domingo, 22 de mayo de 2016

El anillo

Hoy, 22 de mayo de 2015 es el día de la Santísima Trinidad.
Creí que había actualizado este blog, pero me he quedado en el tiempo.

Mil veces, acostada en la cama, o cuando vuelvo del trabajo, o cuando leo alguna noticia que me moviliza sobre la infertilidad,en mi mente se vienen todas las palabras, todas las sensaciones y sentimientos que quisiera plasmar aquí, no se si para desahogarme, o exorcizarme o simplemente, por si alguien alguna vez las lee y les puede servir para algo... Pero cuando tengo tiempo de abrir el blog, me arrepiento. Y prefiero dejar que siga pasando el tiempo. Tic-tac, tic-tac, tic.tac...

El día 14 de febrero en Argentina festejamos el día de los Enamorados. Este año no me esperaba nada en especial puesto que a Negrito no se le da muy bien ser detallista con eso de festejos, aniversarios y fechas. Además yo seguía triste por mi fallido tratamiento, y porque no sabía cómo iba a continuar a partir de ahora... podría volver a hacer un segundo intento? La lucha se veía difícil, y no sabía si tendría (tendré fuerzas) para superar todo esto.
Ese día, Negrito me sorprendió y me invitó a que fuéramos a almorzar a un lindo restaurant para celebrar el día de los enamorados. Pero la sorpresa más linda fue al final del almuerzo cuando descubrí que escondida detrás de un folleto de propaganda de la mesa del restaurant se encontraba una cajita con dos anillos. Fue una gran emoción, una gran alegría, nunca me lo esperé ni imaginé que haría algo así. Llena de felicidad vi cómo me colocaba el anillo, y yo le coloqué el anillo a él. Un símbolo de amor, de unión y de compromiso. Días como ese no deberían borrarse, ni arruinarse, ni ensombrecerse. Aún después de todas las cosas difíciles que he vivido después de ese día, todavía lo recuerdo con dulzura.

Al día siguiente, 15 de febrero, cumplió años mi ahijadito amado, y todos esperaban verme con el anillo. Pero ese día "olvidé" ponérmelo... Bueno esa fue la excusa que dije. No quería ponérmelo.

El 15 al mediodía fuimos a la clínica de fertilidad donde nos esperaba nuestro doctor para que decidiéramos cuáles iban a ser nuestros siguientes pasos para conseguir nuestro (o mejor dicho mi) preciado sueño: poder tener a mi hijo/a en los brazos. El día arrancó mal. Negrito no quería saber nada con ir. Decía que todos esos médicos son chantas, que sólo quieren negociar, que bla bla bla. Cuando íbamos hacia la clínica tenía el corazón en la garganta. ¿Que voy a hacer? me preguntaba una y otra vez.

Comenzamos la entrevista con el médico y él me dijo que me quedara tranquila porque habían observado que parece ser, tenía buena reserva ovárica y no tenía problemas de ovulación. Pero, como ya me lo había anticipado el día de la IA, la muestra espermática de Negrito no había sido buena... así que quedaba en mí decidir si intentábamos una segunda IA o pasábamos a FIV.
Lo que yo quería lo tenía bien en claro, seguiría peleando con la obra social hasta poder hacer un intento más de IA y si no funcionaba, pasaríamos a una FIV. Pero Negrito no pensaba lo mismo... Y a´si se lo dije al médico, él no estaba seguro de continuar con más tratamientos... Y se desató el infierno.

Negrito comenzó a decirle al médico que él opinaba que todo eso de los tratamientos era un comercio, etc, etc. El médico se ofendió muchísimo, y en menos de 5 minutos me encontré con Negrito fuera del consultorio y con el médico dando un portazo casi en nuestras espaldas. Nos había echado del consultorio. Absolutamente ofendido. Y yo no podía decir una palabra. Tenía la garganta cerrada de angustia y lágrimas contenidas. Salí de la clínica con la cabeza gacha, sin mirar a nadie. Totalmente avergonzada y destrozada.

Mi sueño de ser madre había sido aplastado, pisoteado, destrozado en menos de 10 minutos. No quería ni pensar. Puse la mente en blanco y subí a la camioneta para regresar a casa. El anillo que el día anterior me había causado tanta felicidad, ahora me quemaba y me lastimaba en mi dedo. En cuanto llegué a casa me lo saqué, y luego de limpiarme a escondidas la cara, par que no quedara rastro de mis lágrimas, me fui a saludar a mi sobrinito.