luz, porque no sé cómo podrá soportarlo mi papá, que es muy dependiente de ella.
Siento dolor y angustia por mi marido, porque siento que no podemos conectarnos, porque él pone una pared de hielo ante mi dolor, y yo pongo mi coraza de tranquilidad, y eso nos separa. Y también siento culpa, porque él no me exige casi nada, y yo casi siempre lo dejo en segundo lugar. Casi nunca ocupa el primer lugar, y no debería ser así. No quiero que sea así. Pero parece que casi siempre termino cayendo en la garras de lo urgente y no de lo necesario.
Siento soledad, me siento terriblemente sola. Sola cuando perdí a mis bebés, sola cuando sentía cómo se iban desprendiendo de mi cuerpo, sola cuando los recuerdo. Sola, cuando lloro por ellos.
Y también siento admiración por mi misma. Porque muchas han pasado por dolores parecidos y no fueron fuertes, cayeron en depresión, o dejaron de luchar. Y yo aún decido luchar, decido levantarme, secar mis lágrimas y dar batalla. No es fácil. Pero por ahora, tampoco es imposible. Así que, a seguir luchando.
Porque, de alguna manera, todo comenzó. Cuando somos niños, gritamos, lloramos, incluso hacemos berrinches, tratando de demostrar lo que sentimos. Cuando grandes, a muchos les es fácil seguirlo haciendo. Lloran en las partes emotivas de una película, gritan, pelean, abrazan, dicen te amo, te odio, te necesito, no te banco... Pero yo no pertenezco a ese grupo.
Si le preguntan a algún conocido mío alguna característica que me define, probablemente digan.... es tranquiiiilaaaaa. Y lo dicen con razón. Hace ya mucho, mucho tiempo, ¿Desde la adolescencia? que aprendí a envolverme en una capa de aparente tranquilidad. Nada me turba, nada me espanta, soy la conciliadora, la diplomática (en algún momento de mi vida incluso pensé en estudiar para diplomática, pero soy un poco tímida para ejercer un puesto público así). Con los únicos que a veces esa cobertura de tranquilidad se rompe es con mi familia más cercana, y generalmente cuando me sacan de quicio. Pero pronto la diplomática gana terreno y se envuelve en su coraza de tranquilidad.
Y volvemos a la pregunta inicial. ¿Por qué? ¿Por qué rechazo hablar de mis emociones? Peor aún, por qué me cuesta abrirme tanto a mis emociones conmigo misma incluso? Dos respuestas se me ocurren en este instante:
La primera es porque muchas veces sentí rechazo de los demás al expresarlas. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo esto porque es una "tarea", sino no hubiera escrito nada. Creo que casi siempre que abrí mi corazón, sentí rechazo. Mis emociones no eran importantes, o molestaban. Lo sentí con mi familia más cercana, y con otros (amigos, compañeros) también. Siempre sentí que mis emociones, en especial si el dolor o tristeza eran una carga para los demás. ¿Y por qué cargar en la espalda de los demás mi dolor o mi tristeza si ellos ya cargan sus propios dolores? Cada uno carga con su cruz, pero si además ayudas al otro a cargar con su propia cruz, ¿no te hace eso ser buena persona? ¿No es lo que hace un cristiano? Que no busque tanto ser consolado, como consolar, dice una oración...
La segunda respuesta, es porque duele demasiado, y la coraza de tranquilidad también funciona como una anestesia. Conmigo misma también. Y a veces el dolor se torna tan intenso que quisiera arrancarme el corazón, así se termina el sufrimiento.
Pero vamos a la pregunta que motivó este escrito. ¿Qué siento?
Siento amor. Amor por mis hijitos, amor por mi familia, por mi marido. Daría la vida por ellos y sé que ellos la darían por mi.
Siento dolor, porque no pude salvarle la vida a mis bebés, y nunca alcanzaron a vivir más que unas horas, y siento culpa, porque fui en parte responsable de su corta existencia. Porque los traje al mundo por decisión mía, y algunas de mis acciones del pasado y del presente también, los condenaron a muerte.
Siento dolor y mucho miedo por mi mamá, dolor al verla sufrir y ver su propio terror en los ojos, y miedo porque sé que se acerca su muerte, miedo porque no sé cómo será, porque quizá todo ocurra para las mismas fechas en que mi hermana va a dar a luz, porque no sé cómo podrá soportarlo mi papá, que es muy dependiente de ella.
Siento dolor y angustia por mi marido, porque siento que no podemos conectarnos, porque él pone una pared de hielo ante mi dolor, y yo pongo mi coraza de tranquilidad, y eso nos separa. Y también siento culpa, porque él no me exige casi nada, y yo casi siempre lo dejo en segundo lugar. Casi nunca ocupa el primer lugar, y no debería ser así. No quiero que sea así. Pero parece que casi siempre termino cayendo en la garras de lo urgente y no de lo necesario.
Siento soledad, me siento terriblemente sola. Sola cuando perdí a mis bebés, sola cuando sentía cómo se iban desprendiendo de mi cuerpo, sola cuando los recuerdo. Sola, cuando lloro por ellos.
Y también siento admiración por mi misma. Porque muchas han pasado por dolores parecidos y no fueron fuertes, cayeron en depresión, o dejaron de luchar. Y yo aún decido luchar, decido levantarme, secar mis lágrimas y dar batalla. No es fácil. Pero por ahora, tampoco es imposible. Así que, a seguir luchando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)